Cuando una mujer está en guerra no piensa; siente. Creará conflicto y amara el caos producido por sus sentimientos. Pobre de aquel que reciba la tormenta, será engullido en un remolino de sexo, sentimientos encontrados y finalmente será destruido.

Ana camina furiosa de un lado a otro de la sala, entrando a la cocina en intervalos para seguramente saber porque carajos tardo en regresar. La observo por el reflejo de una ventana mientras me sirvo mi tercer trago de vodka en lo que va de la tarde y apenas son las 2 pm. Sera un día largo y de lucha. Encamino mis pasos de regreso a la sala dándole oportunidad de regresar a su andar furioso, tomo una lata de carta blanca del refrigerador de camino. Uno nunca sabe cuándo hará falta la excusa de estar ebrio, por si las dudas voy montando el numerito adecuado que me permita esconder el lado culero.

Agita las manos y repite los mismos argumentos levantando la voz. Como si esto le fuera a dar la razón. Apuro un trago más de un vodka barato que no sabe a otra cosa que a alcohol de caña. Fúrica me tacha de borracho, ruin y barbaján, jamás he negado las primeras dos, porque me he esmerado en serlo, ¿pero barbaján?… Eso hace que tengas toda mi atención y te recuerde el tartamudeo del que ahora solo sufres cuando estas encabronada. Avanzas los menos de dos metros que nos separan para lanzar una bofetada salvaje que me da en la punta de la nariz, siento el ardor del golpe y la sangre caliente subiendo a la cabeza (a las dos) contesto la agresión con ambas manos, estrujando sus senos con malicia, apretando, explorando y encontrando aquellos botones que tampoco dudo en pellizcar. Se retuerce y manotea golpeándome los brazos. Pero es solo la sorpresa de no saber qué hacer, si lo hubiera deseado habría subido su rodilla a mis genitales para dejarme adolorido y en el suelo, pero no es así. Las mujeres ante la duda retroceden ese mito me esfuerzo en divulgar.

Va de la molestia a la incertidumbre en un pellizco. Excitada, confundida.

-Te ves hermosa cuando no estas molesta.

Es verdad, lo sabemos todos: ella, yo y su novio por el que estamos discutiendo, pero ¿qué culpa tengo yo de que haya decidido experimentar su homosexualidad conmigo?

-¡Deja de repetir las frases de Hugo!

Reclama indignada. Al fin había encontrado una relación con un hombre amable, dulce, que no fuera una persona toxica y sale del closet con su ex novio en una borrachera… Insisto en que no es mi culpa y que si alguien la ha de tener es ella por no borrar las fotos de su teléfono. De cómo Hugo las encontró y se puso en contacto conmigo ya es otra historia una de la que soy culpable.
Después de un prolongado e incómodo silencio deja de mirar sus zapatos para decir:

-Tenías razón, con eso de que era Gay…
-Te lo dije.

No lo sabía, solo no quería quedarme callado ante la noticia de ya tener novio y que yo solo estuviera cogiendo con ella bajo sus términos. No me enorgullece, ni siento pena por Hugo, lo pidió y supo convencerme con ayuda de suficiente ginebra, ahora él es un hombre liberado, con una tremenda habilidad oral
Ana rompe en llanto, se zafa el primer zapato con ayuda de su pie y luego el otro, mientras que con las manos se desabrocha el cinturón, aprovecho para hacer lo propio. Viene por delante una tarde de sexo endemoniadamente triste, orgasmos dulces y lágrimas saladas.

Por ahí de las 9 o 10 de la noche hará una llamada a su esposo para avisarle que su vuelo se retrasó y que no la espere, tomará un taxi o mejor dicho me pedirá que la lleve. Como retribución por esto dejare mis dientes marcados en su ingle con un enorme moretón y yo andaré toda la semana con la camisa puesta, sus uñas han dejado sendos surcos que no podría explicar.