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Tema: pakasso escritor

  1. #21
    Fecha de Ingreso
    22-enero-2008
    Ubicación
    Aqui
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    18.138

    Predeterminado

    yo sigo leyendo encantado esta historia, aunque sigo pensando q deberias hablar un poco mas de las cosas, extender un poco las historias, asi se disfrutaria ma

  2. #22
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    Predeterminado

    AGRADECIENDO SUS COMENTARIOS, OTRO PEDACITO
    Estaba por cumplir los doce años cuando ingresé a la Escuela Secundaria “Constitución de 1814”, es preciso hacer notar que sobre esta fecha está fundado el honor de la ciudad de Apatzingán, fue entonces cuando se promulgó la primera Constitución de México en plena Guerra de Independencia. Encontramos en Apatzingán, el museo Casa de la Constitución, la Avenida Constitución de 1814, la Plaza de la Constitución y demás desplantes nacionalistas por este motivo.

    Educación secundaria.-

    Llegar a la escuela secundaria marcó una nueva etapa, un modo diferente de educación, más demandante, el aprendizaje dividido en diferentes asignaturas, compañeros de edades mayores, algunos hasta de 20 años de edad que me decían “Vete al jardín de niños” y nuevos problemas. Uno de ellos en el profesor de matemáticas, a quien mi hermano mayor, Efrén, estuvo a punto de lograr que lo despidieran al comprobarle malos manejos con las aportaciones, resentido me amenazó el primer día de clase y me perjudicaba cada mes pidiéndome el recibo de la colegiatura que aunque se pagaba puntualmente, aprovechaba para enviarme a mi casa por él y perder sus clases, pero a medio año llegó la solución de forma inesperada; una de esas ocasiones, mi padre me sorprendió en casa, cuando se suponía que estaba en clases, me preguntó el motivo y una vez enterado me envió de regreso a la escuela, pero mientras yo lo hacía a pie, él se adelantó en su bicicleta. Mi sorpresa fue muy grande cuando al llegar a la escuela vi un grupo que rodeaba a dos personas, mi maestro tirado en el suelo, con la cara tinta en sangre y mi padre de pie, amenazador con los puños en alto, llegó el director de la escuela, para pedirle por favor que depusiera su actitud hostil, prometiendo que no se repetiría el error, a partir de ahí no volví a reprobar matemáticas, ni aún cuando no presentara examen. De momento no lo supe, pero aún así me perjudicó, fui un estudiante pésimo de matemáticas y lo resentí cuando llegué a la prepa. Por otro lado, se despertó en mí un nuevo gusto, las niñas y como era bien recibido por ellas, tuve mi primer noviecita en una, que recuerdo muy bien se llamaba Lupita, era muy tierna aunque no muy agraciada, de ella recibí mi primer beso de amor, justamente en la boca, a partir de ahí fue como descubrir un nuevo mundo, Rosita, Cecilia, Arcelia que era una morenita muy mona y me quería mucho. Roselia me dio su foto para que la viera cuantas veces se me antojara y pasó a ser mi novia también. Ella era de piel clara, pelo rizado y porte distinguido, su mamá, que tenía un comedor trató de darnos consejos, me dijo por ejemplo: “Pero no te la vayas a llevar al río”, por más que pensé, no pude descifrar el mensaje, pero no se me olvidó, pasaron muchos años antes de que supiera lo que me quiso decir. Así en noviazgos puros e inocentes mi lista de conquistas creció, hubo Paula, Martha, otra Lupita, Gloria, que vendía licuados, que a mi no me costaban un solo centavo Yolanda, Elena, Celia, Juana, Yadira, etc., cada una diferente. Era costumbre que los domingos las muchachas daban vueltas en la plaza y los jóvenes también, pero en sentido contrario y cuando veíamos a una que nos interesara, se ofrecía una flor artificial perfumada y la compañía, si la plática resultaba amena, se hacía una invitación para verse otro día, acudir a algún evento, al cine o a bailar y si la cosa progresaba, se pasaba a un noviazgo que muchas veces terminaba en boda, los padres y hermanos mayores, que permitían el acercamiento vigilaban que todo fuera decente y a veces preguntaban cuáles eran las intenciones, pregunta que salía sobrando, pero que presionaba al saber que no habría libertades.

    En esta época, perdí el control, las muchachas eran muy amables conmigo y yo me dejaba querer, recuerdo un incidente muy comentado en mi familia, desde muy chico, alentado por los textos obligatorios de la escuela leí varios libros y me volví adicto a la lectura, mi primer libro fue “Corazón, diario de un niño” de Edmundo D`Amicis y luego los de Emilio Salgari, “Sandokán, el Tigre de la Malasia”, “Los tigres de la malasia“ para seguir con “El periquillo sarmiento” “La vida Inútil de Pito Pérez”, “La Iliada” y “La Odisea”, “Poema del Mío Cid” y muchos otros, para leerlos cómodamente, destiné un cuarto para tal efecto, al que llamaba pomposamente “La biblioteca” y encontrándome una tarde en este cuarto, escuché que llego mi hermana Dora María con dos amigas: Chela y María, como andaba con las dos, no me asomé siquiera, pero ocurrió que Dora tuvo que salir un momento a la tienda y quedaron solas, empezaron a platicar de sus cosas y les extrañó que el novio de las dos se llamaba igual, hasta que tras preguntas y respuestas, llegaron a la conclusión de que era el mismo, por supuesto, el hermano de Dora, Chela se puso furiosa y dijo que cuando o viera le iba dar de cachetadas. María por el contrario, se puso triste y dijo que ella primero buscaría la razón, que me quería mucho y que no creía que yo fuera así, en eso regresó Dora, con refrescos y parecieron olvidarse momentáneamente del asunto, así que aproveché para salir y sin dar tiempo a nada, tomé a María de la mano y le ofrecí llevarla a su casa, por el camino le conté que Chela había sido mi novia pero que eso era agua pasada, aceptó mis explicaciones y seguimos muy contentos, obviamente, Chela me cortó, pero no me dio las cachetadas que había dicho

  3. #23
    Fecha de Ingreso
    04-julio-2010
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    1.330

    Predeterminado

    pakasso

    En este principio, tu narracion tiene un estilo, una forma de contar las cosas; te permite exponer muy variadas vivencias en pocas paginas.

    saludos cordiales
    P.D. has reciibido 501 visitas
    Última edición por gabagaba; 31-may.-2011 a las 04:05

  4. #24
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    Predeterminado

    En la escuela todo iba bien, ser estudiante daba prestigio y aunque a veces teníamos riñas colectivas con los estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica Industrial, no pasaba a mayores, era más común y divertido hacer deporte, teniéndolos como rivales a vencer aún cuando no siempre nos acompañaba la fortuna.

    En el Ejido.-

    Fue, en esta época que mi padre por métodos que desconozco se integró al Ejido Santa Rosa, distante unos 10 kilómetros de Apatzingán por la carretera de Aguililla, lo que ocupaba casi todo su tiempo fuera del consultorio dental, salía aún obscura la mañana para ir a regar sus tierras y sembrar maíz y un incipiente vivero de mango con todas las variedades conocidas, su socio, un ranchero muy amable conocido como “Pancho Sierra” (otro Pancho) y su esposa, Doña Chona, lo hicieron su compadre, padrino de una hija de 16 años, a la que se volvió muy aficionado, cosa nada extraña en él, sabiendo su atracción por el sexo femenino, y la llevaba a todas partes, despertando la maledicencia de las gentes, aunque, personalmente, nunca vi una actitud que rebasara la normal de un padrino y su ahijada. En ese ejido corrí nuevas aventuras, aprendí a sembrar maíz y ajonjolí y cuidar el riego, éste se hacía mediante canales no muy profundos, con agua que derivaban desde el manantial de La Majada, que se encontraba ubicado a orillas de la carretera a Tepalcatepec, distante como a como a 3 kilómetros, paralela a la de Aguililla. Había en los canales grandes algunos peces que por allá les llaman “chopas”, que al abrir los canales de riego, se desplazaban junto con el agua y que al cerrarlos, quedaban atrapados sin profundidad suficiente, por lo que brincaban buscando depresiones para salvar sus vidas. Nosotros, los jóvenes, que siempre estábamos alerta para obtener lo que la tierra nos brindara no desaprovechábamos la oportunidad y hacíamos buena provisión de pescado fresco, que mi madre preparaba al mojo de ajo, convirtiendo el final de una larga jornada en una fiesta rica y olorosa, igual regresábamos cargados de mangos y frutos diversos.

    Una desgracia.-
    Y fue en esta época, que habiendo descubierto un huerto con mangos exquisitos, planeamos una escapada de la escuela secundaria para ir a traer mangos de allá. Mi primo Manuel se resistía porque no le daban permiso, pero lo convencimos con la promesa de dejarlo escoger los mejores para mi tía, seguros de que con eso, el regaño sería perdonado y ¡allá vamos! Pasamos la mañana cortando mangos y recogiendo los que ya estaban caídos, así como deleitándonos en comer hasta casi reventar, llenamos varias cubetas y emprendimos el regreso, contentos cantando y riendo, cuando a lo lejos vimos una columna de humo que se levantaba muy alto, tratamos de ubicarla y tras deliberaciones, decidimos que era por el rumbo de nuestra colonia, mi primo Manuel, nos encargó su cubeta y echó a correr hacia el pueblo, nosotros, con más peso aún, disminuimos el paso y cuando logramos llegar, nos encontramos con que la casa de mi primo ya no existía, aunque aún ardía, él estaba arrinconado contra un cueramo , llorando y su familia hacía lo mismo, habían perdido todo en el incendio, lo que no era raro, dado que la mayoría de las casas del pueblo estaban construidas de madera y tejamanil, que son delgadas láminas de madera de pino, altamente inflamables, ingenuamente le entregamos su cubeta, repleta de mangos, mi tía Lupe montó en cólera y con un cinturón la emprendió a golpes en contra de él, resultó ser que como todos los días salíamos de la escuela a la una de la tarde, dejó los frijoles cociéndose en el fogón, con dos leños, confiando en que al llegar mi primo, retiraría los leños para evitar que se quemaran los frijoles, cosa que no ocurrió y los leños al quemarse en la parte dentro del fogón, perdieron peso y cayeron fuera, iniciando el desgraciado incendio que los sumió aún más en la pobreza, se perdió el equipo de fotografía de mis primos, sus hermanos, que así se ganaban la vida y la enorme alcancía de mi primo Baltazar en la que ahorraba sus escasas ganancias como boxeador amateur. De sus muchos pesos de plata, sólo encontramos una plasta de metal, que después mi padre convirtió en medallitas y otros artículos de ornato. Fue nuestra última escapada pero sirvió para unir más a nuestras familias. La solidaridad de los vecinos, pobres en su mayoría, se manifestó de inmediato, alguien ofreció una cama que ya no usaba, otros una mesa, sillas, utensilios de cocina, alguna cobija vieja recién lavada y así por el estilo, aliviando un poco la pena de mi tía. Esa solidaridad que llega al corazón, por manifestarse precisamente cuando más se necesita.

  5. #25
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    Predeterminado

    Y SIGUE LA MATA DANDO...

    Fue también esta época en la que afiancé mis amistades, pocas en realidad, pero sinceras: Armando, hijo del Encargado del Orden de San José de Chila, Carlos, un joven muy culto y aficionado a leer, con una incursión en el Seminario de Morelia, Salvador, a quien apodábamos “el pollo”, hijo adoptivo de una indígena de edad avanzada que vendía cántaros en el mercado y que era la mar de amable con nosotros, nos contaba que lo encontró recién nacido, abandonado en una calle de San Juan Tumbio, allá por Pátzcuaro, razón por la que le apodamos “el pollo”. Éramos inseparables, aunque muy diferentes; por ejemplo: Armando, siempre tenía dinero, Carlos extraía de la tienda de su papá atunes en lata, galletas y chiles en vinagre para nuestras pequeñas fiestas, Salvador se encargaba de hacer planes y su humilde servidor: de la parte difícil; convencer a las chicas de asistir, dado que tenía más experiencia.
    Armando, (no se me olvidará nunca) me propuso que comprara unos zapatos, por que aún a esa edad sólo usaba huaraches y los compañeros de escuela me llamaban “Huarache veloz”, para esto, fue necesario que aportara una parte importante del precio, lo que hizo de buen gusto.
    Una de nuestras distracciones favoritas era nadar, acudíamos a las albercas, laguitos e incluso al río, que durante la mayor parte del año estaba seco, el agua transparente que bajaba de Acahuato se desviaba en el transcurso, para irrigar parcelas y huertas o para dar de beber al ganado, pero en época de lluvias, bajaba caudaloso del cerro, de un color casi café por la tierra y basura que arrastraba en sus primeras avenidas, no era raro que con ello arrastrara también víboras, alacranes, arañas y tarántulas, por lo que al inicio de la temporada lo evitábamos, pero después, pasadas las primeras lluvias lo disfrutábamos al 100%, por su fuerza de arrastre, que a veces nos hacía perder los huaraches, por su fuerza vivificadora de los árboles, que florecían nuevamente y ofrecían nuevos frutos. Uno de los lugares preferidos era “El Salto”, donde efectivamente formaba una pequeña cascada que caía en una depresión formada por la fuerza del agua y a donde íbamos a nadar, tirarnos clavados y los más afortunados a bucear con un visor de grueso cristal, se obtenían vistas maravillosas del agua verde y la profundidad silenciosa, se llegaba ahí a través de callejones resguardados de cercas de piedras, después solamente las laderas de los cerros.

    Armando me invitaba de vez en cuando a pasar el fin de semana o una semana completa –cuando había vacaciones- en San José de Chila, con su familia. Chila es un ranchito dividido por un río que define los municipios de Apatzingán y El Aguaje, la parte de Apatzingán se llama San José y la parte del Aguaje, El Naranjo, de gente sencilla, aunque un tanto agresiva, con costumbres raras a mi entender; niños con pistola al cinto, donde las venganzas estaban a la orden del día, ya que los hombres se mataban por cualquier detalle, desde los más pequeños como el que una res invadiera una parcela hasta una rivalidad de amores, me tocó escuchar durante un trayecto en el autobús cómo una mujer aleccionaba a un niño para que al ser un poco mayor asesinara a la familia del que mató a su padre, eran costumbres bárbaras y despiadadas que no sorprendían a nadie, incluso se contaba el caso de un ranchito donde sus habitantes se exterminaron totalmente por rencillas de familias. En casa de Armando me acogían con gusto, yo era una voz diferente a las que a diario escuchaban, sus hermanas me mostraban simpatía, que no coquetería y yo me sentía muy bien con ellos, para ir a Chila por la vereda había que pasar muchos trabajos, la brecha era pedregosa y muy cansada, los carros avanzaban dando tumbos, el polvo del camino, espeso y pegajoso nos cegaba y hacía llorar, el ambiente era irrespirable; pero pasar el Río Grande era muy peligroso, el vado se perdía en épocas de lluvia, los tractores tenían entonces un uso diferente, remolcar los carros para cruzar el río. En una ocasión me tocó presenciar un hecho terrible, El padre de Armando era el encargado del orden y propietario de una tienda y un billar, estando en la tienda vimos llegar a un joven de unos 20 años, pidió galletas “sabrosas” y chiles en vinagre, lo que es común cuando no se ha tenido oportunidad de comer por las faenas del campo, enseguida llegó otro tal vez ligeramente mayor y le dijo “oye, anoche en el baile peleamos y me ganaste, vengo a ofrecerte que seamos amigos y vivamos en paz” el primero le contestó que no había problema, que la lucha fue justa y ocasional, que estaban en paz, Si, pero te quiero invitar unas cervezas, insistió. No quiero nada, así está bien. Bueno entonces cuando menos un refresco. Está bién, pero que conste que no te lo he pedido, recibió el refresco y al momento de dar el primer trago, el otro sacó la pistola y le disparó dos veces. Cayó sin un solo grito – En nada se pareció a lo que mostraban las películas de aquella época-, después, el asesino se volvió a nosotros con una mirada terrible y nos dijo “lo mismo le pasará al que se atraviese en mi camino” y salió rápidamente. La madre de Armando, que estaba embarazada cayó desmayada de la impresión, la auxiliamos de inmediato, pusimos alcohol en una franela y le dimos a oler, sacamos hielo del refrigerador y mojamos su cabeza, la tienda se llenó de gente que preguntaba ¿Qué pasó? ¿Quién fue?, a duras penas nos explicábamos. Pasado más de una hora llegó el padre de Armando y cuando lo enteraron dijo que había encontrado al homicida en la sierra y que le dijo “que sea la última vez que te atraviesas en mi camino”, creyendo que se lo decía en broma no le hizo caso y cada quien continuó su camino, mandaron traer servicios funerarios de Apatzingán y a la policía rural de no sé donde. Se presentaron a caballo, enfundados en sus tradicionales trajes de cuero lo que les da el popular apodo de “Los Cuerudos”, hombres decididos que peinan la sierra cuando es necesario durante varios días, aún en lugares a donde no llega el ejército o los judiciales, hicieron provisiones de queso, carne seca y agua y partieron al galope, al día siguiente, cuando ya habían enterrado al difunto, los vimos regresar al paso de sus caballos, traían atado de manos a un desconocido que caía y se levantaba, el rostro hinchado y sanguinolento, los pies descalzos y sin camisa, nunca había visto a nadie en esas condiciones y sin embargo tuvimos que identificarlo como el asesino, ya que efectivamente era él. Aunque no lo hicimos en público, llegó una camioneta y ahí lo trasladaron sin comer y sin agua. Es un recuerdo muy horrible de todo lo que pasó en esa ocasión, duré casi una semana durmiendo mal, pero todo se supera.

  6. #26
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    No se desesperen ya vamos en la página 12 de 100

  7. #27
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    Predeterminado

    Cursaba el segundo año de secundaria cuando mi madre falleció, confirmando los diagnósticos de que traer más hijos al mundo podría ser fatal para ella. Mi padre, en el apuro de internarla en una clínica buscando desesperadamente salvarla, no dejó de trabajar porque, como siempre, no había dinero suficiente en casa, mis tías, hermanas de mi mamá lo criticaron duramente por no dejar de trabajar. Yo lo comprendía, era necesario pagar los honorarios de los doctores y la hospitalización. En fin, con mucho dolor para nosotros la perdimos para siempre,. Creo que de momento no comprendimos lo que estábamos perdiendo, pero no habiendo quien administrara la casa y sin su cariño nos volvimos una tribu salvaje y violenta a la que mi padre no podía controlar, trabajar y alimentar, nos salvó un poco recibir los consejos de Oliva, una señora que por temporadas trabajaba en casa desde hacía mucho tiempo y que vivía sólo pasando la calle, gran amiga de mi madre y a quien considerábamos como de la familia, también colaboraron algunos vecinos, Doña Esperanza y Don David, - buenos vecinos- quienes además de prestarnos sus burros, nos aconsejaban sinceramente, Doña Carmen y Don Lupe, que vivían justamente en el terreno siguiente y Doña Celia, otra vecina que tenía 5 o 6 hijas y un solo niño. Eran todos muy bien intencionados, aunque nosotros no lo sabíamos, David, hijo de doña esperanza se convirtió en un gran amigo aunque éramos totalmente diferentes, él no sabía leer, se dedicaba al campo como su padre, al igual que Luis, hijo de Doña Carmen y Don Lupe, campesinos, pero muy buenas gentes, vecinos de siempre, tenían 4 hijos: Evangelina, Josefina, Luis y Luz María, a quien su padre llamaba “Luchita” y los chamacos recortamos a “Chita”, un poco por las películas de tarzán de aquella época. Cuando llegó la época navideña, mi hermana Estela nos preparó la cena en la primera estufa de gas que conocí, nos cocinó unos pollos rostizados con sal y ajo, riquísimos. Ella afrontó la difícil tarea de llevar las labores del hogar y la orientación que nos faltó, aunque no lo comprendimos.

    Lógicamente tenía amigos en casi toda la colonia, aunque más bien debo decir conocidos con los que jugábamos fut-bol, base–bol y frontón de mano, con unas pelotas pequeñas y suaves que perdían los jugadores adultos y que después encontrábamos nosotros entre los matorrales que había en los alrededores de la Unidad Deportiva.

    Primer Encuentro

    Casi al terminar el último año se secundaria hubo un suceso muy importante en mi vida, en una de nuestras escapadas a la alberca, donde nadábamos, bailábamos y nos divertíamos en un ambiente sano, invitamos, entre otras chicas a Consuelito, que era muy popular, bailaba la música tropical con mucha gracia y que por supuesto, me gustaba mucho, era chaparrita, morena, bonita y de pelo largo rizado, llegamos a la alberca y todos nos metimos y empezamos a subir al trampolín de clavados, sabíamos que eso llamaba la atención, yo usaba un short sobre los calzones de uso normal y a punto de lanzarme al agua, vi a Consuelito que desde abajo me veía con malicia, como tratando de ver por dentro del short, tal vez sería mi imaginación por la expresión que le sorprendí en el rostro, avergonzado me lancé al agua, sin quitarme la idea de que me estaba viendo de una forma diferente y pícara. Una vez que las otras muchachas avisaron que las tostadas estaban listas salimos corriendo hacia el pasto, donde comimos y tomamos refrescos de manzana. Empezamos a bailar con un tocadiscos portátil, de baterías, que llevaba Carlos, con discos de “La Ola Inglesa”, una colección de discos de vinilo, de 45 y 33 revoluciones, que recopilaba canciones bailables de moda, en inglés y español yo continuaba al pendiente de Consuelito, en un momento la música cambió a tropical y eso fue el boom, el ritmo de Los Sonors – conjunto muy popular de Michoacán en aquel tiempo - aumentó nuestra alegría, nos levantamos todos a bailar, yo, ¡por supuesto! Invité a Consuelito que bailaba mejor que todas, después de 3 o cuatro melodías bulliciosas, vino una de corte tranquilo, que mis contemporáneos seguro recuerdan aún, se llamaba “Peleas” y contrariamente al título, era muy suave y fácil de bailar abrazados y de “cachetito”, como decíamos en esa época. Sentir a Consuelito pegada a mí, me despertó nuevas sensaciones que trataba de reprimir, ella se dio cuenta y sonriendo me dijo “no te de vergüenza” eso les pasa a los hombres cuando les gusta una mujer, ¿te gusto? ¡Mucho! Le respondí yo, pero no me gustó tu actitud conmigo en el trampolín, parecía que me querías ver los calzones bajo el short, rió alegremente y me dijo “ ¿a poco no es lo que ustedes hacen siempre?” pues sí, pero no es igual, no es normal que las mujeres hagan eso. Sin cambiar su expresión divertida me dijo después de besarme “si supieras cuántas cosas que no son normales hacemos, pero sólo a los que nosotras decidimos” de momento no asimilé el sentido de lo que me decía, nos apartamos del grupo que conversaban animada y simultáneamente haciendo bromas entre sí, caminamos por el jardín y buscamos un lugarcito más reservado, me preguntó ¿has visto a una mujer totalmente desnuda? Me sorprendió mucho la pregunta, pero más aún cuando retirando un poco la parte superior de su bikini me mostró un pecho moreno, con un pezón rosadito, debí estar con la boca abierta porque se rió de mi –seguramente no- ¡pues tengo dos!, me dijo, algún día te los voy a enseñar juntos. No pude evitar acordarme aunque confusamente de la meretriz que conocí cuando vendía flores y comparar la diferencia de tamaño y forma. Nos integramos de nuevo al grupo y pasamos un día estupendo, regresamos haciendo planes para otra reunión, pero en sábado para no perder clases nuevamente ya que se aproximaban los exámenes. Estuve inquieto toda la semana esperando el sábado para volver a verla y bailar abrazado con mi nueva amiga, ya casi novia, a pesar de que no existía declaración alguna, su actitud para conmigo me decía que ya no era necesario. Llegó el día esperado, nos reunimos a las doce del día, fuimos a la alberca, hicimos lo acostumbrado, nadar, bailar, comer y juguetear. Iniciamos el regreso a las seis de la tarde, se disolvió el grupo pero Consuelito y yo seguimos juntos, al pasar por fuera de la escuela, recordó que tenía un broche de Doña Meche, la esposa del velador, una pareja de edad avanzada que vivían en una pequeña casita pegada a la escuela, con la finalidad de hacer sus respectivos trabajos en la misma, Él, Velador y Ella, aseo de los salones. Doña Meche nos vio llegar a su casa y nos recibió amable, nos contó que estaba un poco enferma y por esa razón dejaría el aseo de nuestro salón para el siguiente día, ofrecimos ayudarle y aunque apenada, aceptó, entramos al salón desierto, por el día y la hora, barrimos, sacudimos y trapeamos. Una vez terminado; regresamos las franelas, escobas y trapeadores a Doña Meche, quien se había recostado y adormilada nos dio las gracias. Nos despedimos y le propuse a Consuelito que regresáramos al salón a platicar un poco más, me sentí muy halagado cuando me dijo, “te lo iba a pedir, pero me dio vergüenza”. Así que entramos nuevamente al salón, ya empezaba a oscurecer, platicamos de muchas cosas diferentes y sin saber cómo, nos vimos liados a besos, ese atardecer conocí por primera vez el placer de un acto sexual, a mis casi 15 años, con una niña más o menos de mi edad, pero mucho más sabia, fue una experiencia inolvidable, que después busqué repetir en cada oportunidad.
    Seguimos viéndonos por el tiempo que permanecí en Apatzingán, ya como novios, pero cuando me fui a Morelia, sus padres la llevaron a Monterrey, de donde eran originarios y salió de mi vida casi sin darme cuenta. Nunca he vuelto a saber de ella, posiblemente se casó por allá o sólo Dios sabe que fue de su vida, sólo me quedaron estos recuerdos.

  8. #28
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    Predeterminado

    UN POCO M{AS DE ESOS TIEMPOS

    En esos tiempos, mi hermana mayor empezaba a forjar su destino, estudiaba la carrera de Contador Privado, que mi padre no entendía, decía que iba a ser Secretaria, para deleite de patrones, a los que injuriaba antes de conocer. Siendo él, burlador de mujeres, no concebía que hubiera personas diferentes, por lo que era muy celoso con mis 2 hermanas que estaban pasando de la niñez a la pubertad y posterior juventud, Elsa, más pequeña aún no tenía problemas por ser una niña. No consentía que tuvieran amigos y amenazaba con matar a quien sorprendiera con ellas, por lo que yo les servía de chaperón y alcahuete en sus noviazgos, que no duraban cuando los pretendientes se enteraban del mal genio de mi padre. Así transcurrió esta época de mi despertar a la juventud y aún siendo un estudiante mediocre, dí a mi padre la satisfacción de terminar mi educación secundaria.

    Despegue

    Con muchas esperanzas de mi familia me trasladé a la ciudad de Morelia, ya que en Apatzingán aún no había escuela preparatoria por lo que si se deseaba estudiar más allá de la secundaria era imperativo emigrar. Me fui con toda confianza, mi hermano Efrén ya estudiaba allá y lógicamente me ayudaría a establecerme, como efectivamente lo hizo. Él vivía frente a una iglesia por Fray Bartolomé de las Casas, una calle que corre a un costado de la iglesia de San Francisco. Era una casa antigua, de estilo colonial, como casi todas en las que viví durante los tres años que estuve en la capital. Había una escalera de piedra en el patio, la cual accedía a la segunda planta, en donde se ubicaban las habitaciones de los estudiantes mientras que la planta baja era usada como casa de una maestra y mostraba un toque discordante por sus detalles lujosos, tenía un comedor amplio, con muchas sillas, que como detalle de mal gusto tenía espejos en todas las paredes, sala con televisor y un baño siempre pulcro.
    Me instalaron en el cuarto más al fondo de todos, que a pesar de tener una ventanita por la que entraba el sol por las mañanas y la fresca brisa nocturna, no era ocupado por nadie, mientras que en otros más pequeños se apretaban dos o tres camas. De momento no investigué el porqué, pero después, ellos mismos me dijeron que ahí se aparecía un fantasma, por eso nadie quería ese cuartito, la curiosidad me hizo preguntar más detalles y me enteré que se aparecía una mujer vestida de blanco, que no hacía más que pasear por la orilla de la cama, mirando fijamente -con sus cuencas, sin ojos- al que hubiera tenido la desgracia de estar en ese cuarto, no le dí importancia, más bien me burlé de ellos, diciendo que si era una mujer, pues mejor. Por suerte nunca vi ni oí nada. Bajo la escalera de piedra, había un espacio en el que acondicionaron una taza de baño, ya que algunos se negaban a pasar al baño de la casa, por miedo a cruzar el comedor. En una ocasión mi hermano se quedó estudiando y cayó la noche, pero como en el comedor había lámparas que alumbraban muy bien, no le dio importancia y como a las once de la noche subió pálido y tembloroso, ¿qué te pasa? Le pregunté. Pasa que me espantaron en el comedor, ¿cómo? Estaba estudiando cuando se recorrieron las sillas frente a mí y no había nadie, me levanté y las volví a acomodar y en eso se recorrió la silla en la que yo estaba sentado, ya no esperé y subí corriendo. No creí la historia, pero no bajé a verificarla hasta el día siguiente, efectivamente, la silla que debió estar ocupando, a juzgar por la posición de sus libros y cuadernos, aparecía en una posición que nada tenía que ver con alguien que estuviera sentado estudiando, recogimos sus cosas y no comentamos con nadie, pero mi hermano estuvo enfermo casi toda la semana, hizo acopio de artículos religiosos y rezaba mucho, cosa por demás extraña en él.

  9. #29
    Fecha de Ingreso
    24-mayo-2009
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    259

    Predeterminado

    En una ocasión, platicando con Carlos, me comentó que su tía tenía a una hija que no podía controlar, que era muy rebelde y noviera, que estaban planeando internarla en un convento, yo que ya estaba encarrilado me interesé y le pedí que me la presentara, no lo hizo así, pero me la señaló. Era una chiquilla, morena, muy delgada pero completamente de mi gusto, me hice el aparecido en dos o tres ocasiones, le hice plática tratando de afianzar una amistad con ella, pero le era indiferente, la invité a salir, a tomar un helado, al cine, a bailar, etc., pero el resultado fue el mismo, finalmente, y para no perder más mi tiempo le pregunté el motivo de que me rechazara tanto; me contestó que no le gustaban los pelones. Efectivamente, yo tenía el corte de pelo al rape, por que al ingresar a la preparatoria, los compañeros de segundo año nos pelaban a coco por tradición.


    Mi hermano y yo nos abonamos en casa de Don Chano López, un viejo amigo de la infancia de mi padre, que cuidaba un edificio en la calle Valladolid, vivía ahí con su familia, hacía escritos a máquina a numerosos clientes, fue como un segundo padre para nosotros, amable, con una cultura sobresaliente y un trato cariñoso, su esposa, Doña Ana era a su vez una mujer dulce, ambos, ya entrados en años eran la imagen perfecta de una pareja bien avenida que conserva su amor con el paso del tiempo. Tenían 6 hijos con diferentes caracteres, Jorge, Ana María, Chano, Arcelia, Alfredo y René. Jorge ya se había recibido de Doctor, hombre serio y tranquilo, Ana María, una bella rubia madura que se hacía del rogar para casarse con su novio, un Ingeniero recién recibido, Marciano, un joven alto, apuesto y arrogante que estudiaba para ser contador, Arcelia, la consentida, que soñaba con ser Doctora, Alfredo era empleado del Monte de Piedad y René un chiquillo muy buena gente que aún no decidía que estudiar. Ahí viví más o menos un año, siempre en buenos términos, hasta que decidí cambiarme a una casa de estudiantes por la calle Virrey de Mendoza, para disfrutar de más libertades. De mis amigos de Apatzingán sólo tenía a Armando. Carlos no se quedó, ignoro por qué motivo, Salvador no encontró agradable la estancia y se regresó, pero conocí nuevos amigos, uno de ellos, Jaime, moreno, gordito audaz y precoz. En las vacaciones regresé a Apatzingán y Carlos, que se pasaba el tiempo en compañía del padre Soto me contó que había un grupo grande de jóvenes que venía de muchos lugares a una reunión de catequistas, me presentó a muchos de ellos, hombres y mujeres de diferentes edades, pero en especial a una niña que desde que la vi me pareció encantadora, era de piel clara, pelo, quebrado diría yo, carita inocente y las cejas muy juntas, eso en lo físico, pero de trato exquisito, respetuosa y muy decente, su nombre: Adriana. Al parecer nuestra impresión fue muy parecida, nos caímos bien, sin pensar más que en la amistad por mi parte, que seguía el ejemplo de mi padre de ser un conquistador, intercambiamos domicilios y quedamos de escribirnos, lo cual cumplimos durante algún tiempo, hasta que por cosas del destino dejamos de hacerlo.

  10. #30
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    yo sigo aqui, muy bueno tu escrito...

    no podrias agregarle fotos de los paisajes a losque te refieres??

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