Juan era un tipo brillante, de esos que podrían resolver complicadas ecuaciones en tan solo unos segundos y si tener que escribirlas. Su personalidad sencilla y humilde hacia que todos abusaran un poco de su nobleza, como su familia culera que usaba su talento para hacer drogas de alguna clase, nunca quiso entrar en detalles y nadie se animó a preguntarle más.
El ambiente en el que vivía tampoco le ayudaba, una vieja vecindad enclavada en Tepito, en el mero centro, la zona chacal a dónde no iba la policía ni por error.
Con el tiempo desarrollamos cierto grado de amistad, era el único con el que podía hablar de libros, política y todo aquello que no puedes decir en voz alta porque simplemente nadie más lo entendería.
Yo me sentía inteligente, hasta que le conocí. Dejó más dudas a las contadas respuestas que creía tener. Era uno de esos últimos días de clases en los que no haces nada solo divagas, pero prefieres estar en la escuela que en casa. Una secretaria interrumpe la historia del fracaso amoroso del profesor García. Para llevarse a Juan con ella, a lo que sería el pasillo, para luego gritarle que su madre estaba muerta. No sé si lo grito o se hizo el típico silencio chismoso que espera enterarse de todo.
Entonces juan volvió al salón, con los ojos enrojecidos y envuelto en lágrimas de un profundísimo dolor. Poco a poco nos fuimos uniendo a él en ese pesar. Finalmente el día terminó, pero él seguía ido. Lejos. En algún recuerdo que quizá le diera paz. Todos salieron lo más lento posible. Quedamos los dos. Vamos -dije- como un buen niño agarro sus cosas y me siguió.

Llegar a su casa fue fácil, en el camino me enteré que sus hermanos no estaban, uno estaba muerto hacia años, el otro en la cárcel por un asalto que terminó en muerte y los otros dos se habían tenido que largar por un tiempo, dejándolo a él, el más pequeño para lidiar con un funeral sin familia. Ocupaba un cuarto pequeño en la vecindad que pagaba haciendo el mantenimiento de la misma, apenas una cama, un escritorio, radio y muchos libros con un baño compartido con las otras 40 familias o más que ahí residían.

Me recordó tanto el lugar dónde viví por muchos años. El gran dolor de Juan por la pérdida de su madre fue no alcanzar a verla antes. Tenía años sin saber dónde estaba, solo que no debían buscarla por qué" le iba mejor sin ellos" sobre entendí que era una prostituta que los había dejado al cuidado de un tío.

Finalmente Juan fue vencido por el sueño. Tuve que retirarme de aquella fortaleza de la soledad que a pesar de estar rodeada de tantas personas te hacía sentir pequeño y desamparado. No siquiera había podido dar tres pasos fuera cuando unos finísimos caballeros de mona en mano y desarmador en la otra se acercaron a exigirme mis pertenencias. Ni siquiera estaban en condiciones de entender quién era Juan su vecino y amigo y que por extensión yo debería serlo con mi preciado conocimiento para salvar vidas.

Sin más abrí la mochila para que sustrajeran cartera y celular, pero se fueron con la finta de un poco de Maicena que no recordaba traer, atascados y adictos se aseguraron de esnifar la media bolsita que traía, perico dijeron que era.
Entonces el primero callo mientras convulsionaba, los otros dos se sacaron de onda, pero no dejaron de inhalar. Pronto una mancha roja salió de sus pantalones y boca, ya espantados quisieron moverlo, ayudarlo. Otro de ellos resbaló y aterrizó sobre su desarmador añadiendo más sangre a la mezcla.

Segundos después el que seguía vivo me tenía contra la pared con su punta clavada en la panza. Por motivos fuera de mi comprensión no me estaba culpando de la muerte de sus dos amigos, balbuceaba algo de un pazon y que no les tocaba a sus compas... Ahora debía ayudarlo a llevarlos a algún destino. Se gira para buscar algo entre unas bolsas negras de plástico que había tildado de basura para sacar 4 bolsas grandes.
Dudé entre correr o ayudar a mi asaltante. Esa indecisión me costó la libertad y ahora sostenía la cabeza de uno de sus compas mientras le deslizaba la bolsa desde los pies hasta la cabeza, dónde le hizo unos nudos de niño explorador. Lo sé porque yo hubiera hecho los mismos.
Repetimos la operación con el otro cuerpo, solo que a este lo trató con más cuidado y cuando pensó que no lo estaba viendo le dio un beso rápido en la boca y entonces cerró la bolsa.

Me subió al otro a los hombros, y él llevaba a su querido en los brazos cuál si de una princesa de cuentos de hadas se tratase, podía sentir la humedad de la sangre sobre mi hombro y espalda. En casa esquina me daba instrucciones, otra calle más, vuelta aquí... En todo el camino ni un alma se cruzó por delante, creí ver a alguien espiando en una esquina, pero al llegar a ella ya no estaban.

Dos calles después estábamos en la avenida enfilados para entrar al metro que de nuevo encontramos vacío. Comenzaba a creer que el muerto era yo y este era mi infierno. Hasta que bajamos al andén dónde varias personas levantaron la vista para ver al de la mona y su bolsa negra y al otro idiota cargando un bulto. Llegando al final del andén pensé que sería el final del recorrido y ya estaba elaborando mi plan de escape cuando recibe una patada en las nalgas y un "síguele puto o vas a ver"

Bajamos a vías y ninguno de mis peros sirvió de algo. Con el espacio reducido y la oscuridad avancé lento, tratando de ganar tiempo. Estaba seguro que una vez termináramos seguiría yo, como si oliera el miedo me pateaba de nuevo y hacía avanzar.
Un metro paso en sentido contrario alumbrando un tanto del camino, creí ver un niño de unos 3 años, muy sucio, enojado y con su carita pequeña intentando parecer malo, incluso enseñaba los dientes en un acto de fiereza. Por un momento considere que ese era su hogar, baje la vista su playera rota que dejaba ver unas tiras colgando como si cargara algo con sus manitas, el metro arrojo luz de nuevo el tiempo suficiente como para reconocer sus intestinos colgando, el metro se va, el niño con él. Entonces sentí mojados los pantalones. Me orine del susto.

Tiran de la playera para que gire a la izquierda, tres zapes después entiendo que debo agacharme para pasar por un pasadizo ancho pero no muy alto, tengo que gatear, de otra forma no paso.
A oscuras y con miedo es difícil saber cuánto tiempo caminamos o anduve gateando. Finalmente llegamos a una especie de bóveda ligeramente iluminada. Suena una caída de agua pero no logro ver el origen, el aire es pesado y apesta a caño. Conforme pasa el tiempo los ojos se adaptan a la luz y poco a poco logro distinguir bultos amontonados por doquier.

Son, son, son… cuerpos y es olor a muerto.
Así como termine de depositarlo a los pies de otro bulto, vi al niño por última vez, luego sonó un ruido fuerte y una luz que encegueció todo.
Esa fue la última vez que recuerdo estar vivo. Ahora deambulo intentando despedirme.