Un Maestro del Siglo XIX
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Por Alejandra Correas Vázquez

(SEGUNDA PARTE)

Para él había un paso muy grande —que algunos confundían— entre liberalismo, laicismo.....y ateísmo. No podía ser “ateo” nunca un hombre enamorado del paganismo de la Hélade. De Zeus, de Palas Atenea y todo su dorado Olimpo. En todo caso era “deísta” por demás.

Estos principios que le preocupaban tanto a aquellos hombres del fin de siglo XIX, eran muy especiales. Solía decirse entonces, que sólo una “familia muy católica podía producir liberales”. Pero más que feligresa en sí, su familia poseía miembros destacados de la misma Iglesia. Lo cual encierra un compromiso social como tal, antes mismo que religioso. Don Andrónico asumía aquello casi con frialdad, y con buena voluntad llegado el caso.

Durante una estadía suya de paseo en la población de Villa del Rosario —zona de Río Segundo— mientras se construía la iglesia del lugar bajo la responsabilidad de su sobrino, un joven cura párroco muy entusiasta y lleno de proyectos llamado Lindor Ferreira Gómez (quien sería más adelante el muy popular “Cura Ferreira”) este tío Andrónico se puso a observar la obra. Con su experiencia y sus buenos conocimientos, díjole desde abajo al muchacho togado subido a los andamios :

—¡Lindor!.....se te va a caer el campanario.
—¡Pero qué sabes Andrónico!-— fue la respuesta rápida del sobrino sacerdote, pleno entonces de esa euforia juvenil

A la vuelta de un mes escasamente, el telégrafo habría de entregarle el siguiente cable :

—“ Se cayó el campanario”— Lindor ”

El accidente costó la vida, entre otros, al ingeniero de la obra. La advertencia cumplida hizo que el muchacho progresista, miembro de la Iglesia y quien más tarde sería un muy mentado personaje, viera con más respeto a aquel tío liberal y laico, sospechado de “ateísmo”.

Los propios mandos de la Iglesia confiaron en él, como profesional, y aunque no esperaban verlo los domingos en misa, le encargaron al discutido Don Andrónico Gómez Vázquez la construcción de la iglesia de Río segundo. Un liberal auténtico no es un anarquista. Ni un iconoclasta. No quema iglesias, puede construirlas también.

Don Andrónico quedó muy satisfecho de ello. Quizás porque suavizaba anteriores fricciones debido a su pensamiento libre y helénico...

Y la iglesia se construyó, felizmente. Inaugurada. Usada. Festejada. Permitió a las familias estancieras de la zona (quienes se recluían desde hacía tres siglos en sus capillas privadas) una suerte de reunión social comulgante, que hacía tiempo les faltaba. Además, reconociéronle, con esta iglesia economizaban en la manutención anterior de un “cura privado”. Todos sabemos que la gente vinculada a la producción agropecuaria, necesita apoyarse en la economía. Quedaron agradecidas de esta manera con Don Andrónico por ambas cosas.

¡Entonces sucedió lo increíble!

La campana de la iglesia nueva en Río segundo, desapareció de improviso …inesperadamente...

Y una campana de campanario no se guarda en un bolsillo como un cirio o una estampita. Campana bien fundida y de buen tamaño, toda la población había contribuido con sus zarcillos, sus pulseras, sus cadenillas, sus brazaletes y sus camafeos de oro y plata, para que ella tañera al aire como un “Campanile”. Su tantán melodioso se extendía a lo largo de toda la pampa cordobesa de Río Segundo.

Padre intelectual de la obra, este insólito hombre laico y liberal, se abocó a la tarea de descubrir su paradero. El escándalo tenía ocupada a toda la prensa del momento y las familias donantes de sus tesoros, estaban más que indignadas.

No podía la campana salir por los caminos donde él apostó sus peones. Pero en cambio, la Estación del Ferrocarril, era una propiedad inglesa. Casi un país extranjero dentro de otro. Un feudo inglés en medio de la pampa argentina. Inviolable. Autónomo. El cual además de no ser un reino católico (al que nada interesábale los intereses de la Iglesia Católica en cualquier lugar del mundo) cobraba, comerciaba y lucraba en ganancia, por cualquier envío depositado en sus vagones. Sin importarle el contenido de la carga.

Don Andrónico no podía colocar allí ni sus gauchos, ni pedir ayuda al “Comesario”, ni apostar a su caballo...Entonces él se apostó personalmente.

En todas las horas cuando la Estación estaba abierta, esperando la locomotora inglesa con su horario perfecto y exacto, él hallábase allí presente, como un pasajero más aguardando en el andén. Pero no subía a ningún tren.

Pasaron los días. Hombre de paz, de lecturas, abría su Ilíada en griego o su Farsalia en latín, las anotaba y las acotaba. Siempre con gran parsimonia. Sólo una persona así, podría haber vigilado tanto tiempo, personalmente, un andén de Estación sentado e imperturbable.

Hasta que ¡por fin! advirtió un embalaje grande que aprestaba a ser emitido por el Ferrocarril y del cual partía un ruido sospechoso. Tintineante. Como un gemido agudo y metálico ...Y... Por supuesto, inquirióle sobre su contenido a la elegante dama encargada de la custodia del mismo, a quien él conocía en los salones :

—Son cristales finos— le contestó Doña Eustaurófila

Don Andrónico no aceptó la explicación. Con la autoridad ejecutiva de su personalidad, en medio de una polémica con los nerviosos empelados ingleses (quienes discutíanle en su lengua mientras él contestábales en griego) obviando el latín que podían entender entre ambos… Y todos haciendo lo posible para hacer un diálogo de sordos ...el caballero sacó entonces su silbato de ingeniero y comenzó a pitar. La estación de trenes de Río Segundo se conmovió entera.

De inmediato cayeron al lugar sus peones en un grupo nutrido, quienes habíanse colocado en las inmediaciones, y ante la presión de la mayoría, se abrió el envoltorio.

¡Y la campana de Río Segundo apareció allí, en lugar de los “cristales finos”!

Todo dio buenos frutos y los ingleses del Ferrocarril tuvieron que quedar mudos de asombro y pedirle disculpas. Aún cuando el caballero no lo había exigido.

Extranjeros como eran, y además sabiéndose poco queridos en las poblaciones de pasado español con tradicionalismo criollo, y no deseando sentar malos precedentes por compromisos poco claros... Optaron por entregar allí mismo la discutida campana a Don Andrónico.

Con esa propiedad del gran liberalismo que nos ofrendó el Siglo de las Luces, y que iba a permitir a tantos hombres de talento, coexistir y contribuir en su conjunto a la formación de una nueva sociedad (con antagonismo pero cooperación mutua en un ideal humano) ... Don Andrónico, lucía con honor el hecho de ser amigo personal de Marcos Juárez y “antijuarista”, políticamente hablando. Su contrincante ideológico, pero no personal. Aceptando con su espíritu liberal, colaborar con él en numerosos emprendimientos para el progreso de Córdoba.

Hombre de su época, de su siglo, con sus virtudes y contradicciones. Dentro de ese esquema común que ofreciera en su conjunto el acontecer de aquel tiempo. Con ese estilo terminante, tenaz y principista de un patriarca criollo. Rodeado de gauchos y leyendo a Homero. Viviendo por y para el siglo XIX de nuestra era y sus avances, pero amando con pureza al siglo VI anterior a esta era.

Hombre cívico “tipo” de aquel tiempo en todo el globo terrestre. Amó al Olimpo con todos sus dioses, llamó a una hija mujer “Jesús” y fue a la vez anticlerical en una familia con miembros destacados de la Iglesia.

Jesús. Una mujer. Nombre insólito en las tradiciones argentinas para una dama. No lo llevaron en estas tierras por esos tiempos criollos, ni siquiera los varones. Por sagrado o por mítico. Y debemos tomarlo de esa manera cuando eligió este nombre para su hija menor. Nos dice ello una vez más el carácter intelectual y liberal a ultranza, de Don Andrónico Gómez Vázquez.

Como liberal leía los Evangelios en el original griego y se encantó con su filosofía, en ese escenario del tiempo clásico situado dentro del imperio romano, que los hijos de Córdoba, antaño tanto admiraban.

Don Andrónico con una hija menor llamada Jesús, trabajó por y para la enseñanza laica. Y por y para el esfuerzo progresista del Siglo de las Luces, despertando la conciencia de las antiguas familias patriarcales y coloniales del departamento de Río Segundo, sin traicionarlas.

Respetaba la sociedad cultural que ellas representaban. El haber de civilización que estas familias aisladas en el Cono Sur Sadamericano habían cultivado durante varios siglos, sobre tierras anteriormente improductivas y asoladas de Malones. Poblando la pampa virginal de Río Segundo por orden de la Real Audiencia de Charcas en el siglo XVI.

Ayudó a esta parte pampeana de la provincia cordobesa, y a sus numerosos miembros, a incorporarse a la Universidad. Y contribuyó a trasladar familias de hacendados, interesándolos en la vida moderna de su tiempo, para quien construyó numerosas casas citadinas.

Supo incorporarse a la nueva historia del progreso, sin desechar la antigua. Fue testigo de dos tiempos. Fusionó dos épocas.

Liberal y laico. Poco simpatizante de las misas. De las imágenes religiosas. Anticlerical. Contradictorio como todo hombre culto del siglo XIX. Sus restos descansan hoy en el atrio de la iglesia de Río Segundo que él diagramó y cuya construcción dirigió, haciéndose eco con ello de la mejor frase del liberalismo :


“ Laisser faire. Laisser passer”