4º parte (Viene del mensaje anterior)
Cuarto: En opinión de los amigos. ¿Vosotros podéis pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura.
En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.
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Pero además, tenemos la opinión de los hombres de ciencia. Yo he estado en el III Congreso Internacional de Sindonología. Había 350 especialistas en la Sábana Santa. Allí tres médicos, el inglés, Dr. Wedenisow, el norteamericano Dr. Buckling, y el italiano Dr. Rodante, cada uno hizo su estudio de que Cristo estaba indiscutiblemente muerto en la cruz.
Ellos presentaron un estudio extenso. Pero yo voy a dar una sola prueba: elemental y definitiva. Tan sencilla que todos la entendemos: la lanzada que le abrió el corazón. No necesito que me digan más cosas. Con esto me basta. Si la lanza le abrió el corazón, naturalmente Cristo estaba muerto. ¿Y por qué sabemos que la lanza le abrió el corazón? Por la cantidad de sangre que salió. Los médicos opinan que toda esa sangre sólo pudo salir de la aurícula derecha. La aurícula derecha está llena de sangre líquida en los cadáveres recientes. Por eso dice San Juan que después de la lanzada salió sangre a borbotones. Sangre y agua. El agua los médicos lo explican como una serosidad del pericardio causada por los traumatismos, etc.
En la Sábana Santa se ve un reguero de sangre tremendo de la herida del costado, y otro que cruza la espalda, en la cintura. Salió de la vena cava en el traslado al sepulcro. La cantidad enorme de sangre que le sale a Cristo del corazón, la explican los médicos, porque la lanzada le abrió la aurícula derecha. Pues si la lanza le abrió la aurícula derecha, podemos estar seguros de que Cristo estaba muerto en la cruz.
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Al tercer día la tumba está vacía. Pues si Cristo estaba muerto en la cruz, si a Cristo lo dejan muerto en la tumba, y al tercer día la tumba está vacía, no hay más que dos explicaciones: Cristo resucitó, o alguien se llevó el cadáver. Si demostramos que nadie se llevó el cadáver, es porque Cristo resucitó.
Y nadie se llevó el cadáver. ¿Por qué? ¿Quién se pudo llevar el cadáver? O sus amigos o sus enemigos. Porque uno que no fuera ni amigo ni enemigo, ¿para qué? ¿Qué interés tenía en llevarse el cadáver? Si alguien robó el cadáver tuvo que ser amigo o enemigo.Pues vamos a demostrar que ni los amigos ni los enemigos se llevaron el cadáver, sino que Cristo resucitó.
No se lo llevaron los enemigos. Porque si los enemigos de Cristo, los fariseos, hubieran tenido el cadáver de Cristo, cuando se corre la noticia de que ha resucitado, los fariseos hubieran acabado con la noticia facilísimamente enseñando el cadáver. Cuando los fariseos no enseñaron el cadáver para deshacer la noticia de que Cristo había resucitado, es porque los fariseos no tenían el cadáver. Hubiera sido la mejor manera de acabar con aquella noticia que estaba convirtiendo a tanta gente: un día San Pedro convirtió a tres mil.
Los amigos tampoco robaron el cadáver. ¿Por qué? Porque los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado. Y nadie da la vida por una patraña. Nadie da la vida por lo que sabe que es mentira. Uno da la vida por un ideal. Por lo que cree que es verdad. Incluso podría ser un ideal equivocado. Uno puede dar la vida por un ideal equivocado, que cree verdadero. Pero dar la vida por lo que sabe que es mentira, eso no lo hace nadie con sentido común. Los Apóstoles murieron por su fe en Cristo resucitado. Luego ellos creían que Cristo resucitó. Ellos no robaron el cadáver.
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Te dicen algunos: «Pero nadie lo vio resucitar. No hay testigos». Y yo les digo que no hace falta. Para estar seguro de que ha sucedido un hecho no tengo que haberlo visto personalmente. Puedo tener datos que me llevan al conocimiento del hecho, aunque no lo haya visto. Por ejemplo, si voy por la carretera y en una curva veo un frenazo en el suelo, roto el pretil, y me asomo, y en el fondo del barranco veo un coche, no tengo que haber visto el accidente. Ya sé que este coche al tomar la curva derrapó, pegó en el pretil, rompió el pretil, saltó al barranco y cayó abajo. Y no he visto el accidente. Pero el frenazo en el suelo, el pretil roto y el coche en el fondo me dicen lo que ha pasado sin haberlo visto. Por tanto, no hace falta que nadie haya estado delante de la resurrección.
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Pero además es que a Cristo resucitado lo han visto los Apóstoles. Cristo se apareció después de resucitar. Estaban los Apóstoles en el cenáculo con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, y Cristo se presenta en medio. Y Cristo cena con ellos. Y Cristo se deja palpar de Tomás, que en la primera aparición no estaba. Fueron dos apariciones. En la primera no estaba Tomás, Y cuando le dicen sus compañeros que el Maestro ha resucitado, y que ha estado allí, él no se lo cree. Y dice Tomás:
-Si no lo veo no lo creo. Mientras que no lo palpe con mis manos no lo creo.
Y otro día se aparece Cristo estando Tomás. Y le dice Cristo a Tomás:
-No seas incrédulo, hombre. Ven aquí y pálpame. No ves que soy yo. Los fantasmas no se pueden palpar. Anda vamos a comer. ¿Tenéis algo que comer? Vamos a comer. Los fantasmas no comen. Que soy yo, que he resucitado.
Cristo se presenta resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. Se deja palpar por Tomás y cena con ellos. Cristo resucitado era una realidad. Cuando Tomás ve resucitado a Cristo, cae de rodillas delante de Él y le dice:
-Señor mío y Dios mío.
Precioso acto de fe, que deberíamos repetir todos en la elevación de la consagración de la Santa Misa. Tomás le llama Dios. Y Cristo no le contradice. Si Cristo no hubiera sido Dios, le hubiera dicho:
-Oye, no digas tonterías. No exageres.
Una vez que San Pedro hizo un milagro, la gente se le tiraba al suelo de rodillas, para adorarle como a Dios. Y él decía:
-Levantarse, levantarse, que yo no soy Dios. Soy hombre como vosotros.
Yo hago milagros en nombre de Jesús Nazareno. Cuando un hombre se siente tratado como Dios, lo lógico es que ese hombre renuncie a ese tratamiento. Por eso San Pedro no dejaba que la gente se tirara al suelo para adorarle. San Pedro no se dejó llamar Dios. Cristo sí se dejó llamar Dios. Incluso una vez que San Pedro proclama su divinidad, Cristo no le contradice. Cristo le confirma:
-Bien has dicho. Esto te lo ha inspirado mi Padre.
No le dice:
-No exageres hombre, que no es para tanto.
Cristo se dejó llamar Dios, sin contradecir a los que se lo llamaban, porque lo era en realidad.
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Finalmente, cuando digo «Cristo el más grande de la Historia», es porque en toda la historia de la Humanidad jamás ha habido nadie como Cristo. De niño asusta a un rey: Herodes. De joven deja admirados a los Doctores en el Templo. De mayor curó a ciegos y leprosos, y resucitó muertos. Pudo ser rico y se hizo pobre: nació en una cuadra, murió en una cruz y fue enterrado en una tumba prestada. No escribió ningún libro, pero no hay en el mundo ninguna biblioteca donde quepan todos los libros que se han escrito sobre Él. No fue político, pero jamás en la Historia ha habido un hombre que haya tenido tantos seguidores. Jamás en la Historia ha habido un hombre que haya sido amado tanto como Jesús. Cristo es el hombre más amado de la Historia.
Ha habido hombres grandes en la Historia, pero estos hombres son hoy admirados, no amados. Cristo ha sido amado más allá de su tumba. Esto es inconcebible en la Historia. Todos sabemos quién fue Miguel Angel o Cervantes. Pero, ¿hay hoy alguien que ame a Miguel Angel? ¿Hay hoy alguien que ame a Cervantes? De los grandes hombres de la Historia queda su admiración, pero no queda amor a ellos. El amor a una persona sólo permanece pocos años en el corazón de sus parientes.
Cristo hace dos mil años que murió, y hoy se le ama con entusiasmo. Se le ama hasta la muerte. Hay mártires que dan la vida por Cristo; hoy, ayer y mañana también. Miles y miles de muchachos y muchachas que consagran a Él su vida. Es un martirio lento, gota a gota. Unos dan la vida de golpe, como el mártir. Otros la dan gota a gota, a lo largo de toda su vida; viven sólo para Cristo y sólo piensan en Cristo.
Monjas que renuncian a todo, por amor a Cristo. Hace falta amor para que una chica, llena de posibilidades, de atractivos, y de ilusiones del mundo, se meta entre cuatro paredes por amor a Cristo. Miles y miles. Y hombres que podrían tener un porvenir más o menos brillante, y lo dejan todo por amor a Cristo. Para seguir a Cristo. Para vivir para Cristo. No hay en la Historia nadie a quien se haya amado tanto como a Cristo.
Cristo es la persona más digna de ser amada de toda la Humanidad. ¿Por qué? Porque Cristo no sólo era un hombre maravilloso, además era Dios. Pues este Cristo-Dios es en quien creemos y en quien esperamos. Démosle gracias porque nos ha dado fe en Él. Vivamos nuestra fe lo mejor que sepamos, y confiemos que en la hora de la muerte Él recibirá con los brazos abiertos, en la otra vida, a los que en ésta hemos creído en Él, le
hemos servido con buena voluntad y le hemos amado con fervor. Pues nada más. Muchas gracias por vuestra atención.
Inmaculado Corazón de María, ¡sed mi salvación, Madre Mía!