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Tema: Pseudoveltíosis natanatórica.

  1. #171
    Fecha de Ingreso
    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 166]
    Debían ser ya los finales del invierno, o los comienzos de la primavera del año 70, cuando Tito acampa en Gibeah de Saúl, a 30 estadios (5'5 kilómetros) al norte de Jerusalén, con las legiones XII y XV. Entonces, el futuro emperador, escoltado por 600 jinetes, que probablemente serían sus singulares, decidió hacer un reconocimiento de la ciudad con el propósito de juzgar el ambiente que se respiraba dentro de ella, ya que parecía que por fin se había calmado la oleada de disputas entre las distintas facciones. Sin casco ni armadura, en paralelo a las murallas, efectuó la maniobra, quizás confiando en que la rapidez de las caballerías le permitían semejante acción sin riesgo alguno. Pero en un momento dado, por sorpresa, un grupo de rebeldes realizó una salida que pilló por sorpresa al propio Tito, quien, gracias a que un puñado de jinetes se quedaron con él para protegerlo, salió ileso del peligroso trance (de otra forma, seguramente hubiera caído en manos de aquellos judíos). Los demás jinetes habían huido en desbandada, pensando que todos, incluso Tito, habían hecho lo mismo.

  2. #172
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 167]
    Al día siguiente, las legiones empezaron a establecer sus campamentos, no sin antes preparar el terreno para su asentamiento haciendo desaparecer los desniveles existentes, talando los árboles de alrededor y desbrozando la campiña de las inmediaciones con vistas al asedio. Las legiones XII (Fulminata) y XV (Apollinaris) levantaron sus campamentos en el monte Scopus (Escopo), que estaba aproximadamente a una milla (1'6 km) al nordeste de Jerusalén, mientras que la legión V (Macedonica) hacía lo mismo unos centenares de metros más atrás. La legión X (Fretensis), aislada del resto, acampó en las inmediaciones del monte de los Olivos, un poco más arriba del valle de Cedrón, pero, cuando aun no había terminado los trabajos de asentamiento, súbitamente, los judíos organizaron un ataque combinado cruzando el valle de Cedrón y pillaron por sorpresa a la legión. Muchos legionarios huyeron despavoridos, mientras otros, a las órdenes de centuriones y oficiales, apenas pudieron formar una línea de contención frente al ataque sorpresa. Tito fue avisado de la escaramuza y corrió presto junto con sus singulares a contrarrestar la ofensiva, consiguiendo que los legionarios que habían huido regresaran a apoyar a los demás. A continuación, Tito cargó con su caballería hacía el flanco de los rebeldes y los jinetes romanos, muy superiores a los jinetes judíos, consiguieron hacer huir a éstos y obligaron al resto de los judíos regresar por donde vinieron. Finalmente, viendo que el peligro había pasado, Tito ordenó reanudar la construcción del campamento, estableciendo una fuerza de cobertura formada por cohortes auxiliares y otros soldados de refuerzo. Pero hubo de nuevo otra oleada rebelde de tal ímpetu que Tito se vio obligado a luchar cuerpo a cuerpo a la cabeza de sus tropas, a las que se sumó de nuevo la legión X; y finalmente consiguieron detener el ataque y reunir de nuevo a la fuerza que hacía de cobertura, permitiendo a los legionarios regresar a las tareas de asentamiento y completar por fin la construcción del campamento.

  3. #173
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 168]
    Juan de Giscala (el antiguo rival de Josefo en Galilea) derrota a Eleazar y sus fanáticos y se hace con el control del Templo. Por lo tanto, las facciones quedan reducidas a dos, a saber, la capitaneada por Simón bar Gioras, con 10.000 judíos y 5.000 idumeos, y la liderada por Juan de Giscala, con sus 6.000 zelotes originales más 2.400 zelotes de Eleazar que se han afiliado a él. Simón controla la Ciudad Alta y la Ciudad Baja, y casi toda el área cubierta por la segunda y la tercera murallas; Juan controla el Templo y sus alrededores; y parece que la zona limítrofe entre ambos fue reducida a cenizas. Por su parte, los romanos casi han acabado ya los trabajos de construcción y asentamiento para sus diferentes campamentos, en tanto que un hombre iba a tomar ahora el protagonismo: Flavio Josefo. El antiguo prisionero, liberado por el indulgente Vespasiano y que se había granjeado la amistad de Tito, iba a ser usado como instrumento de guerra psicológica. En efecto, los romanos, antes de realizar cualquier tipo de asedio, primeramente instaban a los asediados a que se rindiesen, procediendo, como es natural, a pasar al ataque si la respuesta era negativa. Habitualmente, el comandante en jefe, en este caso Tito, debería de ser el que instara a la rendición de los rebeldes judíos, pero en esta ocasión no sería así. Tito, inteligentemente, y sabiendo que el asedio podría ser largo y costoso, tenía como gran baza a Josefo, pues éste fue anteriormente uno de ellos y porque hablaba la misma lengua, y su elocuencia podría resultar muy útil; además, sabía, más que nadie, lo que estaba sucediendo en la capital, gobernada por dos facciones que tendrían sometido al resto del pueblo, harto ya del desarrollo de la guerra y de estar bajo las órdenes de dos cabecillas fanáticos. En estas condiciones y como solución para evitar el conflicto armado, Tito ordenó a Flavio Josefo que fuera el encargado de dar el discurso a los sitiados. La primera arenga pareció que iba a tener algo de resultado, pero demostró ser inocua, ya que aunque al día siguiente aparecieron rebeldes apostados sobre las murallas pidiendo la paz de forma empecinada, prometiendo a los romanos que les abrirían las puertas si llegaban a un acuerdo, sin embargo, resultaría ser una treta: Un grupito que simulaba ser extremista fue expulsado de la ciudad y consiguió atraer a un destacamento romano hasta quedar al alcance de los proyectiles que se arrojaban desde lo alto de la muralla, causando numerosas bajas entre los romanos en su intento de huir cuando hubieron descubierto el engaño. Al enterarse Tito del suceso, éste montó en cólera contra los supervivientes por haber actuado sin previa orden, y pensó castigarlos severamente con la pena capital para que los demás tomaran ejemplo, pero la actuación de los otros soldados, implorando clemencia para los posibles condenados, hicieron recapacitar al futuro emperador de que la ejecución de los soldados no sería la mejor opción, no sólo por diezmar a las tropas sino también para no ver menoscabada su reputación; así que, al final, suponiendo que ya había quedado clara la importancia de mantener una estricta obediencia, les perdonó la vida.

  4. #174
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 169]
    El 1 de mayo del año 70, Tito mueve el campamento hacia el oeste y noroeste de Jerusalén, a una distancia de 2 estadios (unos 400 metros) de la torre Psefino, que está empotrada en la tercera muralla de la ciudad, la que rodea la ciudad nueva (Bezeta); pero la legión X permanece en el monte de los Olivos. A continuación, Tito rodea las murallas para seleccionar un punto de asalto, acompañado por el tribuno Nicanor (antiguo amigo suyo de Galilea) y de Josefo, en una postreta tentativa de negociar con los rebeldes. Pero Nicanor es alcanzado por una flecha en el hombro izquierdo, mientras que Josefo no conseguía convencer a los sitiados. Por lo tanto, Tito, viendo que las negociaciones eran inútiles, pasó a la acción, ordenando a las legiones XII (Fulminata) y XV (Apollonaris) que estuvieran preparadas para entrar en combate inmediato y se situaran a 2 estadios al noroeste de la torre Psefino, y ordenando a la legión V (Macedonica) que se apostara más al sur, cerca del Palacio de Herodes; pero la legión X (Fretensis) tendría que seguir acampada en el monte de los Olivos. Por su parte, Flavio Josefo se daba cuenta que los sitiados habían constituido un frente común a pesar de sus diferencias y que contaban con el apoyo de la población restante, pertrechada ésta detrás de las murallas de la ciudad, al mando de sus dos grandes jefes Simón y Juan, y que contra eso era inútil instar a la rendición de manera pacífica. El punto de asalto elegido por Tito es frente a la tumba de Juan Hircano (gran sumo sacerdote y jefe macabeo del siglo II antes de la EC, que extendió considerablemente los límites de Judea al someter militarmente toda la Palestina), en el oeste de la ciudad, a fin de demoler la tercera muralla por su parte aparentemente más frágil, capturar la ciudad Nueva y atacar posteriormente la fortaleza Antonia presumiblemente por su lado nordeste. Entonces ordena a las legiones XII y XV que se sitúen más al sur, al objeto de construir terraplenes para el asalto.
    Última edición por Etic; 22-sep.-2017 a las 09:38

  5. #175
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 170]
    El asedio propiamente dicho comenzó. El lugar escogido para el primer asalto a las murallas fue en los aledaños de la tumba del sumo sacerdote Juan Hicarno, no demasiado lejos de la actual Puerta de Jafa. Los legionarios despejaron el terreno adyacente con el fin de prepararlo para que las máquinas de asedio pudieran maniobrar y recogieron toda la madera posible para su construcción. Como es lógico, los sitiados intentaron por todos los medios frenar, a través de proyectiles disparados con escorpiones y balistas conseguidas durante el desastre de Bethorón, los trabajos de los legionarios, mientras que éstos, para salvaguardar el esfuerzo de sus compañeros, hacían lo mismo, intentando despejar a los rebeldes de las murallas también a base de proyectiles. El intercambio favoreció a los romanos, que, a pesar de sufrir algunas bajas, pudieron seguir adelante con sus trabajos. Flavio Josefo cuenta que los sitiados podían prever el lanzamiento de las piedras de las catapultas por ser éstas demasiado claras, vistas contra un fondo oscuro desde las murallas, lo que daba tiempo a que se apartaran de la trayectoria y se escondieran. Los romanos, dándose cuenta de ello, pintaron las piedras de un color oscuro, con el propósito de que fueran más difíciles de advertir y así causar más bajas. Pero este tipo de intercambios, a pesar de que favorecía a los romanos porque llevaban ventaja en cuanto a destreza, no era suficiente para abrir una brecha en la tercera muralla sino que hacía falta algo más que eso.

  6. #176
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 171]
    La técnica más usada por los romanos para los asedios por asalto, en cuanto a abrir brecha en las murallas, era la del ariete. Terminados los trabajos de despeje del terreno para que las máquinas pudieran acercarse a la muralla a través de la construcción de rampas, una por cada legión, lo que hacía un total de tres, se construyó una torre de asedio por cada una de las legiones, con el objetivo de que arqueros y escorpiones (armas con cuerpo metálico que arrojaban flechas de unos 70 cm de longitud, con un alcance máximo de poco más de 350 metros, capaces de traspasar por completo un escudo y estimándose que cada centuria disponía de una de ellas, lo que haría un total de 59 por legión) pudieran disparar contra cualquier defensor situado en el parapeto de la muralla a la misma altura cuando llegase el momento. Las legiones acercaron, pues, los arietes y las torres de asedio desde una posición segura para evitar que los rebeldes pudieran destruir alguna de ellas y antes de que el ariete diera el primer golpe a la muralla los romanos instaron por última vez a los judíos para que se rindieran, ya que una vez dado el primer golpe no habría marcha atrás. Pero no hubo una respuesta positiva, por lo que el ariete dio la primera embestida, lo que provocó que los sitiados enseguida arrojaran desde la muralla todo tipo de proyectiles a la vez que se abalanzaban en pequeños grupos a romper los manteletes que protegían a los arietes. En una de estas escaramuzas, ya cuando uno de los arietes de la legión XV (Apollonaris) empezaba a hacer mella en la muralla, fue tal el ardor mostrado por los sitiados hacia los romanos que a punto estuvieron de echar a perder todo el trabajo realizado hasta entonces por las tropas romanas. No obstante, gracias a la impetuosidad de Tito y a las vexillationes procedentes de las legiones egipcias, a saber, la III (Cyrenaica) y la XXII (Deiotariana), pudieron detener esta salida, consiguiendo sólo un prisionero, al que crucificaron para mostrar a los rebeldes el destino que les esperaba si osaban continuar desafiando a Roma. A pesar de ello, el gran ardor mostrado por los rebeldes en su salida, hizo mella en los romanos generando cierto nerviosismo, que se acrecentó esa misma noche cuando sin causa aparente una de las torres de asedio se vino abajo. Sin embargo, el empuje romano no se vino del todo abajo y los soldados siguieron intentando abrir una brecha persistentemente. En el interior, el general de los 5.000 idumeos (un tal Juan, bajo las órdenes de Simón bar Gioras) muere al ser alcanzado por una flecha romana. Finalmente, uno de los arietes abre brecha en la tercera muralla y los rebeldes, presa del pánico, recularon hacia atrás pensando que la muralla ya no era defendible, y se parapetaron en la segunda muralla. Habían pasado 15 días de asedio hasta que por fin los romanos pudieron avanzar, lo que nos sitúa aproximadamente en el día 25 de mayo del año 70. Tito mandó demoler gran parte de la tercera muralla, junto con otras estructuras y edificios de este sector de la ciudad (la Bezeta), con el objetivo de que las 3 legiones asediadoras (V, XII y XV) acampasen en ella.

  7. #177
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 172]
    Caída la muralla exterior, los romanos prepararon el asalto a la segunda muralla. Los judíos, detrás de la muralla, seguían defendiéndose con un valor y un arrojo dignos de admiración, como si aun pensaran que podían repeler a los romanos; dispuestos a morir por sus jefes, en especial por Simón bar Gioras, y mostrando la extraordinaria tenacidad ante la adversidad que Flavio Josefo conocía bien. Pero esto no bastaba para detener ya a los romanos, pues Tito consiguió en sólo 5 días abrir una brecha en una de las torres en la parte norte de la segunda muralla. Pero antes de eso, el futuro emperador fue objeto de un conato de trampa en la que un tal Cástor y algunos otros judíos, implorando falsamente piedad a los sitiadores, intentaron atraer a los soldados con objeto de lanzarles piedras; por lo visto Tito accedió a la petición y envió a un representante suyo, pero Josefo sospechó la treta desde el principio y rehusó participar en las negociaciones; al final, Cástor atacó a los negociadores y cuando los romanos reanudaron la acometida contra la torre él prendió fuego a la misma y se dio a la fuga. Hacia el 30 de mayo, la segunda muralla de la ciudad cede ante el ariete romano e, imprudentemente, Tito con sus singulares y mil legionarios penetra hacia el interior de la ciudad por la abertura sin encontrar apenas oposición al principio; sin embargo, se olvidó de dar la orden de que los legionarios ensancharan la brecha, y cuando él y sus hombres fueron atacados por los rebeldes dentro de las estrechas calles de la ciudad, llenas de artesanos y tenderos a los que magnánimamente dejó con vida, Tito y sus soldados tuvieron muchísimas dificultades para retroceder y retirarse ya que la estrechez de la brecha les impedía salir y también que los refuerzos entraran en su ayuda. Al final, consiguieron escapar de allí a la desesperada, mientras que los judíos taponaban la brecha con los cuerpos de los caídos. Pero la alegría de los rebeldes duró sólo 3 días, ya que al cuarto, un segundo ataque romano hizo ceder de nuevo la segunda muralla y esta vez sí que se ordenó a los legionarios que la derribaran junto con los edificios adyacentes, para poder maniobrar con mayor seguridad. Así, pues, para principios de junio del 70 la segunda muralla también cayó.

  8. #178
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 173]
    El 4 de junio del año 70 fue arrasada la segunda muralla en su parte norte, pero todavía quedaba la primera muralla sin penetrar, así como la Fortaleza Antonia y el Templo, siendo este último, sin duda, el postrero foco de resistencia judía antes de que la ciudad cayera totalmente en manos romanas. Tito, inteligentemente, sabiendo que aún quedaba la fase más difícil del asedio, ordenó que las tropas pudieran descansar y recuperarse. Además, para animar a sus soldados y para mostrar a los rebeldes el poderío y la grandeza de Roma, en una actitud más psicológica que beligerante, el futuro emperador ordenó que los soldados recibieran la paga, pues éstos cobraban 3 veces al año, en enero, mayo y septiembre, y aún no habían recibido el pago de mayo y ya el calendario se encontraba a primeros de junio; pero la causa de la demora se debió al derribo de la segunda muralla a principios de junio, con lo cual existían varios días de retraso en el mismo, de forma que al efectuarse ahora se relanzaría la moral de las tropas de cara al asalto final. Normalmente la paga se hacía de una manera discreta, pero, en esta ocasión, Tito mandó realizar una ceremonia especial para su distribución, dándole solemnidad al acto y ordenando que todo el ejército se desplegase a la vista de los asediados. Los soldados rivalizaban en cuanto al abrillantamiento de la armadura y sus armas, mientras que los hombres de caballería lucían sus mejores galas y arneses desfilando a la vista de los sitiados, quienes, con mezcla de admiración y de espanto, contemplaban atónitos semejante espectáculo. Este ceremonial significaba para los romanos un orgullo personal y de bandera, así como la obtención de la merecida recompensa por prestar servicio militar; pero para los rebeldes, en cambio, se trataba de una demostración de fuerza y poderío emanados del demoledor ejército romano. El espectáculo duró 4 días, es decir, el tiempo que se tardó en pagar a todos los soldados de las diferentes legiones.

  9. #179
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 174]
    Tito, procurando evitar la destrución de la ciudad, pide a Josefo que éste hable a los rebeldes en su lengua materna y los persuada a rendirse. Así, antes del asalto final, Tito busca, por última vez, la rendición pacífica de los sitiados pensando que tal vez la demostración de poderío romano con el ceremonial de la entrega de la paga y el hecho de que gran parte de la ciudad estuviera bajo dominación romana eran razones más que suficientes para claudicar. En esta ocasión, el discurso de Josefo se atiene a 3 premisas: primero, asegurar la salvación de los rebeldes judíos y del Templo, segundo, la incontestable superioridad militar romana y, tercero, en el orden teológico hacerles ver que Dios no está con ellos por sus pecados y que ahora sus prodigios los hace a favor de los romanos, exhortando a sus compatriotas a arrepentirse, para que así Dios los perdone. Incluso va más allá, ofrece su vida y la de su familia a cambio de que cesen las hostilidades. Algunas de estas frases de Josefo revelan no sólo su gran capacidad elocuente sino, también, una perspicacia fuera de lo común. Por ejemplo, él implora a los rebeldes que ahorren vidas que serán perdidas inútilmente, y que tengan presente que tanto el país como el Templo están en grave peligro de extinción. Afirma que, por lo que él está viendo, los romanos están más interesados en proteger el Templo que ellos. Es sensato y racional ceder ante ejércitos superiores, y los romanos son los amos del mundo porque, claramente, la voluntad de la Deidad está a favor, o no se opone, a la prosperidad de ellos. Si los antepasados de ellos estuvieran ahora gobernando la ciudad, hace tiempo que se habrían rendido a los romanos. Los romanos ya saben que el hambre cunde por toda la ciudad y que esto presagia la caída inevitable de la misma, por lo que es muestra de indulgencia por su parte ofrecerles garantías de ser tratados bien si se rinden ahora, mientras que nadie será perdonado si se obcecan en rechazar todas estas ofertas. La Biblia demuestra que cuando la Deidad apoya a los judíos el éxito es obtenido por éstos sin necesidad de recurrir a la guerra, mientras que si la guerra es emprendida por los judíos contra poderes superiores el resultado es siempre el fracaso y la destrucción para los judíos. Josefo se compara directamente a Jeremías al argumentar que este profeta también le habló vigorosamente al pueblo diciéndole que ellos eran odiosos a Dios y serían tomados cautivos a menos que rindieran la ciudad; pero ellos hicieron caso omiso y hasta quisieron matar al profeta, de forma parecida a como los rebeldes ahora “me atacan con insultos y proyectiles, mientras les exhorto a salvarse. Los milagros, además, dan la bienvenida a los romanos: El estanque de Siloam, que había sido secado, ahora se ha llenado de agua gracias a la aproximación de Tito”. Con estas palabras, parece que una parte de la población quedó convencida, pero los zelotes no, quienes incluso le arrojaron una piedra que impactó en la cara del historiador y éste quedó inconsciente; y sólo la rápida actuación de los legionarios evitó que los judíos se llevaran el cuerpo caído de Josefo al interior de la ciudad. Por lo tanto, ante dicha respuesta, Tito comprendió definitivamente lo que tenía que hacer.

  10. #180
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    01-noviembre-2016
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    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 175]
    A pesar de la dura preparación psicológica de los romanos, éstos se desanimaron mucho cuando vieron que el gran esfuerzo que habían realizado para montar las rampas de asalto había sido en vano. Tito, consciente de la gravedad de la situación, se reunió con los oficiales superiores para poder dar una solución al problema. Se barajaron 2 propuestas, ambas extremas: la primera, un asalto inmediato a gran escala y con todo el ejército, que aunque podría dar una victoria aplastante también tenía el riesgo de fracasar, con lo que definitivamente la moral de los soldados se hundiría del todo; y segundo, rodear con una muralla toda la ciudad, y esperar que los sitiados murieran de inanición o de hambre, opción que a Tito le disgustaba por considerar que no era la forma más honorable de vencer. Finalmente, se adoptó una solución intermedia que implicaría a las 2 propuestas, es decir, se seguiría con el asalto pero, a la vez, se construiría una “circunvallatio” alrededor de la ciudad para asegurar su bloqueo hermético y así los sitiados no pudieran salir y tampoco recibir ningún tipo de ayuda desde fuera (la “circunvallatio” consistía en una línea de fortificación que rodeaba la ciudad para que ésta no pudiera recibir ayuda logística, víveres o efectivos desde fuera, a fin de que la rendición de la misma se produjera por hambre, hacinación, sed o proliferación de enfermedades). La tarea de la construcción de esta circunvallatio conllevaría muchos días, e incluso puede que algunos meses, por lo que parecía una empresa descabellada, pero las arengas de Tito hacia sus hombres hicieron gran mella en ellos, y, en un esfuerzo de coordinación lleno de admiración, cada legión y cada subunidad se ocupó de un tramo, mientras Tito visitaba regularmente los grupos de trabajo para animarlos. Y esto dio muy buen resultado, pues en un tiempo récord de 3 días se consiguió rodear toda la ciudad con un cerco de estacas puntiagudas de 8 kilómetros de perímetro, reforzado con unas 13 fortificaciones en su derredor con guarniciones de soldados vigilantes; y con el fin de proveer materiales para la construcción de esta empalizada, la región rural alrededor de Jerusalén fue despojada de sus árboles por unos 16 kilómetros a la redonda. Tal vez Josefo, el narrador de esta infeliz historia, nunca supo (o nunca quiso saber) que ese cerco fue profetizado por Jesucristo casi 40 años antes (es decir, casi 5 años antes del nacimiento del historiador), cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén, pocos días antes de su muerte: «Al acercarse y ver la ciudad (se sobreentiende: Cuando Cristo se aproximaba a la ciudad santa sentado sobre un pollino), lloró por ella, diciendo: “Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz... Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas (se sobreentiende: Un cerco de estacas puntiagudas), te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita (se sobreentiende: El tiempo en el que los tribunales celestiales te examinarían o visitarían simbólicamente para darte tu justa retribución, especialmente a causa del asesinato del Mesías)”» (Evangelio según Lucas, capítulo 19, versículos 41-44; Biblia de Jerusalén de 1975).

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