De todas ellas, Josefina era mi mejor amiga, a ella le contaba mis problemas y mis alegrías, me escuchaba con mucha atención y me daba ánimos, algunos de mis amigos decían que éramos novios, algo que nunca sucedió, a pesar de que nuestra amistad se prolongó por siempre; niñez, juventud y edad adulta.

Fue una niñez feliz a no dudar, la relación con mis hermanos era buena y respetuosa del lugar que ocupábamos cada uno de nosotros. Los vecinos nos veían y nos trataban justamente como lo que éramos; niños, para los que todo era un juego, Don David y Doña Esperanza, -buenos vecinos- ya de edad avanzada nos prestaban los burros cuando salíamos a buscar leña, enfilábamos con rumbo a la capirera y nos seguíamos hasta un laguito del poblado de Chandio, ahí nadábamos, rentábamos cámaras de llanta, sacábamos almejas en el tular y antes de regresar bañábamos los burros.

Los Húngaros.-

No me puedo quejar, cuando a la distancia me llegan estos recuerdos doy gracias al Todopoderoso de que me haya cuidado tanto, a pesar de que mi familia no era apegada a ninguna religión y nuestra percepción de Dios haya sido muy vaga. Una tribu de errantes, a los que llamábamos “los húngaros”, no se porqué, venían de tiempo en tiempo y se establecían en la calle, llegaban con sus carros grandes y viejos y montaban sus tiendas e improvisaban una carpa en la que ofrecían funciones de cine por las noches a precio muy económico, los asistentes debían llevar su propia silla o banco o sentarse directamente en la tierra, cosa que a la chiquillada nos tenía sin cuidado, empezaban desde en la tarde a anunciar la función de películas mexicanas con los artistas mas populares: Pedro Infante, Jorge Negrete, Antonio o Luis Aguilar, el Piporro, etc. Más o menos a las ocho de la noche daba inicio la función, los chamacos burlábamos la vigilancia y nos metíamos al cine por debajo de las lonas, era muy divertido y una vez adentro no había problemas, no daban boleto y nos revolvíamos entre los asistentes. Pues bien, en una de esas ocasiones, al arrastrarme bajo la lona sentí un fuerte dolor en el dedo gordo de la mano, intenso como la quemadura de un carbón, pensé que había tocado la colilla aún encendida de un cigarro y no le dí importancia, vi toda la película y al terminar me percaté de que me sentía mal, me hormigueaba el brazo, me dolía la axila, parecía que la lengua no cabía en mi boca, asocié el malestar con una picadura de alacrán, que en esa región llega a ser mortal, me asusté y fui a decírselo a mi madre, quien asustada se lo comunicó a mi padre, de inmediato me bañaron, pusieron lodo podrido en donde decía, sentía el dolor, cocieron raíces de limón y colocaron la olla vaporizante bajo mi cama, ensayaron varios remedios locales, pero ninguno parecía funcionar, mi padre montó en su bicicleta y fue a la farmacia a buscar una inyección, yo le tenía pánico a las inyecciones, pero no estaba en condiciones de resistirme, cuando por fín regresó, me encontró casi muerto, me aplicó la inyección y pasaron la noche en vela, al día siguiente notaron alguna mejoría en mí y durante toda una semana me tuvieron en observación, el dedo me duró entumecido por mucho tiempo, pero salvé la vida.

Sucedió que, los húngaros traían un pato muy bonito en una jaula pequeña, era más robusto que los que nosotros teníamos, de color obscuro, casi negro, con plumas de un reflejo tornasol que lo mismo parecían verdes o rojas, hermoso de verdad, pidieron a mi padre, les diera permiso para ponerlo en nuestro corral, solamente por la semana que estaría su campamento en la calle cercana, pero al concluir este periodo, se fueron por otros rumbos, una tarde, al verificar que los animales estuvieran en sus lugares para dormir, con sorpresa, nos dimos cuenta que el hermoso pato se encontraba ahí. Al día siguiente, regresó el patriarca de la tribu de húngaros para preguntar si lo habíamos visto por ahí, pues había escapado, mi padre lo entregó a pesar de nuestras protestas, pero pasado un tiempo, una pata, empolló sus huevos y entre los 6 o 7 patitos normales, encontramos tres, que desentonaban, con los demás, al desarrollarse, se convirtieron en una copia fiel del hermoso pato, nos sentíamos muy orgullosos de mostrárselos a la gente.