Y SUPE QUE EN EL PIENZO

I

Y supe que en el Pienzo
las nubes solitarias
hablaban de tu boca.
Y supe que en el Pienzo, lentamente,
las nubes conversaban y decían
delitos cometidos en tu nombre.
Tu nombre, sí, tu nombre,
el nombre que no saben,
el nombre que pronuncias sin saberlo,
pues quise yo negarte tener nombre.

II

Por eso tu extrañeza,
por eso tu misterio,
por eso tu poesía.
Y es bello que no tengas nunca nombre,
que seas como un hálito perdido
que habita su mirar oscuro o claro.
Tu nombre, sí, tu nombre,
el nombre que no sabes,
el nombre que pronuncias sin saberlo,
pues quise yo negarte tener nombre.

III

Y sé que tus encantos
residen en el truco
de hallarte entre la brisa.
Los sueños que no existen son promesas
que siempre han de buscar los soñadores,
y así tu nombre vino a ser mi sueño.
Tu nombre, sí, tu nombre,
el nombre que no tienes,
el nombre que pronuncias sin saberlo,
pues quise yo negarte tener nombre.


EL CUÉLEBRE

I

Parece que los cuélebres
conocen tu mirada,
hermosa como el cielo.
Tú sabes que los cielos en Asturias
se vierten con el gris de la tristeza,
con ecos melancólicos
del mar que no conocen los extraños.
Tú sabes que los cielos
se tornan como mares cuyas olas
son nubes que se escapan a su gusto.

II

Parece que los tragos
no olvidan esos ojos,
pintados de azabache.
Algunos ojos son, con sus azules,
los cielos despejados de Castilla,
pues viven en Castilla,
los cielos más azules de estos reinos.
Los tuyos son oscuros,
se visten de azabache y, con estrellas,
parecen ser la noche que contemplo.

III

Y puedo ver la sombra
callada de tus ojos,
diciendo su reproche.
No ignora tu mirada que es hermosa,
que puede condenar con suspicacias
a los que se deleitan
mirando la negrura de tus ojos.
Repito que tus ojos
se visten de azabache, y su negrura
también tiene su encanto en la mañana.


LOS DIOSES ANCESTRALES

I

Los dioses ancestrales
dijeron a las gentes
de tiempos tan arcaicos
verdades que nos son desconocidas,
después de tantos siglos de ignorancia.
El muérdago renace,
llegados los otoños,
hablándonos de cosas ancestrales
que entiendes tú, con ese algo de bruja
que sabe cautivarme con firmeza.

II

Los dioses ancestrales
hablaron otras lenguas,
idiomas muy curiosos
que siguen escuchando las montañas,
que siguen pronunciando los cantiles.
Tal vez los viejos dioses
están presentes hoy,
pues sé que los veneras en silencio,
si, bruja entre las brujas, consideras
que puedes ser también sacerdotisa.

III

Los dioses ancestrales
parecen convocarme,
pedirme explicaciones
de aquellos juegos locos de la infancia,
obscenos desde un tiempo, si te sueño.
Y sueño con tus ojos,
tus ojos de azabache,
la noche de tus ojos de azabache
y el beso de tu boca peligrosa,
volviendo a ser, quizás, una promesa.



2018 © José Ramón Muñiz Álvarez