Susurraba a mi oído. Susurró muchas cosas.
En un espacio donde el silencio tendría que reinar, él se dedicó a susurrar palabritas bonitas a mi oído.
En ese espacio donde todos ponían atención a una presentación, yo ponía atención al sensual tono de su voz y al ritmo de su respiración. Así de cerquita lo tenía.
En un momento, en ese espacio de gente soñolienta, pude sentir el roce de sus labios traviesos sobre mi oreja derecha. Era apenas una caricia sutil, pero que nos llenó de vida.
En ese espacio solo nuestro, comenzó la canción que me cantó después.