EL PATOI

(Parte 2)
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por Alejandra Correas Vazquez
(un relato real)

En el exterior todo era obscuridad. Viento ululante. Tierra. Sal. Polvo. Tormenta de Santa Rosa. Sal blanqueando los campos por su proximidad con la Salina Grande. Afuera era de día y parecía de noche. Adentro era de noche y parecía día, el quinqué daba luz a una gran comida diurna, que pareciera una velada nocturna. La sobremesa invitaba a los discursos y aplausos.
La comitiva ensombrerada acompañante del futuro presidente Dr. Figueroa Alcorta, gozaba de aquella hospitalidad tradicional de que hacían gala los viejos estancieros de antaño, saboreando el buen vino después de una abundante comida. Todos ellos satisfechos de encontrarse allí a resguardo, en el clímax acogedor de la anfitriona y protegidos dentro de esa casa elegante de la cruel Tormenta de Santa Rosa, que ya había obscurecido a todo el pueblo de Santa Rosa. Aquí la luz del quinqué. Allá la obscuridad de la tormenta. Cielo negro. Cristales salpicados de arena.

El DOSEL
……......…

Bajo la cama donde los dos niños de la casa jugaban con sus regalos nuevos, tanto el dosel ostentoso como el cubrecamas de brocato, poco permitíanles ver. El pqueño José María fue entonces en busca de una vela y encontró un candelabro encendido. Lo colocó junto a la cama de modo de alumbrar debajo ella, y se deslizó nuevamente gateando para disfrutar con aquellos juguetes que aún no estaban rotos. La llama de la vela iluminábalos con su contraluz, mientras los niños gozaban de su tesoro infantil.

De improviso la llama del candelabro comenzó a tener ideas propias, y no tuvo inconveniente en trepar por el dosel que casi lamía el piso. Fue caminando por un sendero recto y erecto y encontró en la cúspide del dosel, un rápido espacio para levantar un arco de fuego y humo. Mucho humo. Pues la seda natural provoca humareda antes que llama.

Los niños seguían jugando bajo la cama porque el humo y las llamas habíanse ido para arriba. Como ningún niño jugando advierte si hay calor o frío, ellos continuaron indiferentes a todo, junto al hechizo cautivador de sus juguetes.

El HUMO
…………

En la sala, en tanto, los finos y selectos invitados continuaban la esplendidez de los brindis. Luego, lentamente, minuto a minuto, la habitación elegante e iluminada por un quinqué francés, comenzó a volverse negra. Rostros negros. Manos negras. Toses. Confusión. Todo era allí en el interior humareda y obscuridad ... cual si la Santa Patrona, como queriendo participar de los festejos en homenaje a ella, y brindar con los estancieros junto a ese atildado Dr. Figueroa Alcorta, hubiera traspasado las puertas atrancadas sentándose en medio de todos.

Los invitados querían reconocerse unos a otros y no lo lograban. Tenían los ojos llorosos y tanteaban confundidos muebles y paredes en busca de algún escape rápido, el cual empero, pareciera no hallarse próximo. Al respirar ese aire enrarecido por la seda quemada, ahogábanse y la humareda negra producíales cosquillas y estornudos.

Y cuando las chinitas sirvientas, al tanteo y con palabras supuestamente francesas, abrieron por fin las puertas cerradas con trabas pesadas, que daban hacia el exterior... ¡Todos ellos salieron en tropel hacia la calle! “refugiándose” en la ventolera ululante de la Tormenta de Santa Rosa y en la garúa que ya daba comienzo, principiando un nuevo cambio climático. ¡La tierra estaba convertida en barro obscurísimo y la sal en blanquísima salmuera!

Los elegantes estancieros que habíanse colocado ese día sus mejores galas, los señores sombrerudos de la comitiva oficial, el futuro presidente de los argentinos Dr. Figueroa Alcorta, el prelado, el anfitrión Don Gregorio trajeado de etiqueta ...y su esposa francesa Misiá Jeromita... Todos ellos situados allá afuera, hallábanse ahora a la intemperie completamente asolados por viento, tierra y agua bajo un diluvio completo en el pueblo de Santa Rosa, el día de Santa Rosa y bajo la Tormenta de Santa Rosa.

Apagado el incendio. Arrojado el dosel al exterior. Expulsado el humo por el propio viento que entró como una exhalación dentro de la casa (empujando cortinas, copas y mantelería de lujo al suelo) cuando se abrieron las puertas al huir los invitados hacia fuera. Y aplacada de ese modo la situación crítica... el conjunto de la casa por fin se normalizó. Mientras que la Tormenta de Santa Rosa paseaba copetudamente como Santa invitada, por el interior coqueto de la elegantísima casa de Misiá Jeromita.

Y cuando las chinitas extrajeron a los dos niños, de abajo de la cama, pudieron ver que sus rostros infantiles eran los únicos que no estaban tiznados. ¿Y sus juguetes? ... ¡Completamente a salvo!

Y todos ellos tuvieron en definitiva su último brindis en el descampado. El resto del pueblo campero con pingos, gallinas, perros y lechuzas, estaban ya hacía rato, refugiados bajo protección.

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Cuando los años de su presidencia pasaron y sus éxitos mundanos lo llevaron a una amplia gama de relaciones, fue de pronto en cierta oportunidad a reencontrarse con ese pasado. En una recepción en Europa integrada por una nueva generación de políticos (muy lejos ya de Santa Rosa y sus estancieros) Figueroa Alcorta conoció a un nieto de Misiá Jeromita, muy joven, quien iniciaba esta carrera mundana. Y el viejo político díjole a su comprovinciano, con mucho cariño :

—De mis viajes y anécdotas mundanas se ha grabado siempre en mi recuerdo, por ser completamente distinta a todas, esa recepción que recibí en Santa Rosa en casa de aquella anfitriona tan original como fuera tu abuela, con su encanto personal. Pero me quedó una pregunta que nadie supo entonces responderme y por ello te la formulo ahora … ¿Qué idioma se hablaba en su casa y en tu familia?

—¿En casa de mi abuela Jeromita?... Pues, el francés de París— contestóle el joven muy ufano

Y el Dr. Figueroa Alcorta quedó una vez más mudo de asombro... Como aquel día 30 de Agosto que pasara en Santa Rosa, durante la fiesta de Santa Rosa y bajo la tormenta de Santa Rosa.


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