CÓRDOBA DEL TUCUMÁN
.................Parte 9................

SIGLO XVII—SUDAMÉRICA
(Novela Colonial)

por Alejandra Correas Vázquez

9 — EL CONDE
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El joven sobrino quedóse en silencio. Aquel planteo de su tío resultábale demasiado inesperado, y no estaba preparado para incorporarlo en forma inmediata. Sin embargo, el respeto que su abuelo había creado dentro suyo por Don Ruy, el mayorazgo de la casa Almeida, hacíale admitir lo que llegara ahora a sus oídos. Lo comprendiese el sobrino o no, eran ésas las razones expuestas por su tío.

—“Los lusitanos llevamos con orgullo las honras de nuestros hombres de mar, que han hecho respetar a Portugal por todos los países”— insistió Don Alvaro nuevamente

—“Nunca lo he dudado”.

—“¿No deseas compartirlas?”

—“Portugal ignorará siempre de nuestra existencia”— expresóle Don Ruy

—“El mundo entero admiró las proezas de la flota del príncipe Enrique el Navegante”.

—“El mundo entero fue su testigo y los siglos comentarán admirado todos sus éxitos, no lo dudes sobrino”.

—“Fue un esfuerzo digno de mérito y orgullo, querido tío”.

—“Pero cuando la Compañía de Jesús surgió aquí como un espejismo detrás de una salina, entre declinaciones latinistas. Cuando antaño se construyeron las calles empedradas sobre un suelo gredoso y fangoso. Cuando se inauguró la biblioteca. Cuando comenzó a funcionar la imprenta. Cuando la retórica, la dialéctica y la oratoria se instalaron sobre las márgenes del río Suquía, amparados por un imperio donde el sol nunca fenecía, donde no había casi población. Donde no existía vecino natural alguno, de ninguna tribu india, que detentase civilización de cualquier especie. Donde las naciones civilizadas quedaban tan lejos que ya dejaban de ser realidades ¡Fue entonces cuando comprendimos los portugueses nuestro aislamiento como grupo humano! …Y la gran responsabilidad que teníamos de aquí en más, con esta comunidad”.

Sobrevino un silencio largo, acentuado por el estado emocional de Don Ruy. El sobrino había callado y lo contemplaba, algo cautivado. La luz vespertina entraba solitaria por el enrejado.

—“Duras vicisitudes les deparó la vida”— comentó finalmente el joven

—“Duras. Sin duda. Pero fuimos premiados con placeres exquisitos. Pues dialogábamos en latín con el Jesuita Flamenco, ya que él no hablaría el portugués ni tampoco el idioma del encomendero vasco. Sólo el latín unía a esta población cordobesa del “Tucumanao”, frontera del gran Tucumán, donde el rey Felipe de Austria era el Rey de todos”.

—“Sin duda un acontecer brillante en tu vida”— aceptó el sobrino

—“Lo es. Aquí sin testigos civilizados cercanos vivimos nosotros rodeados de eruditos. De bachilleres, poetas, calígrafos, místicos, tallistas, doctores. Pero cercados por la soledad geográfica como bastión de un mundo que nunca sabrá nada de nosotros, y el cual muy probablemente tampoco sepa comprendernos, ni aún mismo respetarnos”.

—“Fue una elección inflexible que asumiste hace veinte años”.

—“Sí. Fui elegido. Fui convocado. El siglo diecisiete me llevó cabalgando en su gloria y en su sacrificio. Acepté en el zenit de mi juventud junto a mis compañeros de aquel tiempo, identificados todos con un imperio multinacional, pertenecer a este Virreinato del Perú bajo la administración de la Casa de Austria. Y acepté con ello servir a esta comunidad universitaria, que a su vez, tanto necesitaba de nosotros”.

—“Un admirable servicio a una Comunidad”.

—“Me conmovió de inmediato en el momento de la llegada, al verla tan austera, y erigida en el límite con poblaciones primitivas y algunas de ellas, asimismo vandálicas. Era necesario que sobreviviese y en nuestras manos estaba apoyarla ¡Ese era nuestro reto! La huella del destino colocado en nuestra juventud, que vivimos intensamente”.

—“¿Intensamente?”

—“Sí, intensamente, sin ceder nunca a otras presiones”— concluyó Don Ruy

—“¿Te integrarás para siempre?”

—“Ya estoy integrado. Los lusitanos de Córdoba del Tucumán no volveremos. Somos ahora Indianos, esto es, europeos habitantes de las Indias. Pertenecemos a la savia del río Suquía por elección propia. A sus claustros, por dentro o fuera de ellos. Somos su mundo. Sus testigos. Su entorno. Tenemos hijos y tendremos nietos que aspirarán el cristal germinante del Colegio Monserrat y brindarán su identidad a las piedras del Calicanto”.

—“¿Es tu decisión definitiva? ¿Es tu despedida final de Portugal que vino a buscarte, a través mío?”— preguntóle el sobrino

—“Es. No hay otra”

Ambos pusiéronse de pie para confundirse en un emotivo abrazo. La mulatilla escondida en semipenumbra junto al arco divisorio, observaba tiesa la escena y se llevó una mano a sus ojos para secarse lágrimas. Don Ruy hizo sentir su potentísima voz de marino en el interior de la casa, llamando a su esposa y a su hija.

—“¡Doña Mencia! ¡Doña Leonor! … El Conde de Almeida se despide”

10 — EL RETORNO
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Don Alvaro contempló la belleza de Leonor todo el tiempo en que él residiera junto al río Suquía, en aquella ciudad monasterio elegida por su tío para depositar su simiente. La belleza de la hija de Don Ruy ornamentaba aquel recinto de la sala color carmesí, acompañada siempre por esa doncellita obscura de finos modales que le sonreía en complicidad.

Y la siguió contemplando en pensamiento cuando la borda del galeón que lo llevaba de retorno, se alejaba de las costas del Callao. Un sortilegio extraño, sin respuesta, pero injerto en su pupila, lo iba a acompañar en la lenta y pesada travesía de regreso a Portugal.

La Ciudad Monasterio quedó en ese pasado fugaz de su etapa juvenil. Y cuando Doña Leonor, Don Ruy, Doña Mencia, el obscuro cochero, los cholos silentes y coloridos, la mulatilla cómplice y el pétreo ambiente hubiéronse eclipsado en su memoria, aún recordaba aquel descampado despoblado adonde se habían refugiado los eruditos... Lejos del mundanal ruido.

Sin forma ni imagen. Sin figura viva. Pero perenne como pensamiento. Como una idea incorpórea. Sola. Lujuriosa en su savia prístina.

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