Madurar no es cumplir unos años determinados. Siempre se está madurando, porque siempre se está aprendiendo. La vida es el mejor maestro, qué duda cabe. Por tanto, considero que madurar consiste sencillamente en ir aprendiendo a aceptar y actuar como personas individuales, sin crearse dependencias por miedo a la soledad, sin pretender parecerse a nadie, sin envidiar a otros porque cumplan físicamente con las modas del momento, y por supuesto sin sufrir por ello. También madura quien aprende a ponerse en la piel ajena, quien descubre las mieles del altruismo, quien respeta a quien ha vivido más que uno mismo, quien humildemente se asimila como un animal más de la creación y no como ser supremo con derecho a someter a las demás criaturas, quien entiende que en todo contacto humano se hace de hablante pero también de oyente, quien hace valer su derecho a pensar distinto con una argumentación sólida y sosegada, y quien se alegra de haber llegado a etapas de la vida que no hace tanto se veían enormemente lejanas.