Tengo sueño. Tengo sueño todo el tiempo.
Sólo sé que no tengo sueño cuando duermo.
Eso si es que no sueño que estoy aquí sentado y tengo sueño.

Tengo sueño de mí, de este verano lleno de lluvias que no vienen,
del tiempo que deseo y que no existe. Tengo sueño.
Tengo un sueño largo y cansado como el camino de los campesinos
tibetanos hasta Lhasa. Peregrinaje del alma por la memoria
desierta de ayeres felices. Soy triste al cuadrado porque no tengo
recuerdos dulces por los que llorar desde este presente tan
lánguido.

Tengo un sueño tan profundo y tan fuerte que quizás ya he muerto
durmiendo y por miedo -un miedo atroz que perdura más allá de los
límites de la muerte- permanezco consciente en vaya a saber uno
qué plano de la existencia, temeroso de morir a causa de tanto sueño.

Yo quería detener el mundo. Dormir para sabotear relojes,
cambiar el curso de los astros, reescribir la música de las estaciones;
entonces estaba bien tener tanto sueño. Ahora sólo duermo porque
es lo único que tengo.


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