El alma del ser humano atraviesa el acero, despierta los demonios de unos, enciende las luces de otros, conmueve la piedra más presumida, deja una huella demoledora en tanto y cuánto nos rodea, una vez sale fuera del cuerpo. Como siempre y hasta el último aliento, la llevas vestida con tu piel, acorazada con lo que pareces ser, atormentada con lo que dices ser y, tan poco frecuente como un polo sin norte ni sur, la haces sentirse acariciada con quién eres realmente.
Hay almas tristes, almas voraces, almas enternecedoras, almas alegres de remate, almas que destruyen planetas, sí, y hay almas que construyen a diario rascacielos de esperanza. Están en esa sonrisa sin parpadeos, en ese beso que parece ser el último primero, en la elección instintiva de un rumbo nuevo, en el riesgo despreocupado de provocarte un terremoto de emociones arrebatadoras tras ponerte en marcha hacia tu meta, o cuando finalmente nos encontramos a nosotros mismos y hacemos emerger el héroe que nos habita y espera ser liberado.
Es ahora cuando empiezas a sentir tu alma más tuya, sin preguntar, sin preocuparte de que un imprevisto te haga descuidarla en el polvo de la más dura de las batallas. Y es que no hay contienda más estremecedora que aquella del hombre por amor. Tú hipnotízate. No pierdas la ilusión. Envenénate con el tóxico más gratificante y excitante de arriesgarlo todo por “tu todo”. Vive. Alimenta tu alma con lo mejor de lo más bueno, con eso que te da felicidad o te mantiene rozando el calor de su ráfaga, y nunca digas demasiado. Si entre cielo y tierra hay límites es porque probablemente hay una marca. Supérala o inténtalo apasionadamente, para variar.
Es hora de subirte al escenario y disfrutar la obra de frente a los banquillos. Adelántate un paso. Anímate. Sal ahí fuera con la filosofía de que cualquiera puede ser el amor de tu vida; cualquier momento puede ser el capítulo más sorprendente de tu historia existencial; cualquier palabra puede latir indefinidamente; cualquier beso puede mostrarte la entrada a ese mundo desconocido que tantas veces coloreaste; y recuerda: hagas lo que hagas, es por ti, es por tu alma, más te vale cultivarla con más azules que grises. Que tu alma gemela inequívoca sea mirarte a los ojos en el espejo. Verte a través de tus pupilas, mostrándote esa imagen cegadora de ti en que vas creciendo, poco a poco, con esa ilusión de conquistar tu propio trozo de universo. Enamórate profundamente de conocer, hacer el amor, seducir, romance, fe, paz, alegría, vida y muerte, para que al final de cada día puedas preguntarte: ¿Si todo acabara justo ahora, fui lo suficiente y ambiciosamente feliz? ¿Conocí esa persona con la que sentí que podía hacer temblar la tierra, y disfruté del amor más aterradoramente fantástico que haya experimentado la humanidad? Si en ese momento, la respuesta es sí, entonces vas bien.