PEREGRINAJE DE UN REY
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(Siglo XVIII)

(2)

Por Alejandra Correas Vázquez

SU ALTEZA
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PEREGRINAJE DE UN REY
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Y hacia ella va José Antonio Deiqui ...caminando. Cruza esteros y montañas. Salinas y pampas. Ha partido desde las verdosas chacras cordobesas que le pertenecen, hasta el altiplano altoperuano a cuatro mil metros de altura, en busca de este tribunal máximo de última instancia.

Estamos pues de camino junto a su Alteza el Curaca Deiqui —y a pie— hacia este tribunal de instancia final. Es el propio “Carolus Quintus” quien va hablar por él. Es el propio Inca que se refleja allí para los súbditos de herencia precolombina, pues las Audiencias en general (y más la de Charcas) eran sitios muy frecuentados por las comunidades autóctonas, especialmente por aquéllas de procedencia incásica, herederas del imperio del Tiwantisuyo.

El va hasta allá para revertir esa acusación que le priva de autoridad y nobilitat como Curaca (intocable en el Incario y en el sistema colonial) y que es desalentadora para toda la sociedad.

EL POLÍTICO
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Su Alteza Don José Antonio Deiqui avanza a pie en 1795 por quebradas serranas. Por picachos altivos como él. Se introduce en desiertos salinos y atraviesa campos de tierra roja. Poblaciones. Grandes y pequeñas. Ciudades. Ríos.

Va a pie. Lo sigue un séquito. Lo acompañan de a trecho. Se suman otros. Quedan en el camino los anteriores.

Su peregrinaje insólito en pleno siglo XVIII y en sus postrimerías, cuando el mundo entero está asombrado con la Revolución Francesa, esperando el advenimiento de Napoleón y la era del Progreso se aproxima con pasos agigantados, en este año de 1795 …nos parece un antecedente notable de Gandhi en el “camino de la sal”.

El largo trayecto no lo detiene. Ni la pampa ni la montaña. Ni el poderoso Altiplano con sus paredones cortantes. El continúa a pie por el viejo camino de las llamas y de los Incas. Luego de haber atravesado a pie todo el centro y el norte argentino, como todo cordobés convencido de un propósito firme.

Este príncipe diaguita que fuera respetado como tal por los códigos del anterior Virreinato del Perú, se halla en este momento muy solo. No tiene en esta mañana de 1795 respaldo político. Lo tuvo siempre. Nació con él. Lo tuvo su familia.

Y Todos en Córdoba del Tucumán le deben mucho —demasiado a los Malfin— para ser él ignorado. Para pasar por alto sus reclamos de legalidad, tal como lo vemos manifestarse en todo momento. Y en el Alto Perú donde están los archivos coloniales, su palabra será oída por arriba de las autoridades borbónicas que recién comienzan su vida. Que no tienen todavía experiencia de gobierno en Sudamérica.

Don José Antonio posee esa altivez, ese orgullo de casta, que son comunes en aquel tiempo a nobles incásicos y diaguitas. A Tupac Amarú, a José Gabriel Condarconqui Tupamaro o a nuestro personaje... el Príncipe Deiqui.

Sus escritos y réplicas son de un elegante estilo. Es él, además, un hombre de los claustros jesuíticos, como todo hijo de príncipe. Cultísimo. Erudito. Brillante. Y conocedor perfecto de las leyes a nivel académico. Habla latín. Se expresa con oratoria. Ha sido preparado por la Universitas Cordubensis Tucumanae, para servirla y honrarla, como todo cordobés de vieja alcurnia.

No podrán avasallarlo. El pasará por arriba de todos cuantos se le opongan.

Es además uno de los últimos príncipes americanos puros (“sin mezcla de otra raza”, como atestigua él mismo). Pues la pureza de linaje era una exigencia de la autoridad colonial para ejercer el cargo de Curaca.

Y atraviesa a pie un territorio inmenso (casi un medio continente) caminando con su dignidad y su prestancia, pero sin los antiguos honores que antes le correspondieran, porque tiene sobre él la acusación de gobernar a su pueblo “Comunidad de la Toma de la Acequia” ...¡con mano de hierro!... Con la severidad milenaria de sus Leyes Diaguitas

Y allí va caminando hacia el Alto Perú su alteza Deiqui sin insignias, sin tamboriles, sin banderines, despojado de honores, atravesando un territorio inmenso y acompañado por una multitud que se le une en el camino, que se adhiere a su reclamo, a su marcha de silencio que no lo abandona.

Si esto lo hizo por él mismo, por proselitismo o por demagogia, nos demuestra al mismo tiempo su enorme talento político.

Y a diferencia de Tupac Amarú que se levantó en armas muy poco antes (con un cruento final), su lucha será jurídica, intelectual y erudita. Su lenguaje pulido será atendido de igual a igual por los Oidores de Charcas, pues ante todo y a pesar de la multitud que lo acompañaba —como a Gandhi en el viaje de la sal e igual que él— José Antonio era un pacifista.

FUERO de los NOBLES
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Don José Antonio Deiqui está acostumbrado al respeto de toda una ciudad y no va a ceder. Cederán en cambio sus nuevos administradores borbónicos. Y ellos se ajustarán a él. Porque el cono sur americano ha sido siempre gobernado desde Charcas.

Y hacia allí camina, paso a paso ... su Alteza ... el príncipe Deiqui en 1795.

Este príncipe diaguita tiene educación universitaria. Su madre —María Constanza— también “estudió con los padres jesuitas” según consta en los documentos presentados por él ante el alto tribunal. Lo que hace a las señoras de alcurnia malfin, unas de las pocas damas ilustradas a nivel universitario en esos siglos.

REINO ASOCIADO
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Hombre de élite, Don José Antonio defiende su Curaquía como un Reino Asociado con plenos derechos. Su Alteza Deiqui expone ante el tribunal que “no permite pulperías” (vinerías) en la nación diaguita que él gobierna. Combate además “con sumo rigor la ociosidad, la vagancia y la ebriedad”. Funda una plaza y organiza un Mercado (todavía subsisten en Córdoba como sobrevivencia de un pasado que aún pervive).

Son además “norte de su gobierno la virtud, la justicia y la ética”… Cada palabra del príncipe Don José Antonio, hace gala de su cultura refinada. Sus descendientes serán tan cultos como él, al punto de dotar a Córdoba con figuras relevantes en nuestro tiempo, como el profesor Rojas de Villafañe, el cual es quien nos entrega la documentación sobre su principesco antepasado.

El príncipe Deiqui ostenta un sello inconfundible que le ha sido prefijado. La dignidad de su estirpe. Político de raza, de aquéllos que pueden convocar conciencias y volcar decisiones. Con él se presenta, camina, lucha y vence.

Acostumbrado a gobernar desde el nacimiento, desde la cuna, exigirá con argumentos válidos el cumplimiento del Derecho Español y su jurisprudencia, que había sido violado. Es él, don José Antonio, uno de los últimos reyes indoamericanos reconocido por un tribunal colonial. Un rey de legítimas raíces, de tronco original autóctono.

Fue el suyo, uno de los momentos finales donde los pueblos dormidos de la Pachamama, hicieron sentir el peso y el vigor de su brillante pasado.

Para él, hombre rico y de alcurnia, esa caminata impresionante atravesando valles, sierras, salinas, bosques, pampas, altiplanos. Paredes rocosas cortadas a pique. Quebradas hundidas. Infinitas poblaciones desde Córdoba hasta el Alto Perú... Esa caminata representaba un encuentro con la historia. Un acto notable, más que un esfuerzo sorprendente. Era un reto con la vida y una superación sobre sí mismo.

También nos habla de su talento como dirigente de masas. Su espectacular convocatoria y su magistral entrada en Charcas, acompañado por aquella multitud silenciosa que lo acompañaba—pacifista y legalista— nos lo muestra de cuerpo entero. Aparte de sus derechos legalmente asentados en sus escritos y su oratoria, está su fuerza anímica y esa capacidad política, que no se desvió ni por un momento de su contexto y contenido real : hacer respetar “Las Leyes Diaguitas.”

O sea, el sistema de orden para su pueblo. La confirmación de sus derechos para continuar con el equilibrio, el trabajo y el crecimiento. Y presentóse allí, ante el poderoso y máximo tribunal, acompañado por una manifestación multitudinaria de gentes, completamente pacifista. Logrando con ello hacer respetar en su persona dinástica, el carolingio “Fuero de los Nobles”.

EL MONARCA
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Avanzó por los caminos como un Rey, seguido por un séquito. Fue recibido por una multitud que lo aguardaba ovacionándolo en la Plaza de Armas frente a la Real Audiencia, para verlo entrar por los grandes y ostentosos pórticos del supremo tribunal.

Llegó hablando en latín, recitando leyes, expresándose con oratoria, buscando un interlocutor válido.

Y Charcas los recompensó. …¡Siguió siendo Rey! …El único. La única casa reinante que tuvo su asiento en Córdoba : La Deiqui.

Murió en 1800 como un monarca, con todos los honores. Le sucedió el príncipe Don Juan de Dios Villafañe Deiqui.

En 1881 se repartió el Mayorazgo. Sus herederos formaron parte de la ciudadanía cultural de Córdoba. Su descendiente, el profesor Rojas de Villafañe, nos rescató finalmente su memoria.

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