Por ANGÉLICA LUGO
Los escudos están inclinados en el tronco de un árbol cercado por bancos de cemento en la Plaza Francia de Altamira, en Caracas.
Son las 12 del mediodía del domingo 4 de junio. Los miembros de los distintos grupos de choque, conocidos como “La resistencia” entre los adversarios del régimen de Nicolás Maduro, que han surgido con las protestas opositoras que iniciaron en abril pasado, luego de que el Tribunal Supremo de Justicia, mediante dos sentencias, confiriera poderes dictatoriales a Maduro, se concentran en ese sitio. En uno de los asientos está Luis, un estudiante de cuarto semestre de Psicología en la Universidad Central de Venezuela. Por protección, pide ser identificado con este nombre. Viste con un blue jean claro y una franela manga corta que, pese a su azul intenso, no disimula el rosario con una bandera pequeña de Venezuela que pende del cuello.
“Me lo regaló una señora que un día vino a la plaza. Trajo varios y la repartió entre los hermanos para que recemos y nos cuidemos”, cuenta el joven de 26 años de edad. Mientras cruza una de sus piernas, cae al suelo una estampita de la Virgen del Valle, una la advocación mariana más importante del Oriente del país. “No sé de dónde salió, seguro me la dejó en el bolsillo una de las tantas personas que se acerca para darnos apoyo”, dice.
"Aunque hoy no hay marchas ni protestas, igual venimos. Es una manera de comunicarle a la gente que aquí seguimos, resistiendo"
Luis no tiene máscara, capucha, o una franela que le cubra el rostro. La barba, al descuido. “Es domingo y estamos relajados. Aunque hoy no hay marchas ni protestas, igual venimos. Es una manera de comunicarle a la gente que aquí seguimos, resistiendo para transmitir que queremos un cambio”, manifiesta el estudiante de Psicología que es uno de los integrantes del grupo Resistencia Contra la Represión (RCR).
También los llaman “guerreros” y “escuderos” y se cubren los rostros con máscaras y franelas. Se protegen con escudos improvisados, arman barricadas con lo que consiguen y, cuando van a las marchas, son quienes se enfrentan con la policía. No todos se conocen ni actúan de la misma manera. La mayoría proviene de los sectores más golpeados por la crisis económica de Venezuela, campeona mundial de la inflación en 2016, y que sufre de una tenaz escasez. No siempre siguen la agenda de la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática. “A todos los grupos nos une el propósito de salir de este gobierno. Como dice el dicho, los enemigos de tu enemigo son tus amigos”, precisa Luis.
Luis arma barricadas, usa su escudo para protegerse de los ataques de la Guardia Nacional devuelve las bombas de humo que arroja la policía y lanza bombas artesanales. “Pero en realidad no comparto la idea de lanzar las molotov, es como macabro. Cualquiera no puede devolver lacrimógenas. El que lo hace debe saber moverse entre la multitud, porque te pueden linchar por tonto. Pero también debe tener buena vista al cielo, reflejo y reconocimiento de estas bombas, porque hay algunas que pueden explotar en las manos, como ha pasado con varios hermanos”.
Sin embargo, otros grupos sí practican antes de enfrentarse con los cuerpos de seguridad del Estado. Es el caso de los miembros de “Los Pedros”, un grupo de jóvenes que viven en Caricuao, Petare y en el estado Zulia (occidente de Venezuela). El lunes 15 de mayo, durante el plantón que se desarrolló en la autopista Francisco Fajardo de Caracas, quedó clara una de sus prácticas: Un adolescente de 15 años se cubría con un escudo mientras uno de sus compañeros le lanzaba metras. Luego, hicieron una pausa para lanzar varias piedras hacia uno de los extremos de la arteria vial en donde no había personas.
Las protestas de Venezuela, que hasta mediados de junio sumaban diez semanas, nada tienen que ver con el conflicto de 93 días en Ucrania, que derrocó al gobierno de Víctor Yanukovych. Pero los choques entre los manifestantes y los cuerpos de seguridad de ambos países son similares: jóvenes encapuchados y con máscaras, que se guarecen detrás de escudos artesanales fabricados con metal y madera, se enfrentan con funcionarios con todos los pertrechos necesarios para controlar el orden público. Estas personas no tienen armas de guerra ni se desplazan en vehículos acorazados como sus adversarios, pero han logrado incendiar las tanquetas con bombas de fabricación casera.
Tres grupos
En la plaza Altamira se escucha cuando, desde los vehículos en marcha, animan a los jóvenes. “¡Vamos, guerreros!, ¡Sí se puede!”.
Desde que recrudeció el conflicto los días de Luis han transcurrido entre las aulas de clases de la Universidad Central de Venezuela y en las zonas de resistencia de Caracas. Dice que casi no descansa, pero que tampoco puede dejar de prepararse. Un día llegó a su casa con una franela llena de sangre. Había auxiliado a un compañero herido. “Ella se preocupa y me dice que me cuide. No entiende que estoy luchando por el bien de ella y de todos los venezolanos”.
No es fácil conversar con Luis. A cada rato llegan “hermanos” a saludarlo. Entre ellos está “Guarimbín”, un niño de 10 años de edad que vive en la calle y que se ha sumado a las protestas para comer los alimentos que les donan algunos manifestantes. “Guarimbín” tiene dificultad para hablar. Tiene un chichón en la cabeza porque recibió un golpe en una de las tantas manifestaciones.
“Él es nuestra mascota”, comenta una joven de 15 años de edad. Ella vive en Cúa (en el estado Miranda, cerca de Caracas) y también ha hecho amistades entre los manifestantes. Le dicen “La nadadora” porque cuando la Guardia Nacional utiliza la ballena, uno de los vehículos que repliega a los manifestantes con potentes chorros de agua, ella se lanza al suelo para evitar lesiones, aunque tiene una herida abierta en la rodilla derecha. Sus compañeros relatan que es una de las pocas chicas que acompaña a los escuderos en la primera línea de los enfrentamientos. “La nadadora”, que estudia cuarto año de bachillerato, está preocupada. A principios de este mes aseguraba que no acudiría al colegio. Estaba dispuesta a pedirle los apuntes a una amiga, pero no a abandonar la protesta.
Con cascos de moto, franelas para cubrir su rostro y bombas molotov, buscan defenderse y enfrentar a los cuerpos de seguridad del Estado. | Fotografía Angélica Lugo
“Guarimbín” y “La nadadora” le ponen rostro a los niños y adolescentes que se han sumado a las manifestaciones. En dos meses y medio de protestas se ha evidenciado cómo hay tres grupos de menores de edad que, de manera independiente, también participan en las marchas: el primero es el de los niños de la calle que ven en el ambiente que rodea a las escaramuzas una oportunidad para comer y pedir dinero. En el segundo grupo hay también niños de la calle que se tapan el rostro no sólo para buscar alimentos, sino protección en el ambiente de la resistencia. El tercero es de adolescentes que tienen un hogar, pero que sienten la necesidad de protestar contra el gobierno.
Al igual que la mayoría de los jóvenes que se identifica con la resistencia, Luis vive en un sector popular. Vive en el municipio Libertador: “No puedo dar más datos personales porque este es un régimen dictatorial y por mi casa los colectivos (bandas armadas que defienden al gobierno) no permiten que la gente proteste contra el gobierno. Mientras menos tienes, más sacrificas”.
A los miembros de la resistencia no les importa si son heridos o apresados. Luis explica que le satisface pertenecer al movimiento de los escuderos, porque no pierde las esperanzas de vivir el fin del conflicto. Dice que mientras tanto, ha podido conocer personas y vivir la adrenalina. “Maduro ha impuesto el modelo de papá gobierno, el que tiene el cucharón para repartirle comida a quien quiere y el que pone a las personas a hacer colas para comprar alimentos. Y no me da la gana de calarme eso. Prefiero estar aquí en esta plaza, llevando sol y luchando. Mi sueño es que mis amigos y familiares regresen a mi país, para compartir con ellos. También quiero salir por las noches sin el riesgo de ser robado, secuestrado o asesinado”.
Mientras Luis concede la entrevista, parte de sus compañeros atraviesan la avenida con carteles y escudos que dicen resistencia. Saludan a los conductores y gritan: “Venezuela”. Algunos ciudadanos bajan los vidrios para donarles ropa, dinero o comida. Los que reciben más ayuda retornan, cuentan su experiencia y comparten comida con sus amigos. La mayoría, aunque son menores de edad o personas que no superan los 30 años de edad, conserva la inocencia de un niño: juegan cartas y corren para jugar al escondite.
¿Y cómo surgen estos grupos? El gobierno asegura que los integrantes de la resistencia son financiados por la oposición, pero no se ha confirmado esta hipótesis. Se ha comprobado, sí, que el descontento con el gobierno y el hambre son los elementos que unen a estas personas que han formado grupos de resistencia en sectores populares como La Vega, Caricuao y Petare.
No es la primera vez que Luis protesta con otros jóvenes. En 2014 también participó en las manifestaciones que iniciaron en el mes de febrero y terminaron en junio de aquel año. Dice que, aunque el conflicto en Venezuela no es similar al de Ucrania, considera que la presión de calle es clave para avanzar hacia el fin de la crisis.
“La impotencia de los manifestantes en estas protestas de 2017 es totalmente distinta a la de 2014. La falta de tolerancia y el nivel de violencia son, de alguna manera, la canalización de la ira que tiene la gente porque no consigue comida, medicinas y tampoco oportunidades de progreso (... ) Me he documentado bastante y he comparado el conflicto que hay en Venezuela con el de Ucrania. Sin embargo, considero que el fin se concretará con una negociación entre los líderes políticos de oposición y del oficialismo. Pero no podemos rendirnos”, asegura.