SABRÁS QUE LOS EMBALSES

I

Sabrás que los embalses
dejaron sus palabras
al gusto de la brisa,
dejándolas partir al pronunciarlas,
haciéndolas poesía al pronunciarlas,
haciéndolas más libres
tan solo con decirlas,
tan solo con hacerlas
volar como los soplos silenciosos
del aire que recorre los espacios.

II

Sabrás que cada charca
repite lo que dicen
las voces del estanque,
los llantos del pantano en que dormían
ayer los azulones que descansan
en esas aguas tristes
que saben que el otoño
podrá vestir los bosques
con toda su belleza y que el granizo
vendrá para quedarse, ya en diciembre.

III

Y, entonces, al saberlo,
verás que las palabras
que nacen de la boca
callada del embalse son sinceras,
sabrás ese discurso de las aguas
que corren libremente,
que bajan por el río,
que ríen, si se lanzan,
formando los torrentes irascibles
que habrán de repetir esos discursos.

IV

No ignoro que los árboles
conocen el lenguaje
que saben esas aguas,
las aguas de la lluvia del otoño,
distintas de la lluvia en primavera,
distintas de la lluvia
que trajo, con la vida,
su brillo más alegre,
distinto de estos grises que nos hieren,
que hieren la esperanza del que vive.

V

Y sé que los castaños
pronuncian nuestros nombres
o fingen que pronuncian
palabras enseñadas hace tiempo,
pues hablan del cabello que, empapado,
se entrega a cada lluvia,
sin olvidar tampoco
la luz de los misterios
que esconde en sus secretos tu mirada,
que no sabe decir si es negra o verde.

VI

Y digo que susurran
amores sin sentido
que nunca sucedieron,
pues saben que yo quiero lo que quiero,
pues busco lo que busco, cuando busco,
y acabo de encontrarte
para volverte mía,
incluso si te mato,
incluso si te arranco hacia ese olvido
que te hace de la esencia de la muerte.

VII

Las aguas del estanque
no mienten si pronuncian
canciones ancestrales
que saben escuchar los azulones,
que saben escuchar los viejos cisnes
que nunca se allegaron
al agua del estanque,
que nunca se allegaron
a nuestra historia mágica y extraña,
más digna de los pueblos y rincones.

VIII

Los cisnes son criaturas
que nadan en los parques,
que nadan en los versos
con algo de belleza y cursilismo,
y pienso que son bellos sus plumajes,
un tanto presumidos,
un tanto artificiosos,
como esos labios tuyos,
teñidos por la púrpura del alba
que quise yo en tus labios silenciosos.

IX

Y pongo el pecho mío
en todo lo que digo,
si escucho en el silencio
las voces más discretas del arroyo,
los ecos del otoño que se acerca,
las voces de las voces
que dicen que el estanque
nos habla con sus voces,
sabiendo que los juncos no se enteran,
igual que el castañar en su letargo.

X

Y dice el pecho mío
que no le importa nada
el llanto del estanque,
pues ese estanque triste se lamenta
igual que las montañas donde miro
las nieves primerizas,
el beso de las nieves
que llegan solitarias
al reino de un otoño que es vasallo
de inviernos que vendrán con viento .

EL AGUA CRISTALINA ME LO DICE

El agua cristalina me lo dice,
lo dice tu mirada extraña y bella,
lo dice cada rizo en tu cabello.
Y sé que el agua clara de los ríos,
el agua del embalse, que murmura,
y el agua de los mares son traiciones.
Dirás que no es verdad, que me repito,
que vengo nuevamente con historias,
pero esas aguas solo son envidia.
Quisieran ser tal vez como nosotros,
que nunca fuimos mar ni fuimos lago,
que no sabemos nada de los lagos.
Quisieran ser, y son, tal vez, en parte,
como ese mar que fuimos, siendo duda,
para volvernos luego un desengaño.
Quisieran ser tal vez, y no son nada.
El agua cristalina me lo dice,
lo dice tu mirada extraña y bella,
lo dice cada rizo en tu cabello.

GALICIA NOS EMPAPA

I

Y trajo de Galicia,
la lluvia su tristeza,
tal vez esa hermosura que nos hace
sentir una emoción extraña y dulce,
si puede ser tan dulce la derrota,
pues uno, en la derrota,
se sabe casi un viejo,
conoce ese destino que el otoño
nos viene preparando en su camino,
que el tiempo ha de ser suyo solamente.

II

La lluvia se hace dulce,
desciende a su capricho,
y, a veces, se acelera y nos sorprende
la forma en que se lanza hacia las briznas
calladas de los parques y el asfalto,
sabiendo, como sabe,
que siento tu perfume,
que sueño tu melena ensortijada
y oscura como noches ancestrales,
mojada por el agua que nos llega.

III

Y Asturias es hermosa,
y son bellos los fuegos
que saben encender, con las auroras,
los días del otoño, sus tristezas,
la vieja bofetada que despierta,
quizás como un relámpago
el alma que renuncia,
sumida en esos sueños ilusorios,
que no serán verdad, seguramente,
pues no han de ser verdad, si son ensueño.

IV

Y vino de Galicia,
la lluvia del otoño,
la lluvia que me trajo amablemente
recuerdos del destello de tus ojos,
recuerdos de la noche en los cristales
que brillan, cuando llueve,
que lloran con la lluvia,
que miran los paraguas en las plazas,
no lejos del café, donde los bancos,
las viejas oficinas de los bancos.

V

¿Y quiero hacerte mía
soñándote de nuevo
y digo que me adueño de tu espíritu,
pues finjo que me adueño de tu espíritu,
queriendo regalarte lo que es mío?
Dirás que la locura
me arrastra al disparate,
y sueño que me fugo por las calles,
huyendo con la lluvia, liberándome
del mundo de los cuerdos y los listos.

VI

Y vienen de Galicia
las lluvias misteriosas
y sé que la locura me hace libre,
si vivo enamorado del fracaso
de amar ese silencio entre dos gotas
que deja de ser siempre
silencio en el silencio,
volviéndose tal vez un mar callado
de siglos que permiten reflexiones
en eras que no duran un segundo.

VII

Tu beso está estampado,
impreso en esa taza,
después de las semanas que se fueron,
después de que tus ojos se nos fueron,
huyendo como un loco entre la lluvia
(si acaso se atreviera
un loco entre la lluvia,
buscando ser más libre que los cuerdos
en la nación perversa del otoño
que sepa prometernos algo nuevo).

VII

Galicia trae la lluvia,
Galicia nos empapa,
y quiero que la lluvia me recuerde
la tarde del verano en que eras mía
o yo lo soñé así, si deliraba,
si pude ser delirio,
si pude ser arroyo
de toda la locura que me llena,
llorando tus ausencias, contemplando
la lluvia en las aceras de la calle.

2018 © José Ramón Muñiz Álvarez