No supe qué contestar a su petición. Fue tan simple y difícil de contestar a la vez.
No dejaba de verme con sus ojos grandes y su sonrisa de labios carnosos, esperando las respuestas que estaba buscando. Yo solo me reía nerviosamente, con todas las palabras del mundo dando vueltas en mi cabeza.
Se sonrió travieso. Dijo que por qué me costaba tanto responder. No supe qué decirle y volví a reírme nerviosa. Me veía fijamente, me veía los ojos, veía mis labios. Volvió a sonreír y acercándose suavemente, muy lentamente a mí, solo pudo repetir: “Cuéntame algo sobre ti.”