Soneto I

Palacio para un mar siempre dorado
diréis que fue el color de una mañana
que brilla en el verano con desgana,
si no es un sol de invierno derrotado.

Y tiene en su palacio custodiado
el brillo del tesoro que desgrana
del sol la luz, la llama soberana
que mira el ponto a veces sosegado.

La villa no lo ignora, porque escribe
la dicha y el dolor con los que paga
la vida que le dieron en la historia.

Candás lo sabe bien, y así recibe
el piélago la llama que se apaga,
llegado ya el ocaso, en la memoria.


Soneto II

La playa pudo ver que el aire sano
llevaba sus arenas, porque había
de hacerlas remolinos y podía
moverlas con el gesto más ufano.

Un eco pudo ser de aquel verano
la brisa silenciosa que encendía
un algo de febril meñancolía
y un algo de añoranza, pero en vano.

Y pude recordar aquellos mares
dejados al olvido sin memoria,
un eco abandonado y silencioso.

Y un eco de salitre y bajamares
me trajo la palabra de la historia,
vencida por el polvo perezoso.


Soneto III

No hablemos de pesqueros solamente:
Carreño es mucho más que alguna playa
que sabe de rumores mientras calla,
pues no callan las aguas de la fuente.

Los Ángeles la llaman sabiamente,
que busca en el Noval una atalaya
que lleve su agua clara donde vaya,
tal vez buscando un mar resplandeciente.

También está la voz del arroyuelo
que corre caprichoso, que se apura,
que llora soliloquios apartado.

También están las nubes en el cielo,
la brisa que nos roza y que murmura
el llanto de un ocaso derrotado.



2016 © José Ramón Muñiz Álvarez