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Tema: Pseudoveltíosis natanatórica.

  1. #121
    Fecha de Ingreso
    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 116]
    Pero, en realidad, la revuelta ya había empezado. Un grupo de zelotes y sicarios se dirigieron a la antigua y casi inexpugnable fortaleza herodiana de Masadá, y tras tomarla por sorpresa degollaron a la guarnición romana que la ocupaba y pusieron a gente de los suyos para custodiarla. Un tal Eleazar, hijo del Sumo Sacerdote y que ostentaba el cargo de comandante del Templo, convenció a todos los exaltados para que se prohibiesen en el Templo las ofrendas y sacrificios hechos a favor de los extranjeros. De este modo se dejaron de hacer los sacrificios diarios que hasta entonces se hacían por la salud del emperador. Los notables de la ciudad, los altos sacerdotes y los jefes fariseos intentaron convencer a los sediciosos, pero el control de la multitud se les había escapado ya de las manos. Enviaron en secreto embajadores a Floro, por un lado, y al rey Agripa, por otro, rogándoles el envío inmediato de tropas para acabar con la revuelta en sus comienzos, antes de que ésta incendiase toda Judea. Agripa envió un destacamento de unos dos mil jinetes, que se apoderaron de la parte de Jerusalén conocida como “ciudad alta”, y con ellos se refugiaron los notables judíos, los altos sacerdotes y todos aquéllos que deseaban la paz. Los sediciosos los acosaron con proyectiles y con escaramuzas durante una semana. Los grupos de sicarios salieron ahora a la luz y se unieron a los amotinados. Las masas incendiaron el palacio de los antiguos reyes asmoneos y los edificios anexos que habían sido construidos por Agripa II, y quemaron también los archivos para hacer desaparecer los contratos de los préstamos y las deudas, los cuales no tardaron en arder puesto que comenzaba a declararse un tórrido verano (el aciago verano del año 66). La sublevación tomaba así un cariz demagógicamente revolucionario y social. Las tropas del rey, arrinconadas, tuvieron que retirarse al otro palacio real (el que había pertenecido a Herodes el Grande), situado junto al campamento de la cohorte romana. Los rebeldes atacaron entonces la fortaleza Antonia, donde se habían refugiado algunos soldados de la guarnición romana, que fueron capturados y ejecutados. La fortaleza fue incendiada, y los rebeldes asaltaron de nuevo el palacio real, donde estaba el resto de las tropas romanas y los soldados de Agripa; pero la mayoría de los sacerdotes y oligarcas judíos, que habían estado con ellos, huyó por las galerías y las alcantarillas subterráneas.

  2. #122
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 117]
    Un fanático zelote llamado Manahem (hijo del famoso mesías fallido llamado Judas el Galileo, que se levantó contra los romanos y fue eliminado por éstos en tiempos del gobernador Quirino, a principios del siglo I de nuestra era) volvió de Masadá con una guardia personal de bandidos perfectamente equipados en los arsenales de la fortaleza y se hizo el jefe de la revuelta, dirigiendo el asalto contra el palacio real. Se permitió salir a los soldados de Agripa y a otros judíos, bajo juramento de respetar sus vidas, y entonces los romanos se quedaron solos y completamente desalentados. Unos sicarios sorprendieron al Sumo Sacerdote escondido en un canal cercano y le asesinaron. Sin embargo, pronto surgieron las disensiones entre los rebeldes a causa de los excesos de Manahem, cuya tiranía y crueldad se hacían insoportables incluso para muchos sublevados, sobre todo para Eleazar y su grupo, y éstos se apoyaron en el profundo odio que la mayoría de la población sentía hacia los sicarios, que tanto les habían aterrorizado hasta poco antes de la revuelta. Manahem fue sorprendido cuando con una pequeña escolta de los suyos se paseaba arrogantemente por la explanada del Templo: la muchedumbre se les echó encima, y aunque el propio Manahem consiguió huir, luego fue capturado, escondido en una cloaca, y linchado salvajemente. De este modo acabó la efímera jefatura de estos sicarios en Jerusalén; el resto de sus hombres huyeron a refugiarse con los suyos en la fortaleza de Masadá. Entretanto, el prefecto romano, sitiado junto a sus soldados, envió emisarios al nuevo jefe de las masas sublevadas, Eleazar (no menos fanático y criminal que el anterior), ofreciendo entregarse a cambio de sus vidas. Los rebeldes aceptaron y enviaron a algunos judíos a establecer los acuerdos y juramentos. El prefecto bajó con sus soldados. Nadie les atacó mientras estuvieron armados; pero cuando, según lo pactado, los romanos entregaron sus armas y se dispusieron a retirarse, los hombres de Eleazar los rodearon y los mataron a todos, excepto al propio prefecto, que fue el único que les suplicó que le perdonasen la vida con la promesa de hacerse judío y circuncidarse. La matanza de estos romanos, según hace notar Josefo, había tenido lugar en sábado, día sagrado de los judíos y evidentemente profanado por Eleazar. Ahora, consumada esta acción, todos comprendieron que la guerra era del todo irreversible. Ese mismo día, los habitantes grecosirios de Cesarea asesinaron a todos los judíos que aun quedaban en dicha ciudad (varios miles). El propio Floro y sus tropas colaboraron en la matanza. Los judíos, a su vez, saquearon varias aldeas de Siria y algunas ciudades de la Decápolis, así como otras ciudades de la franja de Gaza. Los sirios, por su parte, mataron a los judíos de sus ciudades. Josefo escribe: “Todas las ciudades se dividieron en bandos, y la única forma de salvarse era que los unos se anticiparan a dar muerte a los otros”.

  3. #123
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 118]
    Poco se sabe de lo que sucedió con las comunidades cristianas asentadas en la zona palestinense durante el verano del 66. La Biblia no contiene información al respecto, pues desde el año 65 (en que el apóstol Pablo, en Roma, escribió su Segunda Epístola al cristiano Timoteo desde la prisión en donde se hallaba y en donde ese mismo año fue decapitado por orden de Nerón) hasta el año 96 (cuando el apóstol Juan, casi centenario, escribió el Apocalipsis en su aprisionamiento en la ista de Patmos) existe una laguna documental en este sentido. Ahora bien, según la tradición eclesiástica primitiva, de fiabilidad incierta, los cristianos de Jerusalén y de Judea emigraron poco a poco al otro lado del río Jordán, hacia la región de Perea, de tal manera que durante aquel sofocante verano del 66 sólo quedaría un remanente menos grueso de seguidores de Jesucristo en la zona duramente afectada por la sublevación. En las comunidades de Siria parece que en general fueron respetados y tolerados, entre otras cosas porque quizás las comunidades cristianas del lugar eran plurirraciales y habían dado muestras de su pacifismo y de su distanciamiento de las controversias sociopolíticas de la época. Dice Josefo, tal vez en alusión a los cristianos y a matrimonios mixtos de sirios y judíos, que los sirios tenían bajo sospecha a los simpatizantes de los hebreos pero nadie se atrevía decididamente a matar a este grupo ambiguo que había entre ellos, aunque recelaban de esta población mixta y la trataban como si fuera una masa de extranjeros.

  4. #124
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 119]
    Para agosto-septiembre del año 66, las matanzas aumentaron enormemente por toda Palestina. La descripción de Josefo es estremecedora: “Incluso los que antes habían parecido más pacíficos eran ahora empujados por la avaricia a cometer crímenes contra los enemigos. Se robaban impunemente los bienes de las personas asesinadas y se llevaban a sus propias casas los despojos de las víctimas, como si se tratara de una batalla. Era considerado un individuo famoso aquél que más provecho había sacado, dado que éste era el que había asesinado a más gente. Se podían ver las ciudades llenas de cadáveres sin sepultar y tirados en el suelo los cuerpos de ancianos, de niños pequeños y de mujeres, a las que no habían dejado nada que cubriera su pudor. Toda la provincia se llenó de desgracias inenarrables, pero aun peor que las crueldades que tenían lugar cada día era la tensión que producía la amenaza de nuevos males”. Los muertos se contaban por decenas de miles en diversas ciudades (Escitópolis, Ascalón, Ptolemaida, y muchas otras), y eran muchos más los detenidos y encarcelados, según el odio o el miedo que cada una de ellas sintiera hacia la población judía, asegura Josefo. Tan sólo Antioquía, Sidón, Apamea y Gerasa impidieron que se matase o apresase a ningún judío residente en ellas. En el reino de Agripa II algunos cortesanos conspiraron aprovechando la ausencia de este rey, que había ido a Antioquía a ver al gobernador romano Cestio Galo, pero fueron eliminados. Los soldados romanos de la fortaleza de Maqueronte, en la Transjordania, recibidas garantías suficientes, se retiraron del lugar, que fue ocupado por los judíos sediciosos. También en Egipto, en la superpoblada Alejandría (una ciudad de casi 300.000 habitantes) hubo revueltas antijudías. Las autoridades romanas castigaban diariamente a gente de los dos bandos, grecoegipcio y judío, para reprimir los disturbios. Pero tras uno de esos incidentes diarios, la multitud judía se amotinó y se dirigió hacia el anfiteatro con antorchas, amenazando con quemarlo con todos los alejandrinos allí reunidos. El gobernador, Tiberio Alejandro (emparentado con la aristocracia judía de la ciudad), para evitar una matanza sobre los grecoegipcios intentó al principio disuadir a los hebreos con razonamientos, a través de personalidades de prestigio en su comunidad, pero los amotinados les insultaron y les echaron. El gobernador envió entonces a las dos legiones romanas acampadas en la ciudad. Las tropas entraron en el barrio denominado Delta, el principal de los dos barrios judíos (los otros 4 barrios de Alejandría se denominaban también con las primeras letras del alfabeto griego), y saquearon y quemaron las casas, con mujeres, niños y ancianos dentro. Josefo da la cifra aparentemente exagerada de 50.000 cadáveres amontonados; con todo, debieron de ser varios miles, aunque la matanza parece que fue obra sobre todo de la plebe de Alejandría más que de los propios romanos.

  5. #125
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 120]
    El gobernador de Siria, Cestio Galo, decidió que ya era el momento de intervenir militarmente en Judea. Reunió a la legión XII (Fulminata), más 2000 soldados escogidos de las otras tres legiones que había en Siria, a los que añadió numerosas fuerzas de caballería, y muchas tropas auxiliares. El rey Agripa II aportó 3000 soldados de infantería y un millar largo de jinetes. Agripa en persona acompañó a Cestio con el ejército. Se incendiaron algunas poblaciones rebeldes que encontraron desiertas a su paso, pues la gente había huido a las montañas. Tras la marcha de las tropas romanas, los judíos aparecieron por sorpresa y cayeron sobre algunos de los auxiliares sirios que se entretenían demasiado en los saqueos de esas poblaciones, y mataron a varios centenares de ellos. Cestio asaltó la ciudad de Jope, cuyos habitantes fueron cogidos tan desprevenidos que no tuvieron tiempo ni de huir ni de defenderse. Murieron más de 8000 personas, según Josefo. Varios destacamentos romanos asolaron toda la región, y una parte del ejército fue enviada a Galilea. La ciudad más fortificada de Galilea, Séforis, se mantuvo pacificada y recibió a los romanos con aclamaciones, por lo que todas las demás ciudades galileas importantes les imitaron, aunque numerosos grupos de rebeldes y bandidos huyeron a los montes, siendo luego cercados y desbaratados por los romanos. Cestio prosiguió el avance por Judea e incendió Lida, que también encontró vacía. Los de Jerusalén, sin embargo, hicieron una salida repentina contra las fuerzas romanas que se acercaban, y llegaron a ponerlas en apuros, aunque la maniobra de la caballería y de la infantería no implicada en la lucha salvó la situación para los romanos. Con todo, el revés fue de consideración: murieron más de 500 romanos frente a una veintena de bajas judías.

  6. #126
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 121]
    Probablemente, hacia la segunda mitad de septiembre del año 66 ocurrió esta repentina desgracia bélica contra los romanos, donde perdieron medio millar de hombres y donde también pudieron constatar que no sería nada fácil tratar de combatir la rapidez y la eficacia de las guerrillas judías. Cestio Galo permaneció en el lugar (es decir, en el entorno de Lida) durante varios días, y nuevamente fue hostigado en la retaguardia por diversos grupos de guerrilleros. El rey Agripa II, considerando la situación y viendo el peligro que podía correr el ejército de Cestio, envió negociadores a Jerusalén, pero los extremistas zelotes los atacaron antes de que pudieran siquiera decir a qué habían ido. A la gente del pueblo que protestó por este hecho, los extremistas los apalearon y apedrearon. Josefo explica estos acontecimientos de la siguiente manera: “Agripa trató ahora de negociar con los judíos. Envío a dos de sus amigos a ofrecerles la amnistía en nombre de Cestio, si los judíos entregaban las armas. Pero los rebeldes, temiendo que la multitud entera pudiera aceptar la propuesta, atacó a los emisarios, dando muerte a uno e hiriendo a otro. Los ciudadanos que protestaron por esta acción fueron apedreados y apaleados”.

  7. #127
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 122]
    Debían ser las proximidades del mes de noviembre del 66 cuando Cestio puso sus tropas en orden de batalla, pero los judíos, impresionados por los efectivos militares, la férrea disciplina y la amenazadora formación de batalla del ejército romano, se refugiaron todos en el interior de la ciudad santa. A continuación, Cestio parece que envió un ala de su ejército en avanzada y prendió fuego a las casas de los suburbios de la parte norte de Jerusalén (la Bezeta) sobrepasando con relativa facilidad las murallas sudoccidentales que la protegían. Ésta era la denominada “tercera muralla” de la ciudad, de construcción más reciente y menos inexpugnable que las otras 2 murallas de la misma ciudad (pues había 3 murallas que defendían el perímetro de Jerusalén). La construcción de la misma fue iniciada por el rey Herodes Agripa I en el año 41 y se detuvo en el año 44, a causa de la muerte de este monarca; pero al comienzo de la gran rebelión judía, en la primavera del año 66, los sublevados completaron la construcción de dicha muralla como medida cautelar frente a posibles represalias futuras de los romanos y de sus apoyadores. Unos 3 días antes del ataque e incendio de la Bezeta, Cestio acampó con el grueso de sus tropas en extramuros, en un enclave llamado Monte Escopo (Scopo o Skopus), a un kilómetro de Jerusalén, donde probablemente había una atalaya u observatorio desde el cual se dispondría de una buena vista de la ciudad y de todo su perímetro, así como de todo el teatro de operaciones militares previstas contra la parte norteña y central de la ciudad. También parece que durante el asalto incendiario de la Bezeta, o tal vez a continuación del mismo, Cestio ordenó un segundo asentamiento o campamento romano en las inmediaciones de la Ciudad Alta (barrio alto), frente al palacio real (Palacio de Herodes), como entre 100 y 400 metros de distancia del denominado “primer muro” de la ciudad, donde posteriormente también acamparían las legiones de Tito (en la primavera del año 70). Respecto a esta primera muralla, parece que fue construida por el rey Ezequías de Judá a finales del siglo VIII antes de la EC, pues en la Biblia hay una descripción detallada de su edificación en las vísperas de la invasión asiria en el territorio palestinense; se trataba de una muralla increíblemente ancha (de cerca de 7 metros), según los restos arqueológicos encontrados, y construida con grandes piedras; una poderosa fortificación ideada para proteger un nuevo barrio residencial construido en la colina sudoeste de Jerusalén, que, hasta aquel entonces, comprendía sólo la Ciudad de David y el Templo en el Monte Moría; pero la muralla fue dañada a comienzos del siglo VII antes de la EC, cuando Jerusalén fue conquistada por los babilonios bajo Nabucodonosor; no obstante, hacia el siglo II antes de la EC, esta primera muralla fue restaurada por los gobernantes asmoneos o macabeos, que invirtieron ingentes esfuerzos por aumentar el área de Jerusalén y reforzar sus fortificaciones. Por consiguiente, dicha primera muralla era mucho más sólida que la tercera, razón por la cual la ofensiva inicial de Cestio Galo contra la ciudad santa se dirigió a la parte más baja y aparentemente más vulnerable de la tercera muralla.
    Última edición por Etic; 19-ago.-2017 a las 05:16

  8. #128
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 123]
    Tal vez Cestio hubiera podido entonces forzar varias de las diversas entradas de la ciudad y apoderarse rápidamente de ella, puesto que parece que los rebeldes zelotes se encontraban en ese momento muy intimidados y no poseían pleno control sobre la situación en intramuros, dado que muchos de los judíos sitiados albergaban la esperanza silenciosa de que se pactara una honrosa rendición, permitiéndose al fin que los romanos entraran en la ciudad y la controlaran, terminando así con aquella amarga y descabellada rebelión. Sin embargo, el máximo comandante romano adoptó una postura extremadamente desconfiada y prudencial, puesto que ignoraba el verdadero estado de vulnerabilidad de la ciudad y evidentemente no percibía que los ánimos de los sitiados estaban muy divididos y que era tal la desazón que, según Josefo, no hubiera sido muy difícil el éxito de los atacantes. A esto habría que añadir que, según parece y también según lo que afirma Josefo, la mayoría de los comandantes de la caballería y algunos prefectos del ejército de Cestio hicieron desistir a éste de la idea de continuar asaltando la ciudad porque estaban sobornados por el dinero que les dio Floro (dicho soborno es una afirmación cuestionable, pero en todo caso sí es posible que aquellos comandantes estuvieran temerosos de que se produjeran emboscadas en intramuros y hasta en la retaguardia de los campamentos en extramuros, dado que no era posible ignorar una eventual acción guerrillera venida desde las colinas y montañas circundantes). Parece que algunos notables de la ciudad le hicieron saber a Cestio que le abrirían las puertas de la primera muralla, quizás aprovechando que los zelotes se habían refugiado mayoritariamente en el interior de las murallas del Templo y en la fortaleza Antonia; pero, por lo dicho, el máximo comandante romano no se fiaba de ellos y no les hizo caso. Más bien, los romanos intentaron el asalto por varios puntos de la muralla durante 5 días, pero fueron rechazados por los defensores. Parece que en una de las últimas ofensivas los romanos hicieron un “testudo” (cubierta que formaban alzando y uniendo los escudos sobre sus cabezas para protegerse), socavaron el muro norte del templo e intentaron incendiar la puerta denominada “de las ovejas”, mientras que los defensores cedían al verse abrumados por una lluvia de proyectiles lanzados contra las murallas.

  9. #129
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 124]
    Tomada la Bezeta, los romanos de vanguardia avanzaron en “testudo” contra el muro norte del templo, como se ha dicho, con el objetivo de incendiar la “puerta de las ovejas” y penetrar así en lo más inexpugnable de la ciudad, mientras que los zelotes defensores cedieron al verse sometidos a un alud de flechas y proyectiles lanzados por los romanos de la retaguardia contra las murallas inmediatas a dicha puerta, mediante sus arqueros y sus máquinas de guerra y catapultas, en apoyo a los zapadores (la vanguardia de soldados bajo testudo que intentaban horadar la puerta). Podemos imaginar a algún cristiano mirando furtivamente, desde la primera muralla, la acometida romana contra la puerta norte del templo, a respetable distancia de seguridad evidentemente, pues parece que toda la actividad bélica de la ciudad se había concentrado ahora en dicha zona y que el resto de la primera muralla apenas estaba siendo defendida ni atacada. Probablemente, a un tal espectador, aleccionado en las profecías de Jesucristo acerca de los fines de los tiempos, tendrían que asaltarle y bullirle en la memoria las palabras contenidas en el evangelio (que, con toda seguridad, eran frecuentemente leídas en las reuniones privadas que celebraban los cristianos en la Jerusalén hostil a las buenas nuevas de aquella época): “El profeta Daniel escribió acerca del horrible sacrilegio (se sobreentiende: Daniel el profeta registró una predicción concerniente al desahucie final de la ciudad santa y de su templo, tenido éste por sagrado incluso por los primeros seguidores de Jesús antes de que Dios mismo lo rechazara mediante hacer que el cortinaje que cerraba el recinto del Santo de los Santos se rasgara en dos pedazos cuando el Mesías expiró; por lo tanto, dicha profecía señalaba a una sazón que, vista desde el prisma de los judíos en general, tanto de los seguidores de Jesucristo como de los que lo repudiaron, equivalía a un sacrilegio o profanación de aquel centro de adoración universal situado en Jerusalén, tal como efectivamente ocurrió en noviembre del año 66 cuando los ejércitos romanos intentaron socavar o zapar la Puerta de las Ovejas que daba acceso a dicho Templo). Cuando ustedes lo vean en el Lugar santo — el que lee, entienda — (se sobreentiende: Estas palabras de Jesucristo llaman atención particular a los cristianos de Judea, puesto que los acontecimientos que describen ocurrirían en Jerusalén, teniendo como centro de atención el Lugar santo o Templo; y el Maestro, sabiendo que tras su muerte se escribirían sus palabras, instó a leer este pasaje sagrado con mucha reflexión, de tal manera que se aplicara entendimiento o perspicacia a la interpretación o exégesis de la profecía, sin olvidar que concordaba con lo dicho por Daniel el profeta acerca del mismo evento), entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas (se sobreentiende: A la zona montañosa que mejor les conviniera en distancia prudencial y salvaguarda, y que resultó ser el entorno inmediato de la ciudad de Pella o Pela); y el que esté en la azotea de su casa, que no baje a sacar nada (se sobreentiende: El cristiano que viere la señal profética cumplirse no debería dilatarse o entretenerse en huir a las “montañas” por medio de hacerse un equipaje o tomar provisiones para el viaje); y el que esté en el campo, que no regrese ni aun a recoger su ropa. Pobres mujeres aquéllas que en tales días estén embarazadas o tengan niños de pecho (se sobreentiende: Parece que tales palabras aplicarían a mujeres judías que no eran cristianas y, por ende, no atisbarían ninguna señal profética que las pusiera alerta para huir; sin embargo, toda cristiana que se hallara en la zona de peligro y se dilatara en emprender la huida tal vez pudiera verse implicada en el mismo horror que les sobrevendría a sus vecinas judías). Pidan ustedes a Dios que no hayan de huir en el invierno (se sobreentiende: Huir en pleno invierno hacia una zona montañosa donde incluso pudiera nevar en el camino, sin llevar provisiones para tal viaje, podría significar, sobretodo para los niños y los ancianos, una muerte casi segura) ni en sábado (se sobreentiende: Los cristianos que vivieran en la ciudad de Jerusalén estarían sometidos a una serie de leyes sociales propias del judaísmo, entre ellas las leyes sabáticas, que suponían una notable restricción para poder entrar o salir de la ciudad santa en día de sábado); porque habrá entonces un sufrimiento tan grande como nunca lo ha habido desde el comienzo del mundo ni lo habrá después (se sobreentiende: El sufrimiento del fin del mundo judío del primer siglo, centrado en Jerusalén y su Templo sagrado, sería indescriptible, sin parangón en toda la historia pasada o futura del pueblo de Israel; sin embargo, tal final llegó unos 4 años más tarde del ataque de Cestio Galo, a saber, en el año 70, a manos del general Tito, futuro emperador de Roma). Y si Dios no acortara ese tiempo, no se salvaría nadie (se sobreentiende: A menos que Dios interviniera, ni buenos ni malos sobrevivirían; y esto trae a la memoria el Diluvio, cuando, gracias a que Dios instruyó a Noé para que construyera un arca, él y sus otros 7 familiares fieles fueron los únicos seres humanos que escaparon con vida; pero aquí determinados eruditos ven una aplicación profética principal para el fin del mundo futuro y no el que ocurrió en Judea en el año 70 de la EC, dado que los registros históricos muestran que hubo sobrevivientes judíos que fueron esclavizados por los romanos cuando Jerusalén fue destruida en dicho año 70 de nuestra era, esto es: en ese año fatídico para Jerusalén y su templo no fue necesario que Dios acortara el “tiempo de aflicción” en beneficio de los fieles seguidores de Cristo en Judea, entre otras cosas porque prácticamente todos ellos habían huído a Pela a partir de finales del año 66); pero lo acortará por amor a los que ha escogido” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 15-22; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

  10. #130
    Fecha de Ingreso
    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 125]
    Es muy posible que los cristianos que residían en Judea, en aldeas y poblaciones del entorno geográfico de Jerusalén, hubieran emprendido su huída a Pela incluso antes del asedio de la ciudad santa por Cestio Galo en noviembre del 66. Ello estaría en concordancia con el apresto que dio Jesucristo a sus seguidores unas 3 décadas atrás, en los siguientes términos: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (se sobreentiende: La marcha de Cestio Galo hacia la ciudad santa, para asediarla y tomarla, debió ser ostensible para todos los pobladores de la zona, pues este general romano comandaba un gran ejército que iba devastando, expoliando e incendiando casi todas las villas que se cruzaban en su camino y nadie ignoraría que el punto final de ese itinerario militar era la toma de Jerusalén; por consiguiente, es bastante probable que muchos cristianos de las aldeas y poblados de la zona se hubieran marchado en dirección a las montañas y, de haberse organizado bien, tal vez todos se encaminaron hacia Pela); y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen (se sobreentiende: Los cristianos de intramuros de la ciudad santa difícilmente podrían salir de dicha ciudad bajo asedio, de manera que habrían de esperar con confianza en Dios y paciencia a que de alguna manera se les presentara la oportunidad de huír); y los que estén en los campos, que no entren en ella (se sobreentiende: Según los registros históricos, la reacción de los israelitas de las inmediaciones rurales de Jerusalén ante el avance y aproximación de las tropas de Cestio Galo fue la de refugiarse en la ciudad santa, pero los cristianos del lugar estaban aleccionados de que tal maniobra de supervivencia era una trampa que debían evitar); porque éstos son días de venganza (se sobreentiende: Según algunos doctos bíblicos, basándose en la etimología de los términos originales que se traducen “venganza” y también en la concordancia semántica con otros pasajes de la sagrada escritura que mencionan situaciones similares, aquí “venganza” se refiere a justa retribución o pago ineludible, el cual, de no efectuarse, pondría en entredicho el amor de Dios por lo que es recto y verdadero, algo que evidentemente sería altamente decepcionante en los tribunales celestiales), y se cumplirá todo cuanto está escrito” (Evangelio según Lucas, capítulo 21, versículos 20-22; Biblia de Jerusalén de 1975).
    Última edición por Etic; 17-ago.-2017 a las 03:33

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