Os dejo un pedazo de mi infancia :001_smile:

Que sí, que va de usar la lengua, pero sólo para llevaros de paseo a una bonita historia. No sé si era en mayo o enero, lo que si recuerdo perfectamente es que tenía 5 años cuando pusieron en mis manos un caramelo. Se me quedó grabado en la mente ese color: amarillo limón. Olía delicioso aún sin sacarlo del envoltorio, podía sentir su sabor ácido medio dulzón en mi lengua sin haberle puesto encima mis papilas gustativas.

Se preguntarán por qué estoy hablando de un caramelo amarillo limón, pero es que la verdad desde que cumplí los 26 me ha dado por evocar el pasado, ¿hay algo más feliz que ser una niña de cinco años descubriendo las chuches por primera vez? Si hay algo más feliz, por favor díganmelo, pero mientras sigo con mi cuento.

Estaba yo, junto a la habitación de mi abuela, que olía un poquito a periódicos viejos y jarabe para la tos. Tenía un vestido blanco, porque justo antes había ido a una fiesta de cumpleaños, del niño de la esquina, Jose Antonio. Me caía fatal, me tiraba del pelo y se reía de mis dientes torcidos. Menudo tonto.

Ah, pero ¿por dónde iba?...Ya, estaba a punto de recibir el caramelo. Entonces estaba jugando cuando mis primos Sofía e Isaías se acercaron corriendo y empezaron a hablar despacito. – María, maría que hemos cogido algo de la piñata de la fiesta, dijeron en voz baja. -¿Y qué habéis cogido?, pregunté sin quitar la vista de mi muñeca, porque Sofía tenía la costumbre de llevársela sin permiso. En el momento en que alcé la mirada, Isaías sacó de sus bolsillos un montón de golosinas; Chupa Chups, gominolas, un pegote de pipas (que me dio un asco tremendo), y al final sacó el caramelo amarillo limón y lo puso en mis manos.

Lo cogí y empecé a examinarlo como si tratara de un bicho raro, lo estrujé entre los dedos y oía el crujir del papel que ponía en letras plateadas “fruti loop”. Me quedé encantada, que no le di importancia a que Sofía se llevara mi muñeca y saliera corriendo. Yo estaba en el paraíso llamado chuchería y mis dientes desviados de leche se morían por pegarle un mordisco.

Isaías se fue con todas las gominolas al salón, tenía las mejores; las azules y las verdes hacían una combinación riquísima, iba apartando las rojas y moradas para la merienda. Y yo todavía sin abrir el caramelo. Mi abuela no me dejaba comer nada que tuviese demasiada azúcar, por algo que decía que se llamaba diabetes o eso creo recordar vagamente, pero vamos a ver, era una niña de nada, con un caramelo amarillo limón que decía “fruti loop” en las manos, ¿y no me lo iba comer? Sí, vaya…

(La curiosidad por el final la podéis matar en la web de la ONG Feel Sweet de Madrid, que amablemente ha publicado mi humilde relato) http://feelsweet.es/lametazos-hasta-llegar-a/