Estampa Colonial - siglo XVIII
Provincia de Córdoba del Tucumán( hoy Argentina)

1— MARUCA VUELVE A CASA


Maruca arreglaba su cabellera frente a la luz del ventanal, una vez que la sierra hubo calmado la tempestad desatada al mediodía. Luego fue eligiendo entre sus vestidos aquél que tuviese, para lucir en su cuerpo, la mayor cantidad posible de colores. Zunilda la miraba inquieta, con algo de disgusto y reproche.

—“Mi niña no ha traído buenas ideas del Convento— comentó la niñera de rostro muy negro y paciencia muy limitada.”

—“Al menos ahora quiero alegrarme con muchos colores. Las Catalinas eligieron a Carmela. No fue mi elección, sino la de ellas.”

—“También era la mía”— dijo triste y en voz baja la mulata Zunilda.

Maruca continuó buscando adornos. Removía cajones, fue abriendo armarios, vaciando arcones, mientras al lado suyo la mulata iba cerrando y guardándolo todo casi con torpeza, con ira. Jamás la amistad entre ambas había sido buena, pero ahora comenzaba a tornarse insostenible. La favorita de la niñera Zunilda —Carmela— quedó para siempre en el Convento y la indolente Maruca estaba de regreso en la familia, más convulsionante que nunca.

Apoyábase con coquetería sobre el enrejado ventanal, cargando su rubia cabellera de adornos. La piel conventual definía el contorno de su frente muy alta y sobre esa palidez de porcelana, dibujábanse las cejas muy arqueadas destacando el pardo amarillento de sus ojos. Zunilda le quitó algunas cintas. Le puso una mantilla color crema de seda filipina, traída desde Arica... Era inútil que Maruca se resistiese, Zunilda, la niñera, mandaba:

—“¡No saludarás al Marqués vestida como un colibrí!”

2 — EL MARQUÉS

Cuando fue posible equilibrar la armonía de colores contrastantes que la niña eligiera, Zunilda la condujo, casi empujándola, hacia la sala. Maruca vio en aquel momento a Bartolo junto a la puerta, luciendo una librea un poco holgada —que no le pertenecía con toda evidencia— y el mulatillo sonrióle con picardía. Se miraron uno al otro los dos pillastres de antaño, compinches de tántas travesuras, como si un nuevo juego los convocara.

Pero la niñera puso ojos duros en Bartolo, y tomó el brazo de Maruca con toda la fuerza de sus negros dedos, hiriéndole casi la carne. La niña, conociéndola, calló su grito. Y Al entrar en la sala vio que su padre se hallaba de pie en ella, muy atildado, en compañía de un exótico visitante vestido con un traje celeste cielo.

—“Esta es mi hija Maruca, que ha salido del Convento de las Catalinas ...Don Rafael... Hija mía, saluda con cortesía al Marqués de Sobremonte.”

—“Mademoiselle...” — inclinóse el Marqués

3 — EL VISITANTE

Afuera, hacia el horizonte, un vendaval azotaba las Altas Cumbres mientras en el patio los mulatos trataban de limpiar y encerar la carroza del visitante, cubierta de barro y arena. Los ejes estaban destrozados y los crines de los blancos caballos llenos de abrojos. El suelo de piedra enfangado cobró brillo de espejo. Mientras que el cochero de Don Rafael mateaba con el viejo gaucho Eulogio —antiguo capataz de la Merced ahora casi centenario— relatándole sus angustias junto a aquel Marqués inagotable que lo llevaba de Merced en Merced, de pampa a pampa, de sierra a sierra, bajo los vendavales o las resolanas de las cumbres o de las punas.

Trotador incansable su blanco carruaje versallesco cruzaba páramos de espanto. Atravesaba caminos inexistentes. Trasponía el macizo de las Altas Cumbres para instalarse en su sencilla casa de Merlo y aspirar de este modo, la fragancia silvestre de los churquis naturales del entorno. Llegaba más allá tras inmensas distancias hasta la provincia de Cuyo —separada ahora de Chile e incorporada a Córdoba del Tucumán bajo su mando— contemplando sus inmensos viñedos proyectando un futuro nuevo y próspero. Cataba allí el vino artesanal de Mendoza y San Juan con gran disfrute, fundando San Rafael y Marquesado a modo de un comienzo productor.

Descendía nuevamente en la soledad marginal de la Pampa de Achala y en esa meseta ventosa de las Altas Cumbres, encontraba su asiento encima de un risco pelado... Y allí, con gesto inconmovible, exhibiendo su pose erguida arriba de aquellas rugosas rocas, apoyaba sus manos cargadas de anillos sobre un bastón tallado, y respirando el aire gélido del ventisquero, daría comienzo a su tarea de Gobernador.

Entonces dirigiéndose hacia los rústicos y solitarios lugareños averiguaba todo. Indagaba los sucesos del medio en esa fuente rica de informes. Preguntaba. Oía a unos y otros. Escuchaba mucho y hablaba con todo el mundo. Los habitantes olvidados que aún no conocieran en el siglo XVIII la presencia española debido a su aislamiento o su atraso cultural, en ese escenario perdido y fuera de la historia. O que nunca hubiesen palpado su significado ...Hablaban ahora cara a cara con el Marqués de Sobremonte sedente en su trono de roca virgen.

(SIGUE)
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