Todos sabemos que Fernando tuvo un accidente no hace mucho. Se debatía si se había desmayado o no...entre otras cosas. También se habló de que no correría en Malasia (según Dennis)...peeero ya tenemos noticias frescas.
Dennis admite su error al negar la conmoción de Alonso
El dueño de McLaren se disculpa por su precipitado análisis y confía en que Fernando corra en Malasia. "Que yo sepa correrá, pero es su decisión, no la mía", afirma. Ron Dennis, propietario de McLaren, ha reconocido en Melbourne que se precipitó en su valoración del accidente de Fernando Alonso en Montmeló y que cometió un error al decir que no había sufrido una conmoción. "No fue mi mejor actuación. Entiendo por qué la prensa me apalizó por ser inexacto. Yo quería ser honesto y abierta. Fallé. Pero mi objetivo es tratar de ser lo más honesto posible en el futuro", afirma.
En aquella rueda de prensa, Dennis puso en duda el motivo del accidente, achacando al viento la mayor parte de la culpa, pero negó cualquier culpa de sus monoplazas. "Hay un montón de complejidades a cerca de la conmoción cerebral. Es difícil de cuantificar, y va más allá de mi área de especialización", asegura.
Dennis confía en que Fernando esté en Malasia, pero insiste en que es decisión médica. "No es mi decisión. Pero que yo sepa Fernando estará en Malasia. Tengo todas las razones para creer que estará allí. Hablé con él en el camino hasta aquí. Quiere correr allí. Espero que lo haga, pero es su decisión, no la mía", insiste.
Fuente: MARCA.com
Y ya aprovecho a poner una anécdota de Lobato redactada en un libro lleno de buenos recuerdos que Antonio comparte, llamado "Volando sobre el asfalto", el trozo que me gustó se titula:
Mi primera vez con Fernando
Mi primera vez con Fernando
Después de Mónaco llegó el Gran Premio de Europa en
Nürburgring. En este
circuito, el viernes y el sábado del fin de semana
de la carrera se organizan las
hot laps
, vueltas para los aficionados que se dan en coches
de calle y que
conducen los propios pilotos de Fórmula 1.
Sobre las seis de la tarde, en la recta principal,
los vehículos esperaban
aparcados en batería junto al muro, organizados por
equipos. Ferrari llevaba un
par de sus modelos más potentes; McLaren, dos Merce
des AMG; Jaguar, sus
unidades más deportivas; y Renault, un par de Mégan
e Sport. Junto a ellos, los
conductores, miembros del departamento comercial de
cada escudería y una fila
de aficionados a los que iban distribuyendo por coc
hes. No estaban todos los
pilotos — hay que decir que los más veteranos suele
n huir de este tipo de accio-
nes—, pero sí la mayoría y algún que otro suplente.
Fernando Alonso se
encontraba allí, enfundado en su mono de competició
n y con su casco puesto.
Empezó el evento. Los chirridos de las ruedas cada
vez que arrancaba un
coche provocaban risas nerviosas entre los que agua
rdaban para vivir la
experiencia, y el eco húmedo de Nürburgring acercab
a las derrapadas de los que
en ese momento estaban en la pista. Cuando el sonid
o de las ruedas arrastrándose
en la distancia era más largo de lo normal, la gent
e se inquietaba pensando que la
maniobra, que no alcanzábamos a ver, pudiese haber
terminado mal. En aquellos
momentos, en el asfalto se mezclaban veinte pilotos
con vehículos muy distintos
y, aunque eran menos potentes que un Fórmula 1, la
competitividad provocaba
constantes piques y salidas de pista; también algún
que otro trompo, algo habi-
tual. Desde la línea de meta sólo se veía la última
curva. Por ella aparecían de
repente los coches completamente ladeados con sus n
eumáticos chillando como
jabalís heridos. Después, siempre la misma maniobra
: reducción de velocidad
para colocarse otra vez en la posición de salida, b
ajada de los tres aficionados
con caras pálidas y desencajadas, algunos sonriente
s, otros no tanto, y cesión de
sus cascos a los tres siguientes. Mientras tanto, y
o grababa esta locura con mi
compañero el cámara. En una de éstas, Alonso se baj
ó del coche y me gritó:
—¡Eh,
Lobit
! — así me llamaba a veces en ese primer año—, ¡cog
e un casco
y súbete!
En realidad, más que pedírmelo, me lo ordenaba. Dud
é y al final le dije que
no, pero, sinceramente, Fernando no suele aceptar e
sta palabra. Así que se dirigió
hacia el primer aficionado que guardaba cola, le qu
itó el casco de las manos y me
lo entregó. No me quedó más remedio que subir al co
che. Me coloqué en el
asiento justo detrás del conductor. A mi lado un af
icionado alemán; y delante, de
copiloto, otro. Alonso esperó el permiso para salir
. Cuando el encargado de
seguridad le dio luz verde, respondió haciendo derr
apar las ruedas delanteras. No
sé muy bien cómo lo hacía: jugaba con el freno de m
ano para conseguir que las
ruedas de delante girasen y derrapasen y el coche n
o se moviese. Después de
unos cinco segundos, el coche salió disparado por l
a recta con una aceleración brutal para ser un Mégane. La sensación en el estóm
ago la recuerdo horrible.
Pensé que no debería durar mucho. A los pocos metro
s ya estábamos lanzados, y
el vértigo de montaña rusa se desvaneció. La veloci
dad aumentaba: 170, 180,
190, 200, 210... Los doscientos caballos del Renaul
t no daban para más y la recta
se acababa. La primera curva a la derecha de Nürbur
gring se adivinaba a pocos
metros, y nuestro conductor no tendría más remedio
que frenar fuerte, pues a esa
velocidad resultaría imposible pasarla. Se trata de
una curva bastante cerrada que
en ese coche, con suerte, podría pasarse a setenta
u ochenta kilómetros por hora.
El problema era que Fernando no frenaba y estábamos
llegando al punto que
elegiría cualquier conductor sensato para pisar el
pedal. Sin embargo, él no lo
hacía y la tensión subía cada décima de segundo. Fu
e entonces cuando se giró
hacia atrás y me miró. Estaba dando la espalda a lo
que quedaba de recta y me
observaba desafiante. No dijo nada, sólo hablé yo.
—No me vas a acojonar — le mentí.
Mi colega de sufrimiento en el asiento de atrás no
aguantó más y gritó:
—
Achtung, achtung!
Fernando movió la cabeza hacia él, luego otra vez h
acia mí y, de repente, se
giró hacia delante al tiempo que frenaba con toda s
u alma y entrábamos en la
curva. El cinturón nos pegó una sacudida tremenda,
todo nuestro peso estaba
sujeto por él. Era demasiado tarde. El coche perdió
la estabilidad, la parte de
atrás empezó a girar en sentido de las agujas del r
eloj y cuando todo estaba
perdido, o al menos eso creíamos los tres inocentes
que lo acompañábamos, el
piloto giró el volante con una mano hacia un lado y
hacia el otro e hizo la trazada
de la curva con el coche completamente cruzado, a l
a vez que regulaba con su
mano derecha la temperatura del aire acondicionado.
Resignado, le solté: «¡Qué
cabrón!», pero él no contestó. Se limitó a sonreír.
Cada grito en el coche provocaba automáticamente la
risa de Alonso, que me
controlaba por el espejo retrovisor. Lo había coloc
ado adrede con el ángulo
correcto para lograr ese fin. Después de completar
los cinco kilómetros del
trazado, nos dejó de nuevo en la recta con el estóm
ago (y algunas cosas más) en
la garganta y una sonrisa tonta en la cara. El olor
a pastillas de freno
achicharradas se hacía visible al bajar del coche y
ver como de cada una de las
ruedas salía un hilo de humo que anunciaba que el v
ehículo ya no iba a rodar mu-
cho más.
Después de la excepción de Mónaco con la victoria d
e Trulli, todo volvió a
la normalidad. El domingo Schumacher ganó en casa.
Sexta victoria de la
temporada. Fernando Alonso terminó quinto.
Editorial Planeta.
Fuente: Antena3