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Tema: Corazones y corazoncitos.

  1. #1
    Fecha de Ingreso
    02-octubre-2009
    Ubicación
    Costa Rica
    Mensajes
    21.989

    Predeterminado Corazones y corazoncitos.

    Corría enero de 1991, era 21 como hoy, sólo que lunes, y yo estaba feliz y más esperanzado que nunca porque había pasado buena parte del domingo a su lado. Nos había tocado salir de monaguillos en la Misa del Divino Niño porque el sacristán, como si supiera cuánto yo lo deseaba, nos había elegido para asistir al sacerdote. Ese día por tratarse de la fiesta del Divino Niño los vestidos eran verdes y no los rojos tradicionales, yo no la encontraba tan linda con el vestido verde porque los rojos hacían resplandecer aún más sus mejillas coloradas pero sabiendo que compartiría asiento y labor con ella durante dos horas ¿qué me iba a estar preocupando por si el color del vestido de monaguillo combinaba con sus cachetes de niña risueña? Nada. Yo estaba más feliz que nunca. Terminó la misa y ya en la Sacristía nos quitamos los vestidos y los colgamos en aquél viejo aposento que guardaba además de los recién colgados todos los otros vestidos rojos y las indumentarias eclesiásticas, que casullas, que albas, que estolas, que cíngulos, todos ordenados por colores, blancos para Corpus Christi, verdes para Tiempo Ordinario, rojos para La Pasión, morados para Cuaresma y de último, casi de manera solemne, el dorado que nunca vi que algún cura usara; así que estuvieron los vestidos en su lugar y aquellas grandes puertas corredizas cerradas yo no supe si salir corriendo despavorido o quedarme a su lado como una estatua, finalmente me quedé quieto como monumento de piedra, estorbando al sacristán y al padre probablemente, o ¿qué sé yo?, no estaba para precisar el entorno, hasta que ella tocándome el brazo me dice que va a su casa y vuelve, que la espere en la plaza. Si me hubieran visto salir de esa iglesia, tan agrandado iba yo que mi contentera y mi felicidad casi que se topaban de frente con aquellos dinteles de 4 metros de alto. Ya en la plaza y con ella a mi lado mi dicha se convirtió en éxtasis, nunca me pude sacar esa tarde de la mente, un cielo impregnado de un azul profundo con ausencia total de nubes, la brisa que en enero nos llega desde el norte que hacía revolotear su cabello, y la gente que al pasar nos miraba, o eso pensaba yo porque ¿qué le van a importar a los lugareños un par de niños?, el "Hotel" en donde todo el pueblo almorzaba lo que las señoronas que iban a misa cocinaban, las ruedas, unos Caballitos y una Rueda de Chicago que chirriaba como chicharra en febrero, y los chinamos con comidas y ventas de todo tipo de cosas, desde elotes con mantequilla y churros hasta unos peluches horrendos y toda suerte de baratijas. Ahí fue donde luego le compré los corazoncitos que terminé quebrando detrás de la casona vieja donde cocinaban las señoras de la Novena. En fin, era lunes, era 21, yo estaba que no cabía de feliz en ese cuerpecito de niño gordo, había ido a la Novena para verla y la vi, pasé todo el rato sin quitarle los ojos de encima, allí hincada, rece que rece al lado de su abuela. Finalmente a la salida de la Novena la llamé y le dijé que le había comprado algo y que quería dárselo; puso cara de no sé qué, balbuceó algo de lo que yo rescaté "papi no me deja" y salió corriendo gritando, abuela abuela.
    Última edición por EsquizOfelia; 21-ene.-2016 a las 12:54
    Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.

  2. #2
    Fecha de Ingreso
    18-junio-2011
    Ubicación
    Santa Cruz - Bolivia ...
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    6.242

    Predeterminado

    ...me parece interesante tu relato ...pero puedes separar en párrafos tu escrito? ...perdona es la primera vez que pido algo en ese sentido ...

  3. #3
    Fecha de Ingreso
    02-octubre-2009
    Ubicación
    Costa Rica
    Mensajes
    21.989

    Predeterminado

    ¿Así intelectito?


    Corría enero de 1991, era 21 como hoy, sólo que lunes, y yo estaba feliz y más esperanzado que nunca porque había pasado buena parte del domingo a su lado.

    Nos había tocado salir de monaguillos en la Misa del Divino Niño porque el sacristán, como si supiera cuánto yo lo deseaba, nos había elegido para asistir al sacerdote. Ese día por tratarse de la fiesta del Divino Niño los vestidos eran verdes y no los rojos tradicionales, yo no la encontraba tan linda con el vestido verde porque los rojos hacían resplandecer aún más sus mejillas coloradas pero sabiendo que compartiría asiento y labor con ella durante dos horas ¿qué me iba a estar preocupando por si el color del vestido de monaguillo combinaba con sus cachetes de niña risueña? Nada. Yo estaba más feliz que nunca.

    Terminó la misa y ya en la Sacristía nos quitamos los vestidos y los colgamos en aquél viejo aposento que guardaba además de los recién colgados todos los otros vestidos rojos y las indumentarias eclesiásticas, que casullas, que albas, que estolas, que cíngulos, todos ordenados por colores, blancos para Corpus Christi, verdes para Tiempo Ordinario, rojos para La Pasión, morados para Cuaresma y de último, casi de manera solemne, el dorado que nunca vi que algún cura usara; así que estuvieron los vestidos en su lugar y aquellas grandes puertas corredizas cerradas yo no supe si salir corriendo despavorido o quedarme a su lado como una estatua, finalmente me quedé quieto como monumento de piedra, estorbando al sacristán y al padre probablemente, o ¿qué sé yo?, no estaba para precisar el entorno, hasta que ella tocándome el brazo me dice que va a su casa y vuelve, que la espere en la plaza. Si me hubieran visto salir de esa iglesia, tan agrandado iba yo que mi contentera y mi felicidad casi que se topaban de frente con aquellos dinteles de 4 metros de alto.

    Ya en la plaza y con ella a mi lado mi dicha se convirtió en éxtasis, nunca me pude sacar esa tarde de la mente, un cielo impregnado de un azul profundo con ausencia total de nubes, la brisa que en enero nos llega desde el norte que hacía revolotear su cabello, y la gente que al pasar nos miraba, o eso pensaba yo porque ¿qué le van a importar a los lugareños un par de niños?, el "Hotel" en donde todo el pueblo almorzaba lo que las señoronas que iban a misa cocinaban, las ruedas, unos Caballitos y una Rueda de Chicago que chirriaba como chicharra en febrero, y los chinamos con comidas y ventas de todo tipo de cosas, desde elotes con mantequilla y churros hasta unos peluches horrendos y toda suerte de baratijas. Ahí fue donde luego le compré los corazoncitos que terminé quebrando detrás de la casona vieja donde cocinaban las señoras de la Novena.

    En fin, era lunes, era 21, yo estaba que no cabía de feliz en ese cuerpecito de niño gordo, había ido a la Novena para verla y la vi, pasé todo el rato sin quitarle los ojos de encima, allí hincada, rece que rece al lado de su abuela. Finalmente a la salida de la Novena la llamé y le dijé que le había comprado algo y que quería dárselo; puso cara de no sé qué, balbuceó algo de lo que yo rescaté "papi no me deja" y salió corriendo gritando, abuela abuela.
    Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.

  4. #4
    Fecha de Ingreso
    13-abril-2014
    Ubicación
    CdMx.
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    5.308

    Red face

    ***


    Chano, tu escrito me recordó otro que podría ser como otra interpretación de una vivencia del mismo niño en la etapa adolescente. Éste es muy sensitivo y hedonista.


    Sueño Animal


    Recuerdo que de niño me llevaban a la iglesia y claro, me impactaban las imágenes dolorosas de los mártires que morían grotescamente en olor a santidad y el cristo chorreante de rojo claveteado en la cruz, pero en honor a la verdad, lo que realmente me impresionaba, eran los olores lejanos a incienso y a la sacrilidad, los perfumes que expelían las flores y los árboles, el olor a maderas viejas de los portones. Podía pasar el día entero respirando estas fragancias, que me obnibulaban (alguna oscura sólo para iniciados), efluvios de gardenias ácidas que revoloteaban en las fosas nasales, como moscas intransigentes, flores marinas arrancadas al abismo que dejan en el aire su trampa mortal y etérea, conformada de sal y miel para los libadores suicidas del aroma. Eros y tánatos en escarceo de los sentidos.

    Después de olerte puedo morir. Promesas de sabores. El olor es el preámbulo del gusto, sin él somos unos eunucos del paladar.

    Recuerdo, sólo recuerdo.

    La sociedad en que vivo se ha encargado de asesinar mi corporeidad. Estoy de luto, pero me pregunto: ¿En dónde están nuestros sentidos? ¿Nuestros dioses paganos del placer han muerto? ¿Somos adoradores acaso de un solo dios? (...) ¿A dónde está el tacto que nos susurraba en la piel otras texturas? ¿A dónde los detalles que conformaban el todo? ¿A dónde se fue el placer de los sentidos?
    Todo ello habrá sido solamente un sueño animal.

    Raúl Parra
    .

    Que no sea tu cuerpo la primera tumba de tu esqueleto.

  5. #5
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    25-diciembre-2008
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    17.918

    Predeterminado

    Cita Iniciado por Nietzscheano Ver Mensaje
    ¿Así intelectito?


    Corría enero de 1991, era 21 como hoy, sólo que lunes, y yo estaba feliz y más esperanzado que nunca porque había pasado buena parte del domingo a su lado.

    Nos había tocado salir de monaguillos en la Misa del Divino Niño porque el sacristán, como si supiera cuánto yo lo deseaba, nos había elegido para asistir al sacerdote. Ese día por tratarse de la fiesta del Divino Niño los vestidos eran verdes y no los rojos tradicionales, yo no la encontraba tan linda con el vestido verde porque los rojos hacían resplandecer aún más sus mejillas coloradas pero sabiendo que compartiría asiento y labor con ella durante dos horas ¿qué me iba a estar preocupando por si el color del vestido de monaguillo combinaba con sus cachetes de niña risueña? Nada. Yo estaba más feliz que nunca.

    Terminó la misa y ya en la Sacristía nos quitamos los vestidos y los colgamos en aquél viejo aposento que guardaba además de los recién colgados todos los otros vestidos rojos y las indumentarias eclesiásticas, que casullas, que albas, que estolas, que cíngulos, todos ordenados por colores, blancos para Corpus Christi, verdes para Tiempo Ordinario, rojos para La Pasión, morados para Cuaresma y de último, casi de manera solemne, el dorado que nunca vi que algún cura usara; así que estuvieron los vestidos en su lugar y aquellas grandes puertas corredizas cerradas yo no supe si salir corriendo despavorido o quedarme a su lado como una estatua, finalmente me quedé quieto como monumento de piedra, estorbando al sacristán y al padre probablemente, o ¿qué sé yo?, no estaba para precisar el entorno, hasta que ella tocándome el brazo me dice que va a su casa y vuelve, que la espere en la plaza. Si me hubieran visto salir de esa iglesia, tan agrandado iba yo que mi contentera y mi felicidad casi que se topaban de frente con aquellos dinteles de 4 metros de alto.

    Ya en la plaza y con ella a mi lado mi dicha se convirtió en éxtasis, nunca me pude sacar esa tarde de la mente, un cielo impregnado de un azul profundo con ausencia total de nubes, la brisa que en enero nos llega desde el norte que hacía revolotear su cabello, y la gente que al pasar nos miraba, o eso pensaba yo porque ¿qué le van a importar a los lugareños un par de niños?, el "Hotel" en donde todo el pueblo almorzaba lo que las señoronas que iban a misa cocinaban, las ruedas, unos Caballitos y una Rueda de Chicago que chirriaba como chicharra en febrero, y los chinamos con comidas y ventas de todo tipo de cosas, desde elotes con mantequilla y churros hasta unos peluches horrendos y toda suerte de baratijas. Ahí fue donde luego le compré los corazoncitos que terminé quebrando detrás de la casona vieja donde cocinaban las señoras de la Novena.

    En fin, era lunes, era 21, yo estaba que no cabía de feliz en ese cuerpecito de niño gordo, había ido a la Novena para verla y la vi, pasé todo el rato sin quitarle los ojos de encima, allí hincada, rece que rece al lado de su abuela. Finalmente a la salida de la Novena la llamé y le dijé que le había comprado algo y que quería dárselo; puso cara de no sé qué, balbuceó algo de lo que yo rescaté "papi no me deja" y salió corriendo gritando, abuela abuela.
    -Me ha encantado Nietz...!!!

    -Es de una candidez deliciosa... m.m.m... tu lo hiciste..?

    -

    ---
    No me tientes que si nos tentamos no nos podremos olvidar... Benedetti

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