Hola mi buen Sancho,
somos viejos y no podemos hacer a menos de sustituirnos a la funciòn de padres educadores....
Debemos aceptar que estas jovencitas tuvieron padres ausentes que no la educaron ni sienten vergüenza por lo que han engendrado. De malos padres vienen malos hijos: de tal palo tal astilla. No es un caso aislado lamentablemente.
Pero no somos nosotros los que podremos resolver el probema porque es muy profundo y muy radicado en la idiosincracia de los paises semi-desarrollados. Argentina creò su propia idiosincracia que es muy
sui generis e incomprensible: uno debe vivir allì para darse cuenta de lo que significa.
En Argentina es difundida la mediocridad y ésta considera la vulgaridad un derecho: tienen derecho a decir malas palabras, de tener mal olor, de hablar a los gritos, de reirse ruidosamente, de escribir mal, de hacer el ridìculo, etc. Se les da al pueblo una buenìsima
instrucciòn pero no una
cultura ni una educaciòn: es un paìs
muy inculto. Para quienes crecimos alli es casi normal y aceptable, pero luego de casi 30 años en Europa se hace muy notable la bajeza y las limitaciones de una gran parte de los argentinos. No solamente jovencitas como ésta sino también gente adulta, como pueden ser los padres que dieron su ejemplo, que ven con un cierto "orgullo" esas vulgaridades: un toque de distinciòn. Luego se preguntan por qué no se pueden integrar en el mundo moderno.
Quizàs la vida le otorgue la suerte de madurar y cultivarse pero, por lo que escucho de mis parientes allà, es algo muy remoto y poco probable.
Nos queda solamente como testimonio de la mediocridad que aun late en paìses alejados. Usémoslo sòlo como ejemplo de lo que no se debe hacer. Echarlos no; se van solos por verse excluidos. Los ambientes mìnimamente cultos los ahuyenta como la "luz mala".
Te saludo.
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