Tengo en mí una ausencia; una ausencia
que está desde siempre.
Una ausencia que no sabe de mudanzas y echó
raíces que levantan las baldosas grises, viejas, rotas, de mi pecho;

Tengo una ausencia acostumbrada a mí,
satisfecha conmigo, afortunada de tenerme.

Tengo una ausencia que siempre me espera y
también me acompaña.
Tengo una ausencia mareada de tiempo y lejanía.
Herida de ilusiones, cansada de soñar.

Una ausencia incrustada en el ridículo caballito
despintado; atrapado para siempre en el carrusel
de mi porvenir.

Tengo una ausencia en el espacio celeste de mi alma
donde, como las nubes, cobra distintas formas.
Formas de lo que quiere, lo que busca, y de lo
que se resignó a dejar ir.

Tengo una ausencia que arrojó sus semillas en
los surcos de mis años, abiertos todos ellos con mis huesos,
mis venas, mis ojos, mi voz.

Tengo una ausencia cuya bandera flamea de costa a costa
en mis sienes.

No soy yo quien habla, quien se mueve.
No soy quien crees que soy.
Lo que ves cuando me ves, es ausencia, ausencia
hecha materia.

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