En una guerra de un país cualquiera, una patrulla de reconocimiento compuesta por diez hombres cayó en una emboscada. Fueron hechos prisioneros y llevados al cuartel enemigo. El comandante de aquel cuartel dictó la siguiente orden: Estarán 29 días haciendo trabajos forzados, y el día 30 serán fusilados.
Entre los muchos guardianes que vigilaban a los presos, había uno que tenía muy buen corazón. Se compadeció de aquellos prisioneros.

Escribió una nota que decía: “Compañeros, sabemos que os han capturado, y que dentro de 30 días os van a fusilar. No os preocupéis. El encargado del polvorín de ese cuartel es de nuestro bando. El día de la ejecución dará al pelotón balas de fogueo. Cuando oigáis los disparos, lanzaros al suelo, como si estuvierais muertos. Una vez que os dejen como muertos en el campo, iremos a recogeros. ¡Ánimos soldados! Vuestro comandante”.

Dejó caer cuidadosamente la nota junto a un prisionero, el cual la vio y la recogió. Después de leerla y quedarse asombrado, con sigilo la enseñó a sus compañeros. Cinco creyeron que esa nota era verdad. Cinco creyeron que era mentira. Pasaron 29 días y llegó el día 30. Los diez prisioneros fueron colocados para ser fusilados. Cinco de ellos sabían que iban a morir. Los otro cinco esperaban oír el disparo de fogueo para lanzarse al suelo.
Sonaron diez disparos. Diez cuerpos muertos cayeron al suelo.

¿Fue igual la vida de estos diez soldados durante los 30 días? No.
Había cinco soldados que hicieron los trabajos forzados con la ilusión de que llegara el día 30. En ese día serian libres.
Ninguno pudo comprobar que aquella nota era falsa. Todos estaban muertos.
La fe, aunque al final no sea verdad; tiene algo positivo. ¿O no?