La falta de luz en el local ocasionaba el desenfreno sexual entre los asiduos concurrentes. La convivencia era un trato desigual entre varones y mujeres, sólo cabía la fuerza y la dominación. El alcohol, las drogas, la música estridente facilitaban el ritmo de la selva y recreaba el escenario propicio para el desenfreno. Desenfreno, a veces, consentido y, otras veces, no. Pero igual se consumaba.
La juventud se agolpaba en las pistas de baile y deliraba frenética con la música de la disco. Todo estaba permitido, excepto la apatía y el aburrimiento.
Los centenares de jóvenes se convocaban a través de redes sociales y establecían el criterio de la auto-convocación para encontrarse en un determinado día del mes en tal parada para dar rienda suelta a sus apetitos.
Todas las tribus urbanas estaban invitadas a ser de la partida. Nadie sería excluido de la gran fiesta, “la universalidad” era la postura de la disco.
Álvaro Quiñónez, dueño de la disco, entendía que la “fiesta” le pertenecía a los jóvenes y formaba parte de su ascenso cultural. En una sociedad que avanza hacia la integración era menester dar cabida a todos.
La entrada a la disco poseía una tarifa módica, lo cual permitía el arribo de las legiones o tribus de la ciudad. El verdadero negocio estaba en el buffet donde se expendía alcohol y bebidas energizantes.
La música era una mezcla de rock urticante, jazz y música disco; también, tecno y música de los ochenta. Todo bien para los jóvenes, y otros, no tanto.
Había dentro “espacios para el amor” y kioscos de cigarrillos y otras yerbas.
La fiesta comenzaba después de la medianoche, los fines de semana. Era un ritual ya conocido por todos los concurrentes.
Previo al baile, había desnudos de mujeres en el caño y desnudos masculinos sobre el escenario.
¡Una “fiesta” para todos y todas!
Don “Alpedín” , el CEO de la disco, - cuyo nombre se mantiene en reserva por secreto de sumario, dado que se trata de un alto funcionario del gobierno -, establecía los vínculos necesarios con la policía y alquilaba protección e inmunidad con los jueces para los concurrentes a cambio de 1.000.000 de billetes por año.
El sitio se encontraba “perfectamente” habilitado y libre de inspección.

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En los espejos de la disco una insurgencia de rostros mojados de alquimia y sudor tiritan su desnudo. Transpira el tiempo y el segundo atrapa la sonrisa de la noche enjaulada.
Ninguna norma exige acostumbrar el ojo a la perversidad y , por lo tanto, toda mirada es subjetiva. ¡El fin justifica los medios!.


¡VALE TODO!