UN MAESTRO DEL SIGLO XIX (1)
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Por Alejandra Correas Vázquez
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EL PERSONAJE
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La pérdida de los Jesuitas a finales del siglo XVIII y la partida del Marqués de Sobremonte en los comienzos del siglo XIX, dejaron sin maestros, sin profesores, sin arquitectos, sin ingenieros, sin juristas, llegados allende los mares a la que antaño fuera la erudita Córdoba del Tucumán y su pujante provincia, Hoy centro de Argentina El siglo entrante, ese mismo siglo de cambios (Siglo de las Luces y Siglo del Progreso) propuso nuevos nombres. Pero esta vez de extracción propia, cordobesa. Gente nacida en nuestras tierras de la Pachamama... Córdoba la Docta, había madurado.

Presentaremos a uno de ellos. Nació nuestro personaje Don Andrónico Gómez Vázquez cuando comenzaba ese siglo, en Laguna Larga (zona de Río Segundo). Vio la luz sobre tierras de propiedad familiar, que antaño fueran Mercedes Reales. Como fieles descendientes de los Encomenderos del Rey -—aislados en este “finisterre” del continente sudamericano desde hacía varios siglos— estos nuevos hombres nacidos ya en un país que habíase vuelto diferente e independiente, comenzaban la cruzada de lograr una identidad propia. Con tanta garra de lucha dentro del aislado continental austral, como sus antepasados.

LA YAJSTA
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Todas las ex-colonias incluso las actuales, sufren un período de prueba muy duro. Como el niño que se encuentra de pronto en libertad corriendo por un camino nuevo… y comprende de improviso que está solo. Es ahora autónomo y hállase frente a un mundo dentro del cual debe aprender a vivir. A coexistir con gente nueva. Y como gente nueva.

Sus antepasados habían trabajado para un exitoso Imperio Español donde “no se ponía el sol”. Y es en esa época de oro cuando se funda Córdoba en 1573 . Son los tiempos de oro, que se graban en la memoria cordobesa, siempre recurrente en tal evocación. Sus descendientes, estos “patriarcas criollos” sintiendo hondamente la separación con su origen, iban a vivir de allí en más para su patria chica. Su “Yajsta“, en palabra quichua, que no tiene traducción en nuestra lengua castellana pero que la define con precisa exactitud. La Yajsta no es una propiedad privada, recordemos que el Incaísmo no tenía propiedad privada y éste es un término que deviene de él. Es la “landa” céltica (o “land”) transformada con el tiempo en distintas acepciones . Son conceptos semejantes, y en Bolivia se usa “yajsta” corrientemente. Se pertenece a ella pero ella no nos pertenece. Somos nosotros quienes pertenecemos a ella.

Cuando hablamos de una población cordobesa llamada “Pampayasta” estamos sin saber diciendo “pampa mía”, tema muy folklórico si lo hay, el cual en el uso perdió la “j”. La Yajsta es mucho más que la propiedad privada y mucho menos en extensión, que la provincia o la nación donde ella se ubica. Pero por y dentro de la yajsta se vive y se conduce la vida. Vivimos dentro de ella y tenemos responsabilidades con ella. Así se condujeron los patriarcas criollos, los viejos estancieros, heredando una tradición antiquísima y anterior a la colonia. Esa fue su conducta que hoy día nos extraña, pues no tenían en realidad cargos públicos oficiales, siendo la autoridad que emanaba de ellos en un acuerdo tácito, casi solemne. Las autoridades llamadas legítimas, recurrían ciertamente a ellos. Tuvo otro nombre también: El Paternalismo Criollo.

Nacidos en un mundo, criados en otro, tendrían en lo sucesivo que inventar uno tercero. Crecieron en el escenario desgastante de las guerras civiles argentinas que se sucedieron a la ruptura colonial y convirtiéronse por ello mismo, en defensores de su Yajsta... Ya que como dijo Napoleón “el ejército camina sobre su estómago”, las yajstas productoras, agricultoras y ganaderas eran saqueadas en ese período bélico en alimentos y cobijas, por uno y otro ejército (sea organizado o como montoneras). Allí tomó fuerza el estanciero como patriarca de paz. No se limitó a su propio predio o a su propia casa, sino al conjunto que conformaba la Yajsta actuando en su protección.

EL TATA
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Creyóse él siempre, Don Andrónico Gómez Vázquez dentro de ese ámbito patriarcal, como el mentado “Tata Viejo” (Tata es abuelo en lengua quichua) y como tal le llamaban, pues era el Tata de todos, tanto de sus nietos como de los nietos de sus gauchos. Sus años fueron largos y muy bien llevados, activos, constantes. Y la enseñanza pública (gratuita) en aquellas soledades pampeanas de Río Segundo tomó forma de obsesión en su espíritu.

La Docta Córdoba lo recibió en su juventud, abrigó sus sueños estudiantiles y su fascinación por los libros. Tanto por leerlos como de coleccionarlos. En aquellos tiempos donde comenzaban a surgir en nuestro país, las bibliotecas particulares, la suya fue de las primeras. Era rico y podía adquirir libros. Se convirtió de esa forma en consejero de muchos, llegando en la madurez, a la posesión de una brillante cultura. La cual en esa obligada atención de su hacienda (pues bien sabemos que el “ojo del amo engorda al ganado”) junto a sus peones, sus gauchos arrieros, sus capataces criollos, sus aparceros —todos ellos analfabetos en aquel tiempo— resultaba algo muy contrastante. Pero él se daba el gusto de leerles, y ellos la obligación de escuchar sus lecturas. No sabemos si las gozaban…pero… “El Tata sabía de todo”... decían ellos...

Pero él, obligado a residir en aquel entorno luego de dejar las aulas humanistas cordobesas, dábase sus propios gustos que iban a derivar en la fundación de una escuela zonal. Desde joven gustaba leerles y traducirles aquellos libros que hicieran la delicia de los cordobeses de antaño : Del griego al latín. Del latín al castellano.....Y por ende, del castellano al criollo. Para adaptar los temas a sus gauchitos y changuitos —que fueran sus amiguitos de juegos antes de ser él un estudiante cordobés— y así hacerles comprender, que en el fondo la “bucólica” no es tan diferente de la “gauchesca”. Sin duda allí nació su deseo de hacer en aquellas pampas, una escuela estatal, oficial, laica, gratuita.

La Docta Córdoba le dio los elementos de ensueño necesarios para enraizarse con la magia evocativa del tiempo. Toda esa alta literatura tan propia de los humanistas, transportábalo in mente, haciéndolo vivir en dos mundos (ya que el suyo real y verdadero era la rutinaria vida de estanciero). Y permitiéndole con ello penetrar en el climax erudito y pastoril de la Hélade, más que un cordobés citadino. Pero también adquirió allí, en esa afamada casa de estudios creada por los Jesuitas de antaño la Universitas-Cordubensis-Tucumanae conocimientos técnicos profesionales, muy amplios, como hombre perteneciente a la Era del Progreso, cual él fuera. De esa forma ingresó en las escuelas de ingeniería que iban abriéndose, como preludio a la gran Facultad de Ingeniería que más tarde programaríase en esta ciudad.

Aquello le permitió dedicarse a numerosas obras de construcción (escuela, iglesia, banco, casas) en lugares pampeanos donde todo esto era inédito. Incluso en la propia y progresista Córdoba finesecular, donde terminaba entonces el límite urbano (hoy calle Trejo al 800) en la actual Nueva Córdoba, cuyos terrenos adquirió y llenó de espléndidas casas. Claro es, tuvo numerosos hijos. Sin duda, dada su personalidad, cuando inició estos estudios pensaría —de acuerdo con él mismo— en edificar un Partenón. O una Acrópolis. O un templo de Olimpia. Pero ello no iba a ser posible. La realidad habría de traerlo a la realidad misma. Pero soñó y propuso posibilidades nuevas, a pesar de ello. Era el suyo, ese mágico Siglo de las Luces, aún en Córdoba, aún en el distante Cono Sur... se crecía inevitablemente.

Hombre de fin de siglo, sus inquietudes “laicas” fueron en él una consigna y una meta irrevocable. Incluso dentro de la propia familia y de sus allegados más íntimos. Por ello mismo, su ahínco y perseverancia de una vida entera, habría de ser la escuela oficial y fiscal —laica—de la ciudad de Río Segundo (su patria chica, su Yajsta). Allí donde tendrían acceso los hijos de sus peones. De la cual fue su propulsor, inversor, constructor, maestro y director... En aquellas épocas pioneras del siglo XIX, cuando la enseñanza comenzaba por fin, a independizarse de la conducción religiosa. Ya no se conformaba con hacer una rueda de gauchos y changuitos a la hora de la Oración, y en vez de dirigir el rosario tradicional de todo patriarca criollo, leerles a Homero. Y viajar hacia Itaca junto con Ulises, enamorarse de Calipso o atontarse con Circe ...¡Esas hechiceras helénicas que tanto parecíanse a las “gualicheras” locales y vernáculas del mundo gauchesco!... Ahora podía tañar la campana de clase y enseñarles a deletrear. Con el tiempo el gobierno finalmente reaccionó, con su ejemplo, y envió allí maestros rentados que pudieron reemplazarlo.

Este hombre laico, anticlerical, cívico, con el humanismo y el liberalismo de su generación, preocupóse de que a pesar de sus consignas, no se lo marcara como: “ateo”. Para él había un paso muy grande —que algunos confundían— entre liberalismo, laicismo.....y ateísmo. No podía ser “ateo” nunca un hombre enamorado del paganismo de la Hélade. De Zeus, de Palas Atenea y todo su dorado Olimpo. En todo caso era “deísta” por demás. Estos principios que le preocupaban tanto a aquellos hombres del fin de siglo XIX, eran muy especiales. Solía decirse entonces, que sólo una “familia muy católica podía producir liberales”. Pero más que feligresa en sí, su familia poseía miembros destacados de la misma Iglesia. Lo cual encierra un compromiso social como tal, antes mismo que religioso. Don Andrónico asumía aquello casi con frialdad, y con buena voluntad llegado el caso.

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