No nos puedo imaginar inmortales a los humanos. Pasando cientos y cientos de años, con pequeñas variaciones en nuestras vidas, tal vez un cambio drástico cada par de cientos de años, sintiendo las mismas emociones, ya monótonas, hastiados de ellas, con nuestros corazones endurecidos por la rutina.

Los caminos, en su mayoría son sinuosos y con mucha variación en el paisaje, con detalles que nos llenan de gozo, de admiración, de curiosidad y también, porque no, de aburrimiento, pero a fin de cuentas notamos las diferencias.

Pues así es la vida, en la que descubrimos nuevas sensaciones, alegrías, tristezas, encontramos obstáculos por derribar, nos forjamos metas.

Si nos hiciéramos inmortales, el camino de la vida lo veríamos como quien mira un mapa, donde solo vemos líneas insulsas, sin el menor atisbo de belleza, siempre semejantes, nos encontraríamos con un sendero casi recto, sin variaciones, sin detalles, aburridos.

Inmortales, los humanos nos encontraríamos hastiados de todo, hasta de la vida misma.