Antes de razonar sobre el diseño en la naturaleza, necesitamos conocer lo que cuenta como evidencia para el diseño. La naturaleza, como veremos, no nos ofrece tal evidencia. Ello no solamente refuta el argumento del diseño; nos da razón suficiente para profesar el ateísmo.
Cuando nos preguntamos por la evidencia, ésta debe ser del tipo accesible para nosotros, no, por ejemplo, apelando a los viajeros del tiempo o alienígenas que pueden detectar radiaciones que nosotros no podemos. Que nosotros sepamos, hay seres que han encontrado evidencia del diseño en la naturaleza, pero lo que cuenta es si hay evidencia disponible para nosotros. Y no hay.
¿Qué podemos tomar como evidencia del diseño? Debemos empezar con cosas de las que estamos muy seguros que han sido diseñadas. Otras cosas ofrecen evidencias de diseño en la medida que se asemejan a otras. Ninguna de las evidencias es absolutamente concluyente: incluso si vemos a alguien hacer un vestido utilizando un patrón es posible, sí, que estemos alucinando. Pero cualquiera que sea su certeza, la evidencia caerá en una de estas dos categorías: la de la procedencia y la del patrón.
Si nos ponemos a rastrear la procedencia de un objeto desde un proceso de producción conocido, entonces sabemos que está diseñado. No importa a lo que se asemeje el objeto. Si encontramos una pieza de arcilla de forma irregular, y oímos de amigos de confianza que se trata del trabajo de un artista, y preguntamos al artista por ello que a su vez nos dice que lo hizo pero lo desechó, tendremos una potente evidencia de que la pieza de barro fue diseñada.
En la naturaleza no tenemos evidencias de la procedencia. No vemos a dios creando erizos de mar; no tenemos aún informes suyos haciendo tal cosa. El erizo no dispone de una etiqueta que diga "hecho con orgullo por dios". Los que afirman que ven la mano de dios en las cosas están haciendo una metáfora, no una aserción literal. Así que si queremos una prueba del diseño en la naturaleza, debe ser la evidencia del patrón. Pero aquí está el problema que supone la diferencia entre el éxito o el fracaso: la naturaleza no ofrece ninguna evidencia de tal guisa.
La evidencia del patrón consiste enteramente en las semejanzas con las cosas que, a través de la evidencia de la procedencia, ya sabemos que han sido diseñadas. Con el orden o la función no basta. Si tuviéramos una lengua escrita o hablada de forma muy diferente, si nada de lo que hiciéramos fuera formado como las letras de nuestro alfabeto, no tendríamos razón alguna para ver diseño en un patrón como "SALIDA". Las bicicletas, los relojes y las tijeras, a diferencia de los globos oculares, nos proporcionan evidencia de patrones de diseño porque sabemos, mediante la evidencia o la procedencia, que la gente diseña y fabrica tales cosas. Cuanto más general es el patrón, más débil es la evidencia: los cubos, por ejemplo, también se encuentran en algunos minerales, así como muchas otras formas regulares. Pero un cubo de tamaño mineral con alguna procedencia, con algún indicio de prácticas humanas, sí que ofrece evidencia: no el cubo desnudo, sino los bloques con letras para niños o los símbolos o números en los dados de póker.
Los patrones de la naturaleza muestran orden y complejidad, pero no tienen trazas de procedencia ni ninguna semejanza con las cosas que sabemos han sido diseñadas. Si encontrásemos mamíferos con forma de BMW o flores parecidas a tijeras, ello podría ser una evidencia del diseño. No encontramos nada parecido, así que no tenemos tal evidencia. Incluso si miles de fábricas comenzaran a fabricar enormes cantidades de piedras normales y corrientes, no nos ayudaría. Entonces no podríamos conocer si una piedra normal o corriente había sido diseñada o no. No saber que algo está diseñado no es una buena razón para suponer que ha sido diseñado. Ya que nada en la naturaleza nos proporciona evidencia de diseño, el argumento del diseño no puede siquiera ser tenido en cuenta.
Esta falta de evidencia no prueba la no existencia de dios. A pesar de ello, hace mucho más que refutar un argumento: nos da razones para abrazar el ateísmo. Tiene más sentido que decir "no sé si dios existe" o incluso "probablemente dios no existe", afirmar que dios no existe. Esto tiene que ver con las condiciones bajo las cuales nos sentimos autorizados a afirmar algo. Siempre que decimos cualquier cosa damos por sentado que puede menoscabar nuestra afirmación el escepticismo extremo. Tenemos derecho a negar que duendes indetectables cabalgan en las gotas de lluvia o que las estatuas del monte Rushmore recitan frecuentemente poesía francesa, o que Mickey Mouse tiene un reino oculto en la Amazonia. Podemos negar estas cosas aunque sabemos que, hablando estrictamente, podríamos estar equivocados. Todos podríamos estar alucinando o haber pasado por alto algunas evidencias decisivas. Pero estas incertidumbres "metafísicas" ya son siempre asumidas cuando afirmamos que algo no ocurre o no existe.
Es engañoso llevar esta incertidumbre metafísica de fondo al primer plano hablando de probabilidades. Cuando en realidad afirmamos probabilidades "probablemente lloverá esta semana" basamos nuestra afirmación en observaciones del mundo real. Podemos citar, por ejemplo, la frecuencia observada en que determinadas condiciones de la meteorología producen lluvia. Las afirmaciones de probabilidad, en otras palabras, están ellas mismas basadas en la evidencia. No son movimientos neuróticamente prudentes para protegernos de resultados que no podemos esperar de ninguna manera a base de las observaciones. No decimos: "probablemente nosotros no tenemos tentáculos". Decimos que no los tenemos. No sentimos alguna necesidad de cubrirnos el culo por si acaso hemos estado alucinando todas estas décadas. Así debe ser con la existencia de dios. Si omitimos el "probablemente" de "probablemente nosotros no tenemos tentáculos", deberíamos omitirlo de "probablemente dios no existe".