¡SALVAR LA LUISIANA!

por Alejandra Correas Vazquez

Y sigo recorriendo la preciosa Calle Mayor de Miami donde voy a sentarme sobre el borde de una fuente romántica y blanca, que la adorna a su entrada, con su diseño rococó de toque francés. Supongo que este es el sitio propicio que vengo buscando desde tan lejos, desde Córdoba en Argentina. Es acá donde creo oír (trasladados en el tiempo) los pasos del Capitán Rosendo Salas (un cordobés como yo pariente mío) quien en 1870 acompañando por franceses vencidos de Luisiana buscaron refugio en este colorido territorio floridiano, por entonces bajo pabellón español. Había hecho este cordobés un larguísimo viaje desde América del Sur...¡Para salvar la Luisiana!... Tal como lo solicitaron los obispos argentinos desde sus púlpitos. Para salvar a los católicos del sur, de los protestantes del norte.

Durante los años de mi infancia cuando escuchaba de boca de mis abuelos ese extraño relato, supe ponerlo en la misma bandeja que al Rey Arturo o al Príncipe Valiente. Pero igual también que al Príncipe Negro el cual aparecía como un paladín “para desfacer entuertos” en revistas de aventuras con muchos dibujos. En esas revistas de historietas también lucíase otro personaje encantador: el príncipe Asoka… junto a Patoruzú, Ñancul, la Chacha y Upa. En la misma bolsa de fantasías infantiles.

Me tocó crecer para llegar a ilustrarme que el Príncipe Negro sí había existido en la realidad. Fue un príncipe de Gales que vivía en Aquitania como protector de Castilla. Igualmente era real Asoka, el príncipe hindú que expandió el budismo. Y en esa misma medida de sorpresas, escuché la confirmación que me dieron mis amigos cubanos de Florida sobre la extraña versión que yo tenía de mis abuelos. Andrés Avellanet me confirmó que los cubanos integraron las filas del ejército Confederado del General Lee ¡Para salvar la Luisiana!

¡Qué extraña guerra fue aquélla de la Secesión norteamericana! Concentró en medio del caos, a tanta gente hispanoamericana en el salvamento de Nueva Orleáns, la mágica ciudad francesa y católica. Pero hacia allí partieron los jóvenes hispanoamericanos, como quien va detrás de un sueño. Quizás a una gesta ansiada, dentro del tedio monótono de una clase acomodada y ociosa, hispanoamericana que ahogaba sus pieles juveniles ansiosas de aventuras. Como aquéllas que oían haber vivido por sus ancestros... Pero para luego hallar al fin, su sitio verdadero en el Puerto español de Miami. Y más tarde, dichosos, llenos de luz, dejando atrás el horror de la guerra, pasear gustosos por la Calle Mayor junto a sus esposas francesas de Luisiana.

Eran según me dijeron, tres los hermanos Salas que partieron, pero sólo uno de ellos (Rosendo, como el hijo que en su tierra quedó) escribía de continuo contando a su familia sudamericana, sus paseos floridianos por la alegre Calle Mayor. Debido a lo cual se pensó que era él solamente, el único sobreviviente del grupo de segundones que fueron a la guerra de Luisiana. El Mayorazgo heredero de grandes campos con hacienda vacuna, había quedado en Argentina creo que en la ciudad de Paraná..

Rosendo, ya libre de la espantosa guerra, enviaba cartas contando su “promenade” por la bella Calle Mayor, con su esposa Blanche... bonito nombre para una dama elegante con modales de salón, cabellos dorados y ojos tono cielo ...pero… ¿Podría llamarse Blanche una mulata? ...

Pues al no regresar con ella, toda su familia argentina sospechó que bien podría tratarse de una mujer de piel obscura y no de una rubia francesa. El dijo por correspondencia que ella era la viuda de un hacendado francés muerto en batalla. Lo creyeron al primer momento, pero dos generaciones después empezaron a dudar. Era común que los franceses en sus plantaciones de Luisiana tuvieran una mulata viviendo con ellos, mientras en Nueva Orleáns lucieran sus familias blancas, entre oropeles y valses. Pero de igual forma el decoro galo era parte de esas mulatas refinadas que compartían con ellos, su elegancia y su arrogancia. Si tal era el caso del capitán Rosendo Salas, (quien nunca regresó junto a su familia para presentar a su esposa) su secreto fue bien resguardado.

Se puede apreciar hoy en Florida la presencia de estos refugiados franco-luisianos (creoles se llamaban a sí mismos) en el gran edificio Du Pont y en el barrio elegante “Le Jeune”, donde sin duda se radicó gente joven desterrada de sus lares como su nombre lo indica. Sobrevivientes de aquella cruenta guerra (y que fue muy cruenta). Hay un toque francés en todo Miami que acompaña al español, hasta una arquitectura propia de ese período. .

Camino por la Calle Mayor que ahora se llama Flagger y creo cruzar alegremente a Rosendo y su esposa Blanche. No sé si ella es rubia o negra, pues ambos están ataviados de ropas blancas y translúcidas... y me acompañan en este mediodía de sol, brillante, entre los perfumes de La Florida. Hemos ido juntos a almorzar en La Camila y luego iremos a pasear al Bay Front, para sentarnos en ese parque que contempla al extenso mar por el cual los marinos de antaño, vascongados navegantes, arribaban aquí desde la península española. Esta isla de coral pegada al continente los acogió entonces tanto como me acoge ahora a mí, y me siento una floridiana más, impregnada del aroma de todas sus flores. Los canarios celestes pósanse sobre mis pies, comiendo migas de galletas que caen de mis manos. Y no me siento sola aquí, pues Rosendo y Blanche me acompañan, vestidos de ánimas alegres, muy blancas.

De pronto veo un colibrí ¡Sí, un Kolibrí floridiano! en su vuelo violeta perlado ha posado en aquella mata de flores perdiéndose luego hacia la lontananza ¿A dónde dirige su viaje? Quizás ...hacia nuestra guaranítica provincia argentina de Corrientes, en la que aún hoy se habla y se conserva intacta, la lengua seminola.



------------------000000000000------------------

