Señas distintivas.
Las profecías bíblicas suelen ser concretas y se cumplen hasta el más mínimo detalle. Normalmente tratan asuntos de gran relevancia y predicen justo lo contrario de lo que los contemporáneos del escritor esperarían.
Un caso destacado.
A la antigua Babilonia, construida estratégicamente a orillas del río Éufrates, se la ha llamado “el centro cultural, político y religioso del antiguo Oriente”. Pues bien, cerca del año 732 antes de la era común (a.e.c.), Isaías puso por escrito una profecía nefasta: que Babilonia caería. El profeta dio datos precisos, a saber, que el nombre del conquistador sería Ciro, que las aguas protectoras del Éufrates se secarían y que las puertas de la ciudad no estarían cerradas (
Isaías 44:27–45:3). Unos doscientos años después, el 5 de octubre del 539, la profecía se cumplió con exactitud. El historiador griego Herodoto (siglo V a.e.c.) confirmó que la caída de Babilonia aconteció tal como se había pronosticado.
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Una predicción audaz.
Isaías lanzó otra predicción aún más sorprendente sobre Babilonia: “Nunca será habitada” (
Isaías 13:19, 20). Anunciar la desolación permanente de una ciudad próspera y estratégica como esta sin duda era una predicción audaz, pues lo lógico sería que se la reconstruyera si algún día llegaba a ser destruida. Aunque Babilonia no fue devastada inmediatamente después de su conquista, las palabras de Isaías acabaron realizándose. El lugar donde se alzaba Babilonia “es una zona desolada, calurosa, desértica y polvorienta”, informa la revista
Smithsonian.
Resulta impresionante observar el alcance de la profecía de Isaías. Su predicción equivaldría a profetizar con exactitud y con doscientos años de antelación de qué manera una ciudad moderna —como Nueva York o Londres— sería arrasada, y luego declarar enfáticamente que
nunca volvería a ser habitada. Por supuesto, lo que más impresiona es que las palabras de Isaías se cumplieron.
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