EL PRÍNCIPE SALVAJE
Y
EL PRÍNCIPE MÍSTICO
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PARTE 2

por Alejandra Correas Vázquez

EGIPTO – siglo XIV A.C.


¡Pero lo detuvo La Peste!... que diezmó a sus tropas hititas y terminó con su propia vida. Los bárbaros al retornar enfermos a su país transmitieron la peste a toda la nación, que iba a necesitar un siglo completo para recuperarse. Aunque recién después de cinco faraones más, en la próxima dinastía egipcia con Ramsés II. Pero esta peste providencial tiene su propio argumento. Como los tiempos se hallan encuadrados dentro del período posible del Exodo (al que no se llega a dar aún una definición exacta de fecha y se proponen tres) muchos analistas la comparan con las hazañas de Moisés y sus plagas. O sea, hay dos documentos que hablan de ella, de esta peste fulminante (que ocultaron los egipcios) descripta en el documento bíblico y el documento hitita.

Murshil —el sucesor de Shupiluliuma— nos entrega el extenso relato, que se conoce actualmente. Murshil fue un emperador-poeta hitita, al que se considera el primer pensador de los pueblos arios. Su poesía es la primera de esta raza nueva. La gran tragedia que vive su pueblo atacado por la peste, fue provocada según él, por los pecados de su padre que había faltado a su juramento frente al Dios Nerik, de no atacar Egipto. Este hecho hizo de él, ante el dolor, el primer escritor que dio la raza aria al comienzo de su carrera histórica. Además, habla de “pecado”, tema desconocido en el antiguo oriente.

Murshil era dueño de una lírica personal y dramática, que ha sido comparada por su intensidad a las páginas del Libro de Job. Su palabra es clara, convincente y ordenada. Es una personalidad preocupada por la vida humana y su destino. Se plantea el castigo divino por la culpa, y la expiación que deben cumplir los hombres. Su concepto místico ha sido comparado sucesivas veces con trozos bíblicos. Como también con los conceptos de la iglesia cristiana.

Aquí está la transcripción de uno de sus poemas:

¡Oh tú, Nerik, Señor mío!
¡Dios hitita de las Tormentas!
¡Y vosotros Dioses que estáis por encima de mí!

Así es : Todos pecamos

Y también pecó mi padre que infringió las órdenes,
De mi Señor... ¡El Dios hitita de las Tormentas!

Yo no he cometido pecado alguno,
Pero los pecados del padre caen sobre la cabeza del hijo
De modo que sobre mí ha caído el pecado de mi padre.

Yo lo he confesado ahora :
Al Dios hitita de las Tormentas, mi Señor,
Y a los Dioses, mis Señores.

Así es : Nosotros lo hemos hecho.

Y como he confesado la culpa de mi padre,
Que se aplaque la ira del Dios de las Tormentas.
Y de los Dioses que están por encima de mí.

¡Sed benévolos con vuestro humilde servidor!
¡Y ahuyentad la peste del país de Hatti!

Me presentaré ante vosotros ... ¡Oh Dioses!
Y como os elevo mis humildes preces
¡Atended mi ruego!
Puesto que no he cometido pecado alguno...

En cuanto a los que pecaron y faltaron
Ya no queda ninguno : Hace tiempo que murieron...

Y porque debo soportar las consecuencias
De lo que mi padre hizo, quiero ofreceros sacrificios
¡Oh Dioses, Señores míos!
A causa de la peste que asola el país de Hatti.

¡Quitadme este dolor que mi corazón siente!
¡Libradme del miedo que embarga mi alma!

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Mientras Murshil escribía estas sentidas páginas, en Egipto, el general Horemheb asumía como Faraón, casándose con la hija de Akhenatón. No tuvieron hijos ni sucesores. Más de treinta años después cambiaba la dinastía, con una familia nueva, la Ramesida.

Con la hija de Akhenatón y Nefertiti se extinguió la Dinastía XVIII, la familia más destacada y notable de faraones que el Egipto había conocido. Este país nunca llegaría al mismo nivel de jerarquía.

Tampoco los sucesores de Murshil, ya más civilizados, repetirían las hazañas victoriosas y saqueadoras de Shupiliuluma. A pesar de vencer a Ramsés II en Kadesh (un siglo posterior), fue este triunfo en verdad el “canto del cisne” para Hatti. Su despedida. El imaginario colectivo actual, con intereses turísticos, ha hecho de esta derrota egipcia una novela, cuando en realidad no tuvo importancia histórica para los egipcios, ya que dicha batalla se dio en el Medio Oriente y lejos del Nilo, donde Ramsés acudió a solicitud de sus aliados orientales. Pues los hititas nunca más se atrevieron a poner un pie en tierras del Nilo. Como un “tabú” dado que ellos eran muy religiosos.

Muy poco después fueron devastados por los “pueblos del mar” en tiempos del faraonato de Ramsés III. Quien en cambio, sí venció a estos invasores navegantes, tomándolos cautivos. Como una tragedia prevista por Murshil, los hititas son barridos de la historia sin dejar huellas... por estos conquistadores marinos, y sólo serán recordados en la Biblia en tiempos del rey David, como sus soldados.

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