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Tema: Poemas de Julio Cortázar

  1. #51
    Fecha de Ingreso
    14-julio-2009
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    In the Court of the Crimson King
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    Predeterminado

    Aplastamiento de las gotas

    Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo,
    afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana,
    se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea,
    ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
    Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada,
    una viscosidad en el mármol.
    Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida,
    brotan en el marco y ahí mismo se tiran,
    me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
    Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

    Julio Cortázar
    "La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo".

    Albert Camus

  2. #52
    Fecha de Ingreso
    25-diciembre-2008
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    Predeterminado Manuscrito (1)


    Manuscrito hallado junto a una mano

    JULIO CORTÁZAR

    En la antevíspera de la Navidad de 2006, Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, charlaba en su casa de París con el escritor y crítico Carles Álvarez Garriga. En un momento de la conversación, ella extrajo de una vieja cómoda un puñado de manuscritos y textos mecanografiados. "¿Has leído alguna vez esto?", le preguntó. Aquellas páginas resultaron ser inéditas. Los textos encontrados, junto con otros muchos que habían visto la luz de forma muy dispersa, integran ahora el libro 'Papeles inesperados' que la editorial Alfaguara difundirá en España la próxima semana. Reproducimos uno de los relatos incluidos en ese volumen, así como tres historias recuperadas de cronopios

    A mi tocayo De Caro
    Historias de cronopios

    A mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo. Me pareció penoso que el venerable maestro catalán Pablo Casals insistiera en una rebaja del 20% o del 15% Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos. Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.

    Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (¿pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte?) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.
    Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda. (continuará)
    No me tientes que si nos tentamos no nos podremos olvidar... Benedetti

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  3. #53
    Fecha de Ingreso
    25-diciembre-2008
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    Predeterminado Manuscrito (2)

    Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega.

    Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa.

    Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por la dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.

    Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo.

    Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.

    En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta de banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita.

    Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios.

    Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana.

    Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones.

    Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.

    A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades... En fin, es así.

    Y nada que hacer con los pianos.

    Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.

    Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados.
    No me tientes que si nos tentamos no nos podremos olvidar... Benedetti

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  4. #54
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    Predeterminado

    AFTER SUCH PLEASURES

    Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
    casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
    que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
    qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
    sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
    que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

    Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
    ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni
    esperanza.
    Solo en mi casa abierta sobre el puerto
    otra vez empezar a quererte,
    otra vez encontrarte en el café de la mañana
    sin que tanta cosa irrenunciable
    hubiera sucedido.
    Y no tener que acordarme de este olvido que sube
    para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
    y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

    Julio Cortazar

    «The brain is the seat of madness and delirium.»

  5. #55
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    Predeterminado -Cortazar

    -



    Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.

    Lo que me gusta de tu sexo es la boca.

    Lo que me gusta de tu boca es la lengua.

    Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.



    ---
    No me tientes que si nos tentamos no nos podremos olvidar... Benedetti

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  6. #56
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    Cita Iniciado por Biby Ver Mensaje
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    Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.

    Lo que me gusta de tu sexo es la boca.

    Lo que me gusta de tu boca es la lengua.

    Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.



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    Me encantó, me gustó mucho. Y lo que me gusta de tu palabra, es cuando se acomoda como poesía que escurre sin previo aviso.



    Los amigos

    En el tabaco, en el café, en el vino,
    al borde de la noche se levantan
    como esas voces que a lo lejos cantan
    sin que se sepa qué, por el camino.

    Livianamente hermanos del destino,
    dióscuros, sombras pálidas, me espantan
    las moscas de los hábitos, me aguantan
    que siga a flote entre tanto remolino.

    Los muertos hablan más pero al oído,
    y los vivos son mano tibia y techo,
    suma de lo ganado y lo perdido.

    Así un día en la barca de la sombra,
    de tanta ausencia abrigará mi pecho
    esta antigua ternura que los nombra.

    Julio Cortázar
    "La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo".

    Albert Camus

  7. #57
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    Predeterminado

    Ganancias y pérdidas

    Vuelvo a mentir con gracia,
    me inclino respetuoso ante el espejo
    que refleja mi cuello y mi corbata.
    Creo que soy ese señor que sale
    todos los días a las nueve.
    Los dioses están muertos uno a uno en largas filas
    de papel y cartón.
    No extraño nada, ni siquiera a ti
    te extraño. Siento un hueco, pero es fácil
    un tambor: piel a los dos lados.
    A veces vuelves en la tarde, cuando leo
    cosas que tranquilizan: boletines,
    el dólar y la libra, los debates
    de Naciones Unidas. Me parece
    que tu mano me peina. ¡No te extraño!
    Sólo cosas menudas de repente me faltan
    y quisiera buscarlas: el contento,
    y la sonrisa, ese animalito furtivo
    que ya no vive entre mis labios.

    Julio Cortázar

    «The brain is the seat of madness and delirium.»

  8. #58
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    Predeterminado

    Blues for Maggie

    Ya ves,
    y yo sigo pensando en ti.
    Canción de PABLO MILANÉS


    Ya ves

    nada es serio ni digno de que se tome en cuenta,
    nos hicimos jugando todo el mal necesario

    ya ves, no es una carta esto,

    nos dimos esa miel de la noche, los bares,
    el placer boca abajo, los cigarrillos turbios
    cuando en el cielo raso tiembla la luz del alba,

    ya ves,
    y yo sigo pensando en ti,

    no te escribo, de pronto miro el cielo, esa nube que pasa
    y tú quizás allá en tu malecón mirarás una nube
    y eso es mi carta, algo que corre indescifrable y lluvia.

    Nos hicimos jugando todo el mal necesario,
    el tiempo pone el resto, los oseznos
    duermen junto a una ardilla deshojada.
    "La comprensión de que la vida es absurda no puede ser un fin, sino un comienzo".

    Albert Camus

  9. #59
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    Predeterminado Sòlo el podìa decir estas cosas <3

    -



    “Yo ya era así antes de que tú llegaras,

    caminaba por las mismas calles y comía las mismas cosas.

    Incluso antes de que llegaras yo ya vivía enamorado de ti y a veces,

    no pocas, te extrañaba como si supiera que me harías siempre falta.”

    — Julio Cortázar.

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  10. #60
    Fecha de Ingreso
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    Predeterminado Homenaje de Google al Centenario del Nacimiento de Julio Cortàzar

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    Quien si no el podìa haber escrito algo asi..?


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