En tiempos de Noé, recién concluido el Diluvio, Jehová Dios afirmó el valor precioso de la vida humana y luego declaró: “Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre”. (Génesis 9:6.) Es patente que esta declaración no*validaba indiscriminadamente la venganza; significaba, más bien, que las autoridades humanas legítimamente constituidas tendrían desde aquel momento la autoridad de ejecutar a los homicidas.
En el antiguo Israel, la Ley que Dios transmitió por medio de Moisés estipulaba la pena de muerte para ciertas ofensas graves. (Levítico 18:29.) No*obstante, la Ley también disponía que hubiera un juicio imparcial con testigos presenciales, así como otras medidas que ponían coto a la corrupción. (Levítico 19:15; Deuteronomio 16:18-20; 19:15.) Los jueces debían ser hombres devotos que rendirían cuentas al propio Dios. (Deuteronomio 1:16, 17; 2Crónicas 19:6-10.) Por consiguiente, había medidas para evitar los abusos al aplicar la pena capital.
En la actualidad no hay en la Tierra ni un solo gobierno que, como el antiguo Israel, represente la justicia divina. Aun así, los gobiernos todavía actúan de diversas maneras como ‘ministros’ o agentes de Dios, pues mantienen un cierto orden y estabilidad, y prestan servicios públicos esenciales. El apóstol Pablo recordó al cristiano que obedeciera a tales “autoridades superiores” y luego agregó: “Si estás haciendo lo que es malo, teme: porque no*es sin propósito que [el gobierno] lleva la espada; porque es ministro de Dios, vengador para expresar ira sobre el que practica lo que es malo”. (Romanos 13:1-4.)
“La espada” a la que se refirió Pablo simboliza el derecho del gobierno a castigar a los criminales, incluso con la ejecución. Aunque los cristianos reconocen este derecho, ¿deberían tratar de hacer valer su opinión sobre cómo se ejercita?

Debe admitirse que, aunque en muchas ocasiones los gobiernos humanos blandieron “la espada” en conformidad con la justicia, también han cometido atropellos. (Eclesiastés 8:9.) En la antigüedad, el gobierno romano fue culpable de valerse de “la espada” para ejecutar a siervos inocentes de Dios, como Juan el Bautista, Santiago e incluso Jesucristo. (Mateo 14:8-11; Marcos 15:15; Hechos 12:1,*2.)
En nuestra época se han perpetrado abusos semejantes. En varios países, algunos siervos de Jehová de indudable inocencia han sido ejecutados “legalmente”, sea en el paredón, la guillotina, la horca o las cámaras de gas, por gobiernos que pretendían eliminar el cristianismo. Las autoridades que abusen de su poder tendrán que rendir cuentas a Dios. Son culpables en sumo grado de derramar sangre. (Revelación [Apocalipsis] 6:9, 10.)
Al verdadero cristiano le estremece la sola idea de ser culpable ante Jehová Dios de derramar sangre. Por ello, aunque reconoce el derecho del gobierno a usar “la espada”, le consta que a veces se ha utilizado mal, como arma persecutoria, o con excesivo rigor en algunos casos e improcedente blandura en otros. ¿Cuál debería ser, por tanto, la reacción del cristiano ante el debate sobre la pena capital? ¿Participaría en él a fin de cambiar la situación?

Los cristianos auténticos procuran tener siempre presente un principio esencial: Jesucristo mandó a sus seguidores no ser “parte del mundo”. (Juan 15:19; 17:16.)
¿Puede el cristiano que obedece dicha orden debatir sobre la pena capital? Es patente que no, pues, en último término, es un asunto sociopolítico. En Estados Unidos, los aspirantes a cargos políticos suelen incluir como elemento clave del programa electoral su postura ante la pena de muerte, sea que la favorezcan o la repudien. Debaten con vehemencia el tema y se aprovechan de la reacción que suscita para atraer votantes a su causa.
El cristiano haría bien en meditar en esta pregunta: ¿Habría participado Jesús en la controversia acerca del uso que dan a “la espada” los gobiernos del mundo? Recuerde que cuando sus paisanos intentaron que interviniera en la política, “se retiró otra vez a la montaña, él solo”. (Juan 6:15.) Es muchísimo más probable que Jesús hubiera dejado este asunto en las manos de quienes Dios había dispuesto: los gobiernos.
Hoy, igualmente, cabría esperar que los cristianos se guardaran de disputar sobre el asunto. Reconocen que los gobiernos tienen el derecho de actuar conforme a su voluntad, y, dado que los ministros cristianos no*son parte del mundo, ni*piden apoyo a la pena capital ni*promueven su abolición.
Más bien, tienen presentes las palabras de Eclesiastés 8:4: “La palabra del rey es el poder de control; y ¿quién puede decirle: ‘¿Qué haces?’?”. Efectivamente, a los ‘reyes’ o políticos que gobiernan el mundo se les ha concedido hacer su voluntad. Aunque ningún cristiano tiene la autoridad de exigirles que rindan cuentas, Jehová sí, y va a hacerlo. La Biblia nos da razón para anhelar el día en que Dios hará justicia definitiva por todo crimen o abuso cometido por “la espada” en este viejo mundo. (Jeremías 25:31-33; Revelación 19:11-21.)