Escucho sus pasos con enorme claridad que llega a ser descriptivo y me emociona, ese sentir como se va acercando poco a poco, firmemente, con porte, como él solo suele hacerlo. Mi corazón comienza a adquirir el ritmo de su caminar, es como si de pronto todo mi cuerpo congeniara con sus movimientos. ¿Pero qué tendrán sus pasos que de solo escucharlos me estremezco? ¿Será que mis pensamientos adelantan en forma de emociones miles a la sucesión de hechos delicados, tiernos e invadidos de romanticismo que él siempre prodiga en mí? No lo sé, pero mi corazón se convierte en un infatigable concierto de tambores y timbales que suenan al unísono como una marcha triunfal de percusiones que evocan a su figura, a su ser, a sus manos que se mecerán suavemente por mi piel, henchida de deseo por sus dedos que moldearán sus huellas en mi carne.

¿Pero qué hago? Tengo que arreglar a la perfección mi peinado, poner este cairel rebelde sobre mi frente, como a él le gusta, para que sus grandes ojos negro se deleiten con la visión que sé que le encanta. Adivino que él se estará arreglando, -antes de entrar-, el corbatín rojo que tanto resalta su tez morena, que me excita en extremo.

¡Oh, mi corazón late salvajemente y mi deseo se impacienta al escuchar las llaves entrando por la cerradura! La expectativa de lo que vendrá me enloquece y me llena de furor incontrolable.

Calma corazón, que tienes que guardar fuerzas para cuando su oído repose en mi pecho y pueda escuchar nítidamente como vibras en éxtasis divino tan solo por sentirlo junto a ti. Ahorra tus ímpetus para el momento supremo del amor.

¡Se mueve el picaporte y con él se mueven enloquecidas mis emociones! ¡Se desquician mis brazos anhelando envolverlo, mis labios demandan a sus besos, mi sexo aspira atrapar al suyo, mi cuerpo pretende fundirse con su cuerpo! Quiero abandonarme a sus brazos, ser hoja en medio de la tempestad, flor que abre sus pétalos para recibir los rayos del sol.

La puerta se abre, ha llegado el momento en que el mundo se transformará en solo dos cuerpos, dos amantes, en donde el yugo del amor nos hará presas y convertirá este aposento en un volcán inmerso en su furibunda explosión.

¡Horror, horror, abominación a mis ojos, escarnio a mi ardor! ¿Quién es ese rubio de figura caída que penetra en mi templo de pasión? ¡Maldito destino que te burlas de mi necesidad, de mi pasión, de mi amor!

De pronto, todo el fulgor de su corazón se apagó, su rostro se volvió en una imagen mortuoria de humanidad, el tiempo, que no perdona, se le vino encima y marchitó todo rasgo de juventud. Con sus manos huesudas se cubrió el rostro descarnado y desapareció entre lamentos. Una noche más en que fracasó su intento por consumar su amor, una noche más entre miles de noches que han transcurrido desde que murió calcinada al dormitar esperando a su hombre, mientras él sucumbía ante la falsa dicha del amor comprado.


Parzival