Los muchachos se cansan y también se fatigan (Is. 40:30).

Sin importar nuestras habilidades y aptitudes,
hay un límite para lo que podemos hacer con nuestras propias fuerzas.
Esta es una lección que todos debemos aprender.
Pensemos en el apóstol Pablo. Aunque era un hombre capaz,
no podía hacer todo lo que quería.
Cuando le expresó a Dios sus inquietudes,
este le respondió:
“Mi poder está perfeccionándose en la debilidad”.
Pablo captó la idea y dijo:
“Cuando soy débil, entonces soy poderoso”
(2 Cor. 12:7-10).
¿A qué se refería?

Pablo comprendía que no podía hacer mucho sin una ayuda superior.
El espíritu santo de Dios podía darle fuerzas cuando se sintiera débil.
Y no solo eso. También podía capacitarlo para hacer cosas
que jamás lograría por sí mismo. Igual nos ocurre a nosotros.
No hay duda de que seremos fuertes gracias al poder de Dios.

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