Siempre que se discrimina algo se lo hace porque es diferente y no estamos acostumbrados a eso.
A la gente, y me incluyo, le gusta vivir creyendo que su propia forma de vivir la vida está bien. Pero hay mucha gente, y ahí ya no me incluyo, que está acostumbrada a ver las cosas como correctas e incorrectas.
Desde que se parte del pensamiento de que "mi forma de vivir la vida es la correcta", tachar de incorrectas las otras formas de vivir la vida distintas a la mía resulta una consecuencia más que predecible.
Estamos tan acostumbrados a ajustarnos a las instituciones de nuestra sociedad, que cuando vemos que hay gente que, en lugar de ello, ajustan las instituciones a ellos mismos, nos alarmamos. Eso no está bien, decimos. Esa gente no está siguiendo las reglas. Nosotros sí. Y eso es injusto, pensamos.
Toda sensación de injusticia genera la necesidad de justicia, porque somos así. Y lo justo es que quien no sigue las reglas sea sancionado. Hasta ahora, las dos sanciones que se pensaron para la gente que no se ajusta a nuestras instituciones son dos: la adaptación forzosa, y la exclusión.
Y como la gente cree que su modo de vivir es el correcto, en lugar de intentar ver el mundo desde los ojos del que es diferente, obligan al que es diferente a ver el mundo con sus propios ojos. Porque el que el que los otros tienen es incorrecto.
Pero como no los podemos cambiar, buscamos eliminarlos. Si no se nos permite destruir su existencia, al menos lo eliminaremos de nuestras relaciones sociales. Si esa gente no sigue las reglas, que tampoco gocen de los mismos beneficios que la gente que sí las sigue.
Discriminarlos está bien, se piensa, porque es lo mínimo que merecen aquellos que viven la vida de un modo incorrecto.
Y así es como se juega este juego. Aunque los tiempos y las personas cambien, el juego no lo ha hecho.
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Iniciado por Pequesal
