LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
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(SIGLO XVII- Sudamérica)


2 — LA PROPUESTA
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Don Ruy Mendes de Almeida recibió la sorpresa y la visita al mismo tiempo. Los grandes ventanales de su casa, cubiertos de cortinados con flores purpuradas en sedas de Manila, se abrieron para recibir las luces del aura detrás del enrejado. Más tarde, sobre la calle empedrada, tío y sobrino pusiéronse a observar los futuros bachilleres con sus largas togas de estudiante, quienes caminaban al sol aspirando el tibio resplandor otoñal cordobés de la media mañana. Ellos volvieron sus rostros sorprendidos cuando vieron a Don Ruy acompañado del joven extranjero, que salían a recorrer aquella mañana la ciudad monacal y universitaria.

Se miraban todos entre sí, atentamente. Y las dos juventudes de continentes tan lejanos, sintiéronse mutuamente conmovidas. Don Alvaro con sus briosos movimientos exteriorizaba encanto, curiosidad, su andar inquieto destacábase en el conjunto de la sobriedad cordobesa.

—“Extraña juventud… distinta”— comentóle a su tío

—“Córdoba del Tucumán posee un misterio”— respondióle Don Ruy

Ambos continuaron el paseo. El enrejado mistérico de las Teresas, denotó movimientos extraños. Los hermosos portones del Colegio Nuestra Señora del Monserrat, lucieron el esplendor de su madera. Los muros de piedra del Colegio Mayor, hablaban en un lenguaje de silencio. El templo de la Compañía de Jesús mostró su sortilegio. La gran Biblioteca, su lectura. El Calicanto su creciente. Los puentecillos de medio arco sobre La Cañada, su dulzura. Los Jesuitas su altivez. Los conventos su placidez… La imprenta su constancia.

Córdoba del Tucumán se abrió ante los ojos del joven lusitano como un abanico filipino. Como una de aquellas sedas que ornamentaban los cortinados, en el salón color púrpura de Don Ruy, con su aroma a Manila llegada desde Arica. Finalmente Doña Leonor le exhibiría su juventud, y Doña Mencia le brindó su amor maternal.

Más tarde sentados ambos en el salón color púrpura, comenzó el diálogo tan aguardado por años, entre el tío y el sobrino.

—“¿Qué me ofreces?”— díjole de improviso el joven

—“¿Es poco?”— respondióle Don Ruy

—“¿Es poco también lo que dejamos atrás nuestro?”— insistió Don Alvaro

—“Te quedas aquí en el Tucumán, conmigo … o regresas a Portugal para retomar aquello”— respondióle tajante el tío

—“¡Mi abuelo te aguarda!”— exclamó exaltado el sobrino

Silencio. Don Ruy levantóse de su asiento permaneciendo de pie. Las frases imperiosas de Don Alvaro habían llenado el recinto de la sala. Rechinó la madera en el sillón de alto respaldo, presionado por su impaciencia juvenil. Y también él irguióse del asiento caminando en distintas direcciones.

La frente altiva de Don Ruy enmarcó su silencio. Una serenidad sin prisa capturó su mirada perdiéndose en la lejanía, hacia el cordón serrano abierto a la distancia tras el ventanal. Jugó pensativo con el extremo agudo de sus barbas, absorto ante la reja que recortaba aquel paisaje …¡Veinte años de imágenes se precipitaron de golpe en su memoria, apartándolo del momento y del reencuentro!... Luego, lentamente, como despejándose, su mente retornó hasta el instante y miró a su sobrino hablándole con pausa:

—“Yo no volveré. Son muchos años en el Tucumán para dejarlo todo”.

—“Pero dejas tu título y el castillo lusitano”— insistió Alvaro

—“Te lo brindo completo, o te brindo a mi hija Leonor …aquí.”

En la semipenumbra que formaba una arcada divisoria hacia el fondo del salón, hecha con paredes de piedra bola entre cortinados de sedas orientales, la joven Doña Leonor permanecía inadvertida. Escuchando a los dos hombres. Escondida.

La blancura de su tez orlada de negros cabellos, con su vestimenta color marfil, destacábase de pie junto a la mulatilla vestida de rojo, su doncella, su compañera en todo momento. Al distinguirla dentro de esa semiluz que la ocultaba, la energía juvenil de Don Alvaro se precipitó a sus ojos, y una sensación de arrojo sacudió su emoción, hasta dominarlo en plenitud. Puso entonces una mirada profunda en su tío y le expresó motivado:

—“¡Podemos reunirlo todo!”

—“No. Los reinos de Portugal y España ya no están unidos … Y yo he construido aquí el mío propio”— fue la respuesta de Don Ruy

(CONTINÚA)