EL INDIO QUE PERDIÓ EL PONCHO
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por Alejandra Correas Vázquez
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Siempre salió a mi encuentro. El es el “Indio que perdió el Poncho”

Lo conocemos y convive con nosotros, como un habitante más de esta ciudad universitaria de Córdoba, en Argentina. Una ciudad nacida a raíz de una expedición casual o misteriosa, y gestada por gente desterrada en 1573.

Pero el “Indio que perdió el Poncho” está siempre allí, inmutable, de vigía, saludando a los viajeros que entran y parten de nuestra ciudad. El nos espera. Sale a nuestro encuentro con su mano en alto deteniendo a los ómnibus donde debemos subir. Pero siempre reclamando su poncho perdido en medio del Boulevard San Juan. Lleva una larga vida recibiendo y despidiendo cordobeses. Turistas y pasajeros. Visitantes y permanentes.

Con su pluma y su faldellín, descalzo, ataviado como nunca estuvieron los indios de esta zona. Pues así lo concibió el artista francés que lo modeló, al mejor estilo europeo, para que la estatua de bronce permitiera a un “indio en pata” convivir a una cuadra del Colegio Monserrat y de la Universidad junto a los doctores.

Todos lo amamos. Su “novela” trasciende al tiempo convirtiéndose en imagen citadina. En ese relato que todos conocemos, el Indio ha perdido su poncho... Gravísimo problema para un indígena sudamericano... Pues nunca se vio en el Cono Sur sudamericano a un indio “en cueros”. Con un torso desnudo, porque dentro de la indiada el desnudo es “Tabú”.

De allí que la insolente desnudez masculina concebida por el escultor europeo abriera tanta polémica e hilaridad… ¡Un indio sin poncho! … ¡Se lo robaron!

Incluso los indios amazónicos, quienes viven en un clima de calor infernal, donde no se soporta el ropaje, tampoco llevan el torso desnudo: lo “visten” con colores. Se lo pintan entero. Cumplen a su medida con el Tabú americano. Ellos no mostraban el cuerpo. Incluso en la zona patagónica los ranqueles, onas, tehuelches, mapuches, todos ellos cubrían el cuerpo con pieles. Ninguno mostraba su torso.

Además el artista francés le quitó sus usutas u ojotas (las sandalias indias) a nuestro indio cordobés, lo cual es inconcebible. Pues precisamente los fundadores de la ciudad de Córdoba acercábanse hasta la aldea india que entonces habitaba en la ribera del río Suquía (que después sería el centro de la de ciudad Córdoba) para adquirir estas sandalias nativas. Pues las largas botas españolas ya estaban deshechas, por el largo viaje desde el Al Perú hasta Córdoba (lo que hoy es desde Bolivia a Argentina). O sea que fueron de compras a las zapaterías de un indio en pata.

Pero nuestro amado indio cordobés, el único, simpático y simbólico, será siempre el “Indio que perdió el Poncho”.

El artista francés que lo concibiera robóle por empezar el poncho, y el pobre indio aún recorre Córdoba buscándolo. Se dirige a la estatua de Vélez Sarsfield, quien le señala con el dedo la larga avenida subsiguiente… Y siguiendo por ella de camino se encuentra con el General Paz, en figura ecuestre, con los dos brazos intactos (porque el “Manco Paz” perdió un brazo en batalla). Y allí, este héroe de la guerra con Brasil (venció a los “bandeirantes” en Ituzaingó) eleva su brazo y lo envía a Barrio General Paz… Y el cuento continúa con otras figuras históricas en bronce, que le hacen dar vueltas la ciudad….

¡Pero el poncho no aparece!

El artista francés le quitó las usutas dejándolo descalzo (en pata). Incluso regalóle una pluma para lucir en la cabeza, adorno que ningún indio de esta zona llevó nunca. Y de ese modo el pobrecito debe correr con ella muy incómodo, sin perderla …y agradecido… sin comprender su significado. Pues no se le permitió ir a su “coiffeur” personal —que siempre tuvo— para que le hiciese uno de esos tocados complicados cargados de piedresillas, como se ven en las terracotas que se han hallado.

Y además de ello, como si esto fuera poco, tiene que correr a pie y descalzo por las calles cordobesas con el asfalto lleno de baches, que desgarran la piel. Su figura de bronce con los brazos en alto corre inútilmente tras el ómnibus que parte rumbo a la sierra. Los choferes no quieren subirlo porque no luce una presencia adecuada.

Pero es nuestro Indio. A él nos remitimos en forma permanente con motivos especiales.

—¡Chofer¡ ...bájeme en el Indio.
—¡Chofer! …¿Cuánto falta para llegar al Indio?
—Tomarás este ómnibus que te indico junto al Indio.
—Amor mío te espero en el Indio.
—Ayer te vi caminado cerca del Indio.

El Poncho más famoso de Córdoba no existe. Nadie nunca lo ha visto ni podrá verlo, pues es el poncho metafórico del “Indio que perdió el Poncho”.


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