"Cualquiera que conozca mínimamente la complejidad del universo no podrá por menos que sorprenderse de que todo se encuentre en tal equilibrio y armonía. Que exista el cosmos, y no digamos nosotros, los seres humanos, es científicamente imposible, y sin embargo así es. Roger Penrose, prestigioso físico y matemático de la Universidad de Oxford, señala que sólo existe una posibilidad entre 10^10^123 (10 elevado a 10 y a su vez elevado a 123) de que nuestro universo presente tal perfección y precisión. Se trata de una probabilidad tan increíblemente pequeña que ni siquiera podemos hacernos una idea. Por ejemplo, el cosmos entero contiene aproximadamente 1078 átomos, una cifra infinitamente menor que la señalada anteriormente, lo que ha llevado a numerosos científicos de primer nivel a defender la existencia de Dios, de una Fuerza Creadora, de una Conciencia Cósmica o como lo queramos definir. En realidad, alguna clase de energía inteligente responsable de crear el germen inicial de nuestro universo (y quizá también de otros paralelos) y dotarlo de ciertas leyes físicas que hagan posible su realidad.
El eminente astrofísico George Greenstein apoya esta idea: «Cuando estudiamos todas las pruebas, surge con insistencia el pensamiento de que ha de estar implicado algún agente sobrenatural.» También son de esta opinión otros muchos de sus cole- gas, como Robert Jastrow, fundador del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, u Owen Gingerich, del Observatorio Astronómico Smithsoniano de la Universidad de Harvard. Y es que cada vez son más los científicos de distintos campos que muestran públicamente su convencimiento de la existencia de Dios, no arrastrados por la fe sino tras analizar racionalmente toda una serie de pruebas en disciplinas como la astrofísica, la física cuántica o la biología.
«Las investigaciones científicas recientes sobre la estructura fina del universo (su sorprendente orden) demuestran que la materia inicial y las leyes de la naturaleza tenían que presentar cualidades realmente especiales para que en el mismo pudiera evolucionar la vida.» Quien así se expresa es Richard Swinburne, profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Oxford, que se ha ocupado de estudiar las implicaciones de dicho ajuste fino o perfecto del cosmos, llegando a la conclusión de que la única explicación es la acción de una Fuerza Creadora. Y es que toda la materia (partículas subatómicas, átomos, moléculas, minerales, organismos, planetas…) posee unas características tan enormemente precisas para su existencia que la lógica indica que nada de eso debería ser real. Por citar tan sólo algún ejemplo a vuela pluma (luego nos centraremos en otros) de los millones que podríamos presentar: si la masa del protón variase en un ínfimo porcentaje, no habría átomos y, por lo tanto, tampoco materia, ni nosotros, los humanos, existiríamos.
Un prestigioso astrofísico, Hubert Reeves, postula la misma idea, pero expresándola de un modo diferente: «El universo parece poseer, en sus épocas más remotas, todas las propiedades necesarias para permitir que la materia acceda a estados de complejidad cada vez más avanzados.» Ciertamente, los astrofísicos no saben explicar por qué razón el big bang, esa explosión inicial que dio lugar al universo, fue tan potente ni cómo se adaptó con tan extrema precisión a la fuerza contraria, la gravedad, que ha- bría podido aniquilar toda la «obra» ya en sus primeros instan- tes. Son legión los científicos que tienen la impresión de que la creación estaba planificada para que ocurriera tal como la vemos hoy en día. Es como si alguna clase de inteligencia hubiera ingeniado el modo en el que tenía que organizarse la materia.
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Una de las cuestiones que acabamos de apuntar –la intensidad del big bang– es uno de los grandes misterios en relación con el nacimiento del universo. Al respecto, Antonio Fernández-Rañada, antiguo catedrático de Física Teórica en la Universidad Complutense de Madrid, escribe lo que sigue en su fascinante obra "Los científicos y Dios" (Nobel, 1994): «Si hubiese sido un poco más violento de lo que fue [el big bang], la materia se hubiese dispersado tan deprisa que no habrían podido formarse las condensaciones que dieron lugar a las estrellas y los planetas: no estaríamos aquí. Si hubiese sido más débil, el proceso sí se hubiese iniciado, pero sin llegar luego a buen puerto. La gravedad habría frenado la expansión, interrumpiéndola con un colapso catastrófico, que llevaría a la naciente vida a un aborto seguro. La intensidad de la explosión tuvo que ser la correcta, ni muy fuerte ni demasiado débil: lo justo. Con poco margen de error. El universo acertó».
Desde un punto de vista teórico es posible construir otros universos con distintos parámetros físicos, pero todos ellos desembocan en catastróficos fracasos. Tal como afirma Robert Clarke, autor del sobresaliente libro "Los nuevos enigmas del universo" (Alianza, 2001), «parece como si, desde el principio, la lógica del universo hubiera sido ineluctable, como si hubiera tenido enseguida unos elementos y una organización que, al cabo de unos millones de años, le darían su orden y su armonía. Como si existiese en la naturaleza un principio que rige la puesta en práctica de dicho orden». Por su parte, el físico teórico estadounidense Lee Smolin afirma: «La única manera de concebir el universo como sistema global es concebirlo como una entidad autoorganizada.»"
Lo que más sorprende a los físicos es el imposible equilibrio que debe generarse entre la gravedad y el electromagnetismo. Un simple cambio de intensidad de una unidad entre 10 elevada a 40 (¡un diez seguido de cuarenta ceros, una cifra inimaginable para cualquier cerebro humano!) generaría el apocalipsis cósmico definitivo. A esta abrumadora evidencia empírica se refirió el afamado físico y matemático Freeman Dyson: «Cuando estudiamos el universo e identificamos los muchos accidentes de la física y la astronomía que han cooperado para nuestro beneficio, casi parece como si el universo hubiese sabido de alguna forma que
después vendríamos nosotros.»
De idéntica opinión es el geólogo Ariel A. Roth, exdirector del Instituto de Investigación en Geociencia y autor de la recomendable obra La ciencia descubre a Dios (Safeliz, 2009): «Los físicos han intentado establecer una relación entre las cuatro fuerzas básicas por medio de una teoría global del campo unificado, pero, de momento, no encuentran una asociación causal entre la gravedad y las otras fuerzas. En estas cuatro fuerzas descubrimos que cada una parece tener la intensidad adecuada para la función específica que realiza y para su relación con la forma de operar de las otras.»
Lo cierto es que ignoramos por qué existen esas cuatro fuerzas y cuál es su naturaleza, pero el hecho es que son esenciales para la existencia del universo. Si fueran sólo mínimamente diferentes no habrían podido surgir los átomos y, por lo tanto, la vida. En definitiva, presentan una armonía y un orden secreto que se nos escapan por completo, pero que son bien reales. Como afirmaba Alfred Hoyle, exdirector del Instituto de Astronomía de la Universidad de Cambridge y uno de los grandes astrofísicos de todos los tiempos: «El universo es un golpe preparado.»
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