Ser hijos de Hernán Cortés definitivamente levanta ámpula en cualquier lugar de México. ¿Pero qué podemos hacer? Cortés es nuestro padre, ese es nuestro origen: tenemos sangre de soldados apestosos y de tlaxcaltecas vendidos ya que aztecas quedaron sólo unos cuantos. Heredamos sus valores, sus supersticiones y su arsenal emocional. Gritamos nuestro odio por los invasores pero los niños huérfanos morenos se pudren en los orfanatos. Dada nuestra mescolanza racial, el hijo promedio en México puede nacer o más blanquito o más morenito, y nadie reza por lo segundo, aunque la mismísima Virgen lo sea. Somos los hijos bastardos de Europa y nadie quiere serlo, así es que nos reímos o nos enojamos o nos hacemos de la vista gorda cuando el tema se presenta. Somos patrioteros a lo pendejo porque les mentamos SPM a los españoles en la lengua que nos heredaron a la vez que confiamos nuestros anhelos a SUS dioses y nos chupamos los dedos escurriendo la grasa de los animales que nos enseñaron a criar y a aprovechar.

Nos enorgullece "ser indios" pero sus dioses yacen sepultados junto a la mayor parte de sus lenguas, y la mera mención/propuesta de aprender y revivir alguna de estas al grado de bilingüismo nacional, cuando mucho provoca bostezos compasivos...

Pobres mexicanos.