2 – DESPEDIDA de GABRIEL
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Alejandra Correas Vázquez

Llegaste entonces Gabriel con tu aire montaraz cálido y dulce, cabalgando en tu potro alazán, como la infancia que nos uniera. Desmontaste erguido, esbelto y natural inconsciente de tu esplendor nativo, donde la energía inicial se concentra junto al misterio de un pasado, subyacente en las raíces mismas de los talas. Como el aromo en su belleza arisca, la sierra corría por tus venas milenariamente… desde un remoto pasado sin tiempo. Incalculable…

Quizás te contemplé por un momento, por vez primera, en forma diferente. Estabas como yo en ese apogeo donde comienza la juventud, donde todo es bello porque es nuevo. Como son bellas las flores al romper los pimpollos. Mas eras, Gabriel, un cardo de planta espinosa cuyo violeta azulado compite con el cielo, cuando se esconde en el horizonte recortado por el monte.

¡Pero era mi partida! Era mi despedida a una existencia que para mí no habría de repetirse. Ya no serías más nuestro guía por senderos desconocidos, ni buscaríamos más tu ingenio para lograr el retorno a través del monte inexplorado, cuando al atardecer nos enceguecían las sombras y añorábamos el calor del bracero enrojecido …No serías más el héroe que nos salvaba de esa amenaza de las víboras —artera yarará— en medio de la maraña agreste y espinosa, tras cuyas piedras se enrosca el inquietante enemigo.

Ya no te buscaríamos más para conducirnos hacia nuevos depósitos con placas de mica negra o plateada, cuando escapábamos por las ventanas de la vigilancia del Abuelo, en las silenciosas horas veraniegas de la siesta.

Yo me alejaba de estas sierras aromáticas y coloridas, vivenciales en su entorno, nevadas en invierno o con su verdor veraniego. Cubiertas siempre por vertientes cristalinas entre pircas enyuyadas, recorriendo sus laderas. Me apartaba con prisa en aquel atardecer, dejando atrás mío ese conjunto que me hizo crecer. Dejaba a mis espaldas mil imágenes impresas en el paisaje de nuestra casona solariega, que nos cobijara juntos hasta entonces. Era aquélla la vida que para mí no habría de volver. Aquélla, tal cual era… ¡Tal cual fue tánto tiempo!

Entonces me pregunto cuando me incorporo al instante aquél, cuando desmontaste de tu alazán para despedirme, en ese atardecer melancólico de marzo inundado por el otoño, cuando el monte comienza a desnudarse para ofrecer su paisaje de espinos. Cuando los talas descubren su ramaje obscuro y centenario. En ese momento en que comprendí que ya no éramos niños y que nuestras existencias paralelas iban a bifurcarse... ¿Por qué no vi entonces que te abandonaba en el surco de un camino de huella?

Surco áspero, agrietado, arisco y personal, hecho para un solo hombre. Para aquél que vaga con sus pensamientos sobre el escenario de nuestra sierra indomable y salvaje. Donde los churquis agrietan el cemento de los caminos linderos. Donde el arroyo crecido derrumba las construcciones cercanas.

Hoy que te recuerdo como el intérprete principal de ese sonriente pasado, entre la arenisca dorada de los ásperos valles invernales salpicados con planchas de mica, tu imagen se me transforma en una figura milenaria… Como corporación sobreviviente de tus antepasados nativos... ¡Cuyos fantasmas nos acompañaron tanto tiempo por las excursiones serranas!

Tenías en aquel momento el esplendor de la naturaleza que nunca ha perdido su esencia original. Virgen en su poder ancestral, pura y cautivante como los brotes jóvenes de los árboles. Bajaste con prisa de tu alazán, ágil y sonriente, para montar nuevamente tras breve despedida, como si percibieras que el espléndido animal realzaba tu arcaica figura. Eras la sobrevivencia de un mundo antiguo, cuya identificación con la sierra provenía de una voz de la especie más profunda, que todo lo que te unía a mí.

Estabas, Gabriel, incorporado al monte por una procreación nacida en el origen del espino. Y el monte se rebelaba como tú, contra el cemento y los motores. Quizás, hoy creo, que por ello tu despedida fue tan rápida y corta. Y en el bullicio de mi partida y el equipaje, dejaste atrás tuyo una estela de polvo que te ocultó rápidamente, antes de que yo lo comprendiéra.
Una voz, una conciencia, más fuerte que todo el poderío mecánico de este mundo hacia el cual yo partía …¡Te lo había dicho todo!

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