LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO

SIGLO XVII (Sudamérica)

6 — EL REENCUENTRO
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La tarde comenzaba a declinar trayendo desde afuera el fresco húmedo de la ribera del río Suquía. Los macetones del patio interior ofrecían fragancias de peperina y tomillo, y junto al aljibe los mulatos de la casa iniciaron sus pláticas en torno a una mateada. El cielo aún continuaba luminoso detrás de los ventanales enrejados, mientras que en la calle empedrada y bañada de luz vespertina, habíanse multiplicado sus paseantes.

La campana anunció el final de clases que oyóse por todos los rincones, conmoviendo a los muros ciudadanos. Los preceptores reuniéronse entonces con sus alumnos sobre los puentecillos de medio arco del Calicanto, como una colmena de zorzales. Declinaba el día y en el interior de la casa de Almeida los mulatos cerraron el pórtico de entrada, con una gruesa llave colocando también una traba interna. Desde el exterior oíanse las campanadas del Ángelus.

Don Alvaro fue serenándose y calmando su inquietud con el transcurso de los días. Su prisa juvenil y arrogante del comienzo, dio lugar a un reposo peculiar, que era nuevo para él. Olvidó de a poco las fatigas del largo viaje y la presión que traía para concluir con rapidez sus propósitos. Y su intento por continuar la empresa, que habíalo hecho viajar hasta el aislado Tucumán, tomó formas nuevas. Más emocionantes para su juventud.

Contemplaba a Doña Leonor, su prima, con el éxtasis de lo incierto. Ella, la hija de su tío Don Ruy, atraíalo con su fulgurante belleza. Pero Alvaro mirábala sólo a hurtadillas, como a un ensueño alcanzado, pero sin entablar aún un diálogo directo con ella, temeroso de ese mundo especial que había encontrado allí. Pensaba, ahora Alvaro… que ella era su prima, nacida como él en Oporto. La veía a diario luciendo el esplendor con que él habíala soñado desde lejos. Como supo imaginarla a través del largo camino de llegada. Y sin embargo, comprobaba ahora, que ella se hallaba más distante que nunca de él.

La mulatilla vestida de rojo, doncella de la niña y testigo inevitable de aquel reencuentro entre los dos primos, sonreía complaciente. Leonor y Alvaro. Juntos como estuvieran en el castillo de Oporto. Pero ya no eran los mismos acá en el Tucumán.

—“Leonor…”

—“Don Alvaro…”

—“Leonor… la niña que me dejó una muñeca de juguete en los jardines de Oporto, no me llamaba Don Alvaro”— díjole él con algo de reproche

—“Fue hace mucho tiempo”— respondióle ella

—“Sí, fue hace tiempo, es cierto. Pero sus ojos eran verdes como aún los veo ante mí. Como el mar de nuestros ancestros. Como todas las miradas lusitanas.”

—“Alvaro… Los mares están hoy día tan lejos de mi vida, viviendo yo en esta ciudad rodeada de sierras y pampas, que ignoro si algún día he visto su color”— contestóle ella sincerándose

—“Te llevaré conmigo para que los recuperes, los portugueses somos navegantes”.

—“Mi piel, primo Alvaro, ha perdido el aroma de las sirenas y trasunta ahora, olor a piedra de basalto y talas espinosos”.

—“Tu padre, Leonor, fue otrora un gran cartógrafo lusitano que recorría los mares orientales y occidentales”

—“Acércate bien a él, primo Alvaro, y compruébalo. El rostro de mi padre tiene ya el tinte de nuestra serranía cordobesa. Posee la sobriedad del Tucumán y ha olvidado el diálogo con los delfines”.

—“Recorrió todos los mares con la flota de Portugal”.

—“Mi padre olvidó hace ya mucho tiempo, sus aventuras en el Reino de Neptuno”.

Decepcionado, el joven quiso buscar un nuevo argumento de diálogo para cautivar a su prima. La mulatilla a su lado sonreía, como aprobando sus intentos. Ante el silencio que sobrevino, Don Alvaro se introdujo en la habitación y buscando en su arcón de viaje sacó de él un objeto, que escondió atrás suyo. Luego dirigióse nuevamente a su prima, diciéndole:

—“Leonor, en tardes con ésta corríamos sobre la arena, la playa era nuestra nodriza y las olas rompíanse contra las rocas. Vine a buscarte desde muy lejos como a una ondina prófuga. Como te prometí en los jardines de Oporto, donde quedara olvidada tu muñeca de porcelana”.

Diciendo lo cual Alvaro mostróle la muñequita que había escondido detrás suyo. Ella la tomó con ternura en sus manos, como demostrando reconocerla, a pesar de hallarse algo desarmada como todo juguete en manos de una niña traviesa.

—“Creo recordarla, no hay duda que fue mía y es de porcelana, un lujo que aquí no tenemos. Sólo recordaba haber jugado en la infancia con muñequines tejidos en el Cuzco por manos indias con diseños multicolores. Me impregna una sensación dolorosa decírtelo”.

—“Esta muñeca que te traje, encierra tu primeros juegos, los que quedaron conmigo”.

—“Yo era entonces demasiado pequeña y mi memoria había borrado esas imágenes. Fui trasplantada antes de tener formada una conciencia de mi ser”.

—“Así ha sido para ti, Leonor, sin duda. Yo fui siempre el mayor. El responsable. Tu protector. Y recuerdo tu voz llamándome …Las olas guardaron ese sonido melodioso y lloroso reclamándome... ¡Así lo creía yo. Pues el dolor nostálgico se apodera del que queda atrás, sin comprender la emotividad del que parte y emigra… ¡Pero mantuve siempre la convicción de que llegaría un día a tu reencuentro!”

—“Creo, querido primo. Creo que imaginaste durante estos veinte años llegar hasta nosotros para salvarnos de un destierro involuntario… ¡Pero era voluntario!”

Diciendo esto Leonor cortó el diálogo, que sin duda habíala emocionado, retirándose hacia su habitación mientras llevaba la muñequita de porcelana en sus manos. Una vez allí fue en busca de su costurero y sacó de él una aguja con hilo para comenzar a reponer las fallas del vestuario en su antiguo juguete.