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Pasé unos pocos días en casa de mis padres, y me di cuenta que estoy llena de manías.
¡Cómo no me voy a sentir bien junto a mis queridos! Sin embargo…
¿Es normal extrañar la soledad voluntaria?
En mi casa soy dueña de los ruidos. Mi reloj biológico funciona de maravilla y ni despertador necesito. Eso de despertarme con puertas que se cierran, conversaciones, colchón blando demás, tropilla de motos pasando casi dentro del dormitorio a cual de ellas más ruidosas…
Pero no solo por ahí es que me doy cuenta que estoy maniática.
En mi casa sé donde exactamente poner la taza o el vaso en el lavadero, para que el chorro de agua caiga exactamente en el centro y no salpique. Conozco los puntos ciegos donde cambiarme de ropa sin cerrar las cortinas. Puedo pasarme una eternidad “limpiando” el cuchillo con queso fundido en el propio pan, hasta estar segura que no llevaré ni una miguita al envase, sin que me pregunten si estoy comiendo o haciendo una cirugía.
La Coca-Cola para mi es sagrada. No la pongo en la puerta de la heladera para evitar que esté “sacudiéndose” cada vez que voy a buscar algo. Imaginen cuando son varios a servirse, y le dan esos sacudones como queriendo acabar con el gas. Traté de obviar este problema comprando en lata…pero no sabe igual. ¡Cómo extraño el envase de vidrio! Esa si que era la verdadera.
Me he dado cuenta que tengo un montón más de manías, pero no los voy a aburrir (ni asustar) contándoselas todas.
Tengo que cambiar.
Tengo que encontrar la manera de por lo menos minimizarlas.
Voy a conseguir un gato o un marido (uno u otro, los dos no me los fumo).
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