....¿No acontece algo de esto en la nación argentina?[63] Luego hace notar el peligro que entraña un avance importante del Estado concluyendo:
“¿no se ha dejado influir la Argentina por esa valoración hipertrófica del Estado que transitoriamente padecen las naciones europeas?”[64] Sostiene que esta idea que el argentino tiene del Estado le
“sirve de instrumento para penetrar en el alma individual del hombre argentino” y aclara que habla del hombre, no de la mujer, a quien dedicará un ensayo aparte.[65]Continúa más adelante:
“El argentino habla idiomas europeos, no contiene sino ideas europeas; la arquitectura de su forma corporal es inequívocamente europea. Sin embargo, cuando tenemos delante a un argentino típico notamos que algo nos impide comunicar con él.”[66] Concluye diciendo:
“En suma, notamos la falta de autenticidad.” Luego aclara que todo lo dicho es una
“innegable exageración”, y justifica esa exageración porque se trata de comprender, que estas ideas son un modelo, como un mapa, que no es la realidad, pero sirve para comprenderla.[67] Entonces, luego de todas estas consideraciones que traté de resumir, Ortega lanza su estocada:
“El argentino es un hombre a la defensiva.” Y aclara más adelante:
“En la relación normal el argentino no se abandona; por el contrario, cuando el prójimo se acerca hermetiza más su alma y se dispone a la defensa.” Concluyendo con:
“Que el atacado se defienda es lo más congruente, pero vivir en estado de sitio cuando nadie nos asedia es una propensión relativamente extraña.”[68] Para Ortega, estas características se ven en un diálogo con un argentino, al comienzo de una conversación, éste trata de demostrar la calidad de la persona:
yo soy el profesor, redactor de un periódico, o un escritor de nota. Luego agrega:
“Esta actitud defensiva obliga al argentino a no vivir.” Y afirma poco después:
“El europeo se extraña de que el gesto del argentino ―sigo refiriéndome al varón― carezca de fluidez y le sobre empaque.”[69] Termina de redondear este razonamiento de la siguiente forma:
Lo dicho significa meramente que este tipo de hombre le preocupa en forma desproporcionada su figura o puesto social. Lo excesivo de semejante preocupación sólo se comprende si admitimos dos hipótesis; 1º, que en la argentina el puesto o función social de un individuo se halla siempre en peligro por el apetito de otros hacia él y la audacia con que intentan arrebatarlo. 2º, que el individuo mismo no siente su conciencia tranquila respecto a la plenitud de títulos con que ocupa aquel puesto o rango.[70]
Luego nos sugiere alguna respuesta a las causas estas afirmaciones. La sociedad argentina ha recibido una gran inmigración, y esta inmigración italiana o española tiene como exclusiva mira el propósito de hacer fortuna. Y agrega:
“La influencia que en la vida entera de la Argentina adquieren las crisis económicas sería inconcebible en una nación europea.”[71] Luego define a la Argentina como una factoría en los siguientes términos:
Todo esto significa una cosa que es preciso decir, aunque tal vez enoje. El inmoderado apetito de fortuna, la audacia, la incompetencia, la falta de adherencia y amor al oficio o puesto son caracteres conocidos que se dan endémicamente en todas las factorías.[72]
Aclara estos términos diciendo que la Argentina es la más avanzada de las naciones de América Latina, ninguna es menos factoría.
“Y sin embargo, su propia pujanza la ha impedido estabilizarse como Chile o el Uruguay. Ha tenido que seguir creciendo aceleradamente.” Y sigue:
“Esta república es hoy menos factoría que ningún otro país sudamericano y, al mismo tiempo, más.”[73] En párrafos siguientes desarrolla la idea de vocación y concluye diciendo que
“el argentino es un hombre admirablemente dotado que no se entrega a nada, que no ha sumergido irrevocablemente su existencia en el servicio de alguna cosa distinta de él.”[74] Como el argentino es una persona que no se interesa por nada
“solo se interesa por sí misma. Índole semejante suele llamarse egoísmo.”[75] Concluye este razonamiento, aclarando que se trata de una caricatura, de la siguiente forma:
Porque no es fácil decir lo que vislumbro: que el argentino típico no tiene más vocación de ser ya el que imagina ser. Vive, pues, entregado, pero no a una realidad sino a una imagen. Y una imagen no se puede vivir sino contemplándola. Y, en efecto, el argentino se está mirando siempre reflejado en la propia imaginación. Es sobremanera Narciso. Es Narciso y la fuente de Narciso. Lo lleva todo consigo: la realidad, la imagen y el espejo.[76]
Finalmente toma la palabra
guarango, como una palabra que define al argentino. Dice que
el guarango siente apetito de ser algo admirable, superlativo, único. Pero necesita creer en esa imagen y para poder creer tiene que obtener triunfos. Como esos triunfos no llegan, duda de sí mismo deplorablemente. Y, como los demás no parecen dispuestos a reconocerlo, tomará el hábito de aventajarse él en forma violenta.[77] Termina su artículo expresando que
“todo este deplorable mecanismo va movido originariamente por un enorme afán de ser más. Por una exigencia de poseer altos destinos.”
El párrafo final nos dice:
Por eso, buen aficionado a pueblos, aunque transeúnte, me he estremecido al pasar junto a una posibilidad de alta historia y óptima humanidad con tantos quilates como la Argentina. Síntoma de ese estremecimiento y no otra cosa son estas páginas donde he intentado guardar la equidistancia entre el halago y el vejamen.[78]....