Afuera hay un sol lleno de días de ausencia que cae con todo ese peso
en mi sensación de sábado a la tarde.
Desde lo más puro del aire me parece ver algunos deseos de antes y entonces
el sábado es más sábado por el recuerdo de cómo solía ser, porque yo en esos
días solía soñar, aunque no lo sabía.

Todos tenemos sábados en nuestras vidas: Para algunos es un empleo soñado,
para otros la persona que aman; para mí no es más que un sábado con todas las letras.

Era el único día en el que veía cosas distintas de las del resto de la semana y, aunque me aburrí de ellas muy pronto, las vi durante mucho tiempo porque no sabía que estaba aburrido, quizás me sospechaba triste, pero no aburrido.

Ahora mismo no recuerdo qué veía, porque ese mundo está lejos de los adultos, aunque no sé si, aburrido y todo eso, estaba mejor que aquí. Quizás sí, por eso deje de estar allí.

Ahora me parece que quizás lo que tengo es nada y me convendría buscar un
Sábado-Alguien.

El cielo es más claro hoy que en toda la historia de mi vida. Hay más calor en los rincones de los árboles que en todos los momentos felices de mi infancia juntos, y casi una fracción de segundos después de que una chica que pasa le indique silencio a mi pensamiento con el índice de su hermosura puesto sobre los labios de mis ojos, un amigo lo arruina todo con un saludo cordial y se sienta a mi lado para conversar de lo que no quiero, y a lo que accedo.

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