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Llegué a casa como todos los días a las diez de la noche. Desde hace meses hago cuatro horas extras por día para poder -más o menos- llevar una vida "normal".
En la sala, me encuentro a mi esposo, desparramado en el sofá mirando televisión. Está tan relajado que da la impresión que fue atropellado por un tractor. Brazos y piernas estirados como si fuera un paracaidista en caída libre. Un rostro totalmente inexpresivo mientras cambia los canales. La boca abierta con baba seca en las comisuras. Los ojos moviéndose vertiginosamente intentando acompañar las imágenes que aparecían en flashes mientras hace zapping de los 50 canales...
¿Que se puede pensar al encontrar al hombre de su vida en esta situación? ¿Teniendo como único movimiento corporal una mirada lánguida, el pulgar accionando los botones del control remoto y una barrigota que sube y baja a un ritmo frenético como si respirar le fuese un ejercicio extenuante?
Yo debí haber escuchado a mamá. No fue por falta de aviso.
Fui a la cocina exhausta después de un largo día de trabajo y me encuentro con todas las ollas, los platos y los cubiertos tal cual los deje ayer. Incapaz de ayudarme un poco. No sé cómo sacaba fuerzas para cambiar los canales.
Cuando me casé él era apenas perezoso. Con el pasar del tiempo agregó las características de gordo y cerdo. ¿Que me queda por esperar, un milagro? ¿Un cambio de actitud?
Sintiéndome arrasada y deprimida, llegué a la única conclusión normal que podía tomar en ese momento. Volví a la sala y mi aproximé al ser esférico que parecía estar al borde de un infarto fulminante y le dije decidida:
- Me voy.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y mi voz entrecortada y ahogada por la decepción en que se transformó mi casamiento.
Después de algunos segundos que me parecieron siglos, el me miró. Apenas movió los ojos en una cabezas y pescuezo inerte. En aquella mirada percibí un pedido de clemencia. Estoy segura que el recordó cuando me llamaba la "mujer más espectacular que había conocido". Lo vi en su mirada. El se arrepintió. Segura que me pedirá que no lo abandone. Que todavía había una oportunidad para los dos. Que él haría el esfuerzo por cambiar y tener la chance de ser felices nuevamente.
Con una voz lánguida me dijo:
Ahhh, entonces cuando vuelvas, pasa por el mercado y me traes unas cervezas. Bien frías ¿Tamos?
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No seamos voceros del terrorismo.
No difundamos sus crímenes.
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Me deprimí tan solo con ver esa enorme panza y estuve a punto de abandonar la lectura, lo confieso... que bueno que no lo hice
Bastante bueno.
A veces, se da el caso de que una mujer comodín también puede llegar a ser la esposa de un señor así.
A veces, lo podemos achacar a que esa persona (siempre aconsejando a su alrededor mantener unos principios firmes y justos) en realidad, ya no sabe decir que no. Ya no puede. Y de repente, toma una drástica decisión que nadie más veía venir.
Un cambio radical es el primer paso para volver a empezar una vivencia sana.
Lástima del tiempo transcurrido hasta entonces, y de las huellas marcadas.
Con esas cicatrices, quién quiere tatuajes?
«Thou wilt keep him in perfect peace, whose mind is stayed on thee: because he trusteth in thee». – Isaiah 26:3
Pues a borrarse los tatuajes, mira que sí se puede, todo es querer. Ven que te digo cómo
Esa historia me deprimió casi hasta el final, qué barbaridad.
Algunos miembros de este pecaminoso lugar se sentirían identificados con el señor del control? Pues no lo sé. Esperemos que no, acá tenemos pura cosa fina y bella.
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No seamos voceros del terrorismo.
No difundamos sus crímenes.
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Una amiga me comentó que en situaciones como la mía, era bueno recibir apoyo psicológico.
- Yo no creo que el diván o las terapias de grupo sean de ayuda, le comenté.
-¿Y porqué no vas a hablar con el cura de la iglesia del barrio? Dicen que es muy moderno y campechano.
-Eso es posible. Mañana voy.
Fui a la iglesia y le conté toda la historia.
-¿Eres casada por la iglesia?
-Si Padre.
-Entonces hija, debes saber que Quod Deus coniunxit, homo non separet.
-¿Que queeeee?
-Que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.
-¿Quiere decir que usted me aconseja volver con él?
-Tan malo no era. Por lo menos nunca te pegó. ¿Estás segura que tu cumplías con tus obligaciones conyugales?
- Padrecito...Que te den por culo.
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No seamos voceros del terrorismo.
No difundamos sus crímenes.
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Falta lo del espíritu de sacrificio, lo de no tener hijos o más hijos, lo de ser soberbia, arrogante, ser una mala cristiana, pecadora...
De no haber sido él un cura, habría sido un mal marido. Habría que dar entonces gracias a Dios, por no haberlo sido?
En una situación con una separación de por medio, la congregación de una iglesia (hipotéticamente católica) tampoco ayuda mucho. Si alguien se separa de su pareja, puede seguir yendo a misa e incluso comulgar si le apetece.
Estando allí, algunas de las personas que más conocen el tema, bajarán la cabeza mientras pasa a recibir comunión. A espaldas, hablarán de si no se ha confesado antes, y poco más para echar la tarde del domingo.
Otras de las personas que asisten a misa habitualmente, arremeterán en contra suya, directamente al cura y luego tendrán para una cháchara semanal, hasta que vuelva a ver a la separada en misa. Para eso, no dejarán de asistir en primera fila y a diario, para no perderse ni una!
Lo harán con la excusa de que no puede separarse de su pareja, ya que lo que Dios ha unido, el hombre no lo puede separar.
Muchas personas que se dicen cristianas devotas praticantes, aseverarán a todos que la separada no puede comulgar porque está en pecado.
Desconocen o no quieren recordar o nombrar, que las altas esferas religiosas dictaminan que una persona separada, sí, puede comulgar, siempre y cuando no esté viviendo con otra pareja (en pecado).
Resultado, si esa persona separada se siente mal, acabará por cambiar sus hábitos y dejará de asistir a misa y de confesarse.
Y se irá a otro sitio a comulgar.
Eso sí tiene la conciencia lo suficientemente elástica para hacerlo. Otras no lo consiguen tan bien y acaban en un pozo sin fondo, cavado por aquellas personas tan cristianas, devotas y praticantes.
Esas personas devotas son aquellas que pueden beber agua bendita y orinar algo que escalda la tierra, y con el vapor, pueden hasta freír chicharrones!
Dicen por ahí que de todo hay en la viña del Señor...
Si en sus corazones, el amor es exclusivo, y si sus entrañas aguantan tal hipocresía, entonces son personitas que no son cristianas.
Que se vayan a pastar con el cura.
«Thou wilt keep him in perfect peace, whose mind is stayed on thee: because he trusteth in thee». – Isaiah 26:3