Los versos de mis últimos días deberían ser intensos, cargados
de todo aquello que hace pensar a los hombres y los marea
en un ida y vuelta entre el reír y el llorar.

Deberían ser versos tan hermosos como escritos con las lágrimas
de un ángel sobre una estrella solitaria, sin mito, sin ojo
que la observe.

Sí; así deberían ser mis versos; estos versos de mis últimos días;
pero, en cambio, son patéticos, enfermizos.

Se pasean débiles, derrotados, embebidos en desconsuelo
por los pasillos de este silencio que se ha erigido en mi cabeza.

Se acurrucan unos contra otros en la oscuridad de la noche
como pequeñas criaturas escapando de su depredador.

Van saliendo del caos de la borrachera de anoche y no ofrecen
más que el sabor amargo de la saliva por la resaca;
qué versos fracasados…
Qué versos con tan poco de versos.

Los versos de mis últimos días…

El cenicero está lleno; se parece a mi cabeza porque
todo lo que guarda pertenece a la basura, al olvido, a la muerte.

Las botellas vacías y los vasos sucios son como nosotros, amor, Dios, amigo,
mascota, quien quiera que seas y tengas que ver conmigo.

Sí, son como nosotros y el alcohol que guardan unas y reciben otros
es la vida y la borrachera es lo que creemos que esa vida debería ser.

Tengo una gran angustia. Una angustia potente como los truenos
que despedazan el aire y lo dejan sangrando las primeras gotas
de la tormenta que ya comienza. Una angustia pesada, ennegrecida
por el paso del tiempo, como ennegrecen las nubes por la inminencia
del temporal.

Angustia al pensar que estos versos no los leerá nadie, no los
entenderá nadie.

Angustia por estar, por ser, y se multiplica cuando entiendo
que no sé dónde estoy y mucho menos qué soy.

Tengo una angustia solitaria como las calles de esta ciudad
a esta hora, en este día; solitaria como la tormenta que ya
arrasa con todo menos con esa sensación lánguida de
domingo por la tarde. Ay, tormenta: ojalá pudieras arrastrar las horas de este día,
Sí, las horas, las horas y los recuerdos… los recuerdos de toda esta vida…

Enciendo un cigarrillo, creo que fumo porque el humo que dejo ir
es lo único que me abandona y me da placer.
Todo el resto de cosas que hay en el mundo y son ausencia, duelen.

Los versos de mis últimos días…

Tengo tantas penas como gotas de lluvia hay afuera y,
al igual que esas gotas, esas penas no me pertenecen.

Tengo una lápida para cada risa, un llanto para cada
madrugada.

Tengo un deseo para cada cosa que no existe,
una dirección que nunca puedo seguir, un árbol
bajo el cual no me está permitido descansar.

Los versos de mis últimos días…

Tengo una soledad para cada abrazo, tengo una partida
para cada amor que nunca se concretó.
Tengo a un ilusionista detrás de cada recuerdo contigo.

Los versos de mis últimos días…

Tengo la voz para un canto que jamás podrá escribirse,
un mensaje oculto entre imágenes prohibidas al ojo humano;
Tengo exactamente lo que precisas pero que no buscas
ahora ni buscarás jamás.

Los versos de mis últimos días…

Tengo un camino amplio por donde ya vienen
mis más fervientes ganas de morir.

Ya no quiero seguir… Ya no…



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